Comienzo este artículo tras acabar de leer las palabras de Alejandro Delmás en el Diario As, las cuales no dejan de ser un fiel reflejo del estado del baloncesto en la actualidad. Alude Delmás a la magnífica irrupción de un equipo como los Golden State Warriors, cuyo deslumbrante y casi inmaculado inicio de temporada sumado al brillante título conseguido la campaña pasada, le convierten sin duda en el conjunto del momento y candidato más firme a revalidar el anillo de campeones. El estilo vertiginoso impuesto por el equipo de la bahía de San Francisco no sólo le está reportando pingües beneficios en forma de títulos colectivos e individuales sino que está imponiendo un modo de juego a imitar por el resto de equipos de la liga estadounidense. Quizá, señala Delmás, el ejemplo más claro de esta dura transición están siendo los Chicago Bulls de nuestro Pau Gasol, cuyo nuevo entrenador está intentando aplicar una filosofía de juego que no acaba de cuadrar con la plantilla de jugadores que tiene a su disposición, más acostumbrados al imponente despliegue táctico y la solidez defensiva de su antecesor, Tom Thibodeau.
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El grupo de jóvenes talentosos dirigidos en la pista por un sublime Stephen Curry y en los banquillos por la dupla Steve Kerr-Luke Walton nos ofrece cada noche un baloncesto desenfadado, alegre y basado en un juego exterior versátil y dinámico que, hasta el momento, sólo ha podido ser contrarrestado de manera sorpresiva por los Milwaukee Bucks. La globalidad de la NBA y su necesidad de exportar su producto alrededor del mundo ha encontrado en los Golden State Warriors un perfecto embajador de esta nueva manera de concebir el juego, en aparente desuso desde los deslumbrantes años del “Showtime” de Los Angeles Lakers y del “Run & Gun” de Steve Nash y sus frenéticos Phoenix Suns .
Más allá de ponderar las virtudes de los vigentes campeones de la NBA, este artículo parte de un caso análogo en Europa, el Real Madrid de Pablo Laso. Sin duda podría ser calificado de oportunista –quizá lo sea– hablar de este equipo en este preciso momento, después de conseguir todos los títulos a los que aspiraba la temporada pasada y de clasificarse, no sin sufrimiento, al Top-16 de la Euroliga tras tres brillantes victorias ante Fenerbaçe, Estrasburgo y Bayern Munich. El caso de este Real Madrid ya ha producido numerosos artículos, pero no deja de sorprender que un equipo, que hace cuatro años estaba más cerca de la desaparición que del despegue posterior, haya conseguido un nivel de estabilidad deportiva e institucional pleno en torno a la figura de un entrenador de perfil bajo como Laso y con una idea de juego que chocaba con la de grandes transatlánticos como Zeljko Obradovic o el propio Ettore Messina.
Durante el verano de 2011, los dirigentes de la sección de baloncesto del equipo blanco echaron una moneda al aire tras la contratación del técnico vitoriano, cuyo única experiencia se restringía a sus dos temporadas en el Lagún Aro de San Sebastián. Su fichaje creó incertidumbre y cierta desazón entre los aficionados, que se disipó desde aquella misma pretemporada en la que el equipo ya empezaba a dar signos de una importante regeneración y un notable cambio de estilo. Al contrario que su hermano mayor futbolísitico, las peticiones de Pablo Laso fueron recogidas puntualmente por José Ángel Sánchez y Alberto Herreros, quienes visualizaron un equipo cuyas principales coordenadas serían el contraataque, los ataques muy abiertos y un juego interior que pasaba por las manos de pivots extraordinariamente móviles y capaces también de correr en transición. En ese momento, esta filosofía sonaba a anacronismo y más en una época dominada por el juego a media pista y de bajo tanteo impuesto por alguno de los entrenadores mencionados con anterioridad.
La contratación de jugadores como Jaycee Carroll, la revaloración de activos como Sergio Llull y Sergio Rodríguez más la afortunada llegada de Rudy Fernández y Serge Ibaka durante el “lock-out” de la NBA, convirtieron al Real Madrid y a su ideario baloncestístico en un referente europeo. De los pivots dominantes sobre los cuales se construían la mayoría de equipos europeos a principios de este siglo, se pasó progresivamente a hombres altos como Marcus Slaughter, Gustavo Ayón o el incombustible Felipe Reyes, capaces de ofrecer variantes tácticas muy interesantes y con la habilidad de tener presencia tanto en la pintura como en zonas más cercanas a la línea de 6.75. La marcha de pivots intimidadores como Ante Tomic o Giannis Boroussis y la contratación de jugadores como Trey Thompkins es una buena muestra de que los jugadores se contratan en función del tipo de juego imperante y no al revés.
La respuesta del público que asiste en masa a los partidos del Real Madrid en el Palacio de los Deportes y la conclusión de que los títulos también pueden llegar con un baloncesto poco especulativo y que tiene como objetivo primordial divertir a la gente nos lleva a pensar si no es este modelo el que debería imperar para reactivar un deporte en franca desaceleración, a pesar de los numerosos triunfos internacionales cosechados tanto por nuestra selección como por los clubes españoles. El deporte demuestra que, cuanto más vistosa sea la manera de conseguir un triunfo, más placer produce entre los aficionados y seguidores, axioma éste que resulta perfectamente aplicable tanto a los Golden State Warriors como al Real Madrid. El baloncesto al galope que plantean sus respectivos entrenadores, las posesiones cortas y directas y una defensa activa cuya única finalidad es la de ser el inicio del ataque resultan muy atractivas para todos los amantes de este juego. Esperemos que esta nueva concepción del juego sea la que se mantenga por muchos años, por el bien de este fabuloso deporte.