Tras quitarse los hábitos, Joseph Aloisius Ratzinger, más conocido como Benedicto XVI, Benedicto o el Papa, deja a la comunidad católica de todo el mundo sin respiración. Los pilares de la hegemonía de la Iglesia comienzan a tambalearse y, tal como apuntaban las profecías de Malaquías, el final de “la ciudad de las siete colinas” está más cerca que lejos. Haciendo una lectura entre líneas de sus palabras quizá, Malaquías quería hacer referencia al olor añejo que desprende la Iglesia en la actualidad o que doscientos sesenta y cinco Papas (más el que está por llegar) han sido y son más que suficientes para la ciudadanía del siglo XXI, que exige un cambio, una evolución en la manera de observar y entender el mundo.
La Iglesia, tal y como la concebimos hoy día, tiene un papel trasnochado, ¿cuál es la función del enviado de Dios en la Tierra? ¿no reside su máxima en expandir la paz, profesar el amor al prójimo y difundir la palabra de Dios? Pero seamos realistas, desde un sillón de piel, con más joyas que su peso en oro y teniendo todo cuanto se quiere a voluntad resulta fácil, muy fácil decir a una sociedad cansada que luchen por su fe y los valores tradicionales.
Hechos y no palabras es lo que quiere la sociedad. Difundir la palabra de Dios no alimenta los estómagos de los niños desnutridos de África. Prohibir el uso de métodos anticonceptivos como el preservativo, que previene además de enfermedades de trasmisión sexual que cuestan la vida a miles de personas cada año, y tildar de amoral que dos personas del mismo sexo se amen tampoco ayuda a cumplir esas máximas.
Si tuviésemos que formularnos una pregunta sería por qué: ¿por qué no evolucionar? ¿por qué buscarse enemigos para mantener a sus fieles? ¿por qué crear los cimientos de su religión basados en el odio, el miedo y la desconfianza de sus seguidores? ¿no sería sabio modernizar la Iglesia católica basándose en la sociedad actual? Quizá crearse una cuenta en la red social Twitter como hizo Benedicto XVI fue el primer paso para dicha modernización o puede que solo fuese una cortina de humo, una lanzadera para seguir mandando mensajes anticuados, una falsa esperanza de que la Iglesia está evolucionando, preocupándose por sus seguidores y no por seguir enriqueciéndose y llenando las arcas de sus iglesias. Mientras esta utopía de un cambio de mentalidad nos mece en sus regazos y un futuro incierto de la permanencia de la Iglesia se palpa en el aire, el cónclave de los ciento quince cardenales se reunirán para conocerse, meditar y nombrar al nuevo elegido para trasmitir la palabra de Dios ¿será el último?
Solo el tiempo será capaz de darnos la respuesta de si Malaquías estaba en lo cierto. Lo que sí está claro es que, el Papa venidero, tendrá en sus manos la última oportunidad de modernizar la imagen de la Iglesia si quiere seguir coexistiendo con la mentalidad vigente y reducir la brecha del catolicismo.