A pesar de que las llamadas Leyes Mordaza no entren en vigor, en su totalidad, hasta el 1 de julio en España se están poniendo ya muchas mordazas. Tantas que seguro que no soy capaz de hablar de todos los ejemplos que podemos encontrar. La libertad de expresión es un derecho reconocido en los derechos humanos y con este el derecho a la información y, como somos del bando de los buenos, se supone, que gozamos de él. Pero a pesar de dar tanto la murga a otros países con lo que ocurre dentro de sus fronteras, gracias al Partido Popular, los jóvenes españoles estamos cada vez más cerca de entender a nuestros padres cuando nos cuentan cómo era vivir hacer años, bajo el yugo de una dictadura. Sí, en este punto siempre hay alguien que se rasga las vestiduras y dice: ¡sí, bueno, como en una dictadura! ¡Con lo que pasa por el mundo! Bienvenidos al mundo, porque en él también ocurre esto: gobiernos elegidos democráticamente que reprimen a sus ciudadanos por decir lo que no hay que decir, dejando al pensamiento libre renegado a la marginalidad.
En 1975 se acabó la dictadura fascista de Franco en España con la muerte del dictador. No hubo un derrocamiento del régimen, no hubo ningún tipo de revolución, y los ciudadanos españoles, en términos generales, estaban suficientemente acojonados como para no hacer demasiadas preguntas o exigir de más al futuro que estaba por venir. Todos los españoles llevamos esa losa de la Guerra Civil, toda nuestra cultura la lleva, así que hasta hace realmente bien poquito no nos hemos puesto a exigir al presente por si acaso. Además, como seguimos siendo nuevos en esto de la democracia, es ahora cuando empieza a quedar un rápido registro de todas las minas que suelta el gobierno para limitar la libertad de expresión, por lo que empieza a ser ahora, también, cuando los ciudadanos pueden reaccionar a tiempo.
El caso más actual de fragante limitación de la libertad de expresión es el conocido hoy, 27 de marzo, con la destitución del presentador de Las Mañanas de Cuatro, Jesús Cintora. Tal y como ha publicado ElConfidencial, según el grupo de comunicación “la línea editorial de Mediaset España es coherente en toda su programación y tiene el claro objetivo de informar, que no formar, a los espectadores a través de un pluralismo con el que dar voz absolutamente a todas las opiniones políticas y con unos presentadores que traten la información de manera objetiva”. Pero según Bluper, dicha destitución habría sido provocada por la foto emitida por el programa en la cual se ve al Ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, en los toros tras producirse el atentado de Túnez, convirtiéndose en la gota que colma el vaso para la cadena que ya había recibido multitud de presiones de todos los colores políticos por la manera de conducir el programa que realizaba Cintora. Pero resulta que formar es precisamente una función esencial del periodismo y, resulta también, que la objetividad no existe. Tratar de posicionarse en eso llamado neutralidad u objetividad es tratar de explicar una realidad de multitud de colores y contrastes, limitándonos a observar negativos fotográficos. Lo lógico es exigir honestidad, no limitar el pensamiento sin dejarlo libre, y honestidad es lo que funciona para la audiencia del programa de Cintora a la vista de los buenos datos de share.
Por desgracia para nosotros, este no es el único ejemplo. El cómico Facu Díaz y el grupo de música Soziedad Alkoholika, tampoco pueden mostrarse críticos con la gestión del gobierno ya que quien tiene el poder, siempre tiene la posibilidad de quitar a los demás del terreno de juego. El libre pensamiento está marginado en nuestro país, deberíamos invitarle a una fiesta y sobre todo, defenderlo mucho y muy bien. Puede parecer que sea imposible perderlo, pero realmente aun estamos criando en España a las primeras generaciones capaces por derecho de llevarle la contraria al gobierno. Somos de los nuevos en esto de ser democracia occidental, si queremos ser grandes tenemos que exigir lo mismo que exigen los ciudadanos de los países más poderosos. No podemos permitirnos el lujo de no ser honestos, de no decir lo que ocurre, porque tenemos demasiado en juego.