EUROPA. Las plazas europeas están revueltas, y no solo las financieras. Hace tiempo que no hay quien ponga orden en tanto caos.
A los que, hace algo más de un año, les parecía que en Italia la tormenta pasaría bajo el paraguas de Mario Monti, desde luego no imaginaban que hoy la fuerza política llave sería un humorista reconvertido en ideólogo, la antítesis de todo lo que ha visto ese país en los últimos años. Y eso, hablando de Italia, no es poco decir.
Mientras Grecia, Portugal, Irlanda y España siguen su camino, entre quejas y lamentos, hacia no se sabe bien dónde, Francia, la alumna aventajada hasta el momento, está empezando a protestar, después de alcanzar paro histórico en los últimos 14 años. Y Reino Unido vuelve a repetir que quiere salir del grupo.
Y es que parece que a los miembros de la Unión no terminan de gustarles el efecto de la disciplina aplicada hasta el momento. Pero ninguno va más allá de las palabras. Los líderes europeos están paralizados e incluso a veces parecen desconcertados. Quizás la razón de esta falta de iniciativa tenga algo que ver con una idea que se repite a menudo en didáctica y que poco se está aplicando en política: que el alumno sepa identificar quién es la autoridad a la que obedecer, a la que preguntar las dudas, a la que rendir cuentas. En el caso de la UE, la teoría está distando mucho de la práctica. Porque, si preguntásemos a los ciudadanos quién lidera hoy la Unión, en la teoría, la respuesta debería apuntar a Bruselas, pero en la práctica, las respuestas señalarían hacia Berlín. Y a nadie le extraña.
Sin embargo, esa respuesta, que es la más esperada, no deja de ser preocupante. Si trasladásemos esta situación al fútbol, el resultado sería algo así como que el entrenador de la selección alemana arbitrara en un partido entre la Roja y los convocados del país germano. Se alzarían las voces ante tal desequilibrio. Con la misma lógica, no cabe pensar que Angela Merkel vaya a dejar de lado los intereses de los ciudadanos, primero alemanes, y luego europeos, que la han votado, para luchar por el bien común del resto de ciudadanos que comparten una moneda. Pensar de esta forma solo deja entrever una incredulidad que no tiene cabida en política.
Y aunque resulte fácil demonizar a la líder alemana, lo realmente llamativo es que no tenga un contrapeso político que ponga orden en casa. No es ella la que está adjudicándose funciones que no le corresponden, es que hay una silla vacía en la gobernanza europea que nadie parece tener intención de ocupar. Sus iguales, los gobernantes del resto de la unión, parecen demasiado inmersos en solucionar sus propios problemas internos como para preocuparse de reconstruir el proyecto europeo. Llevamos ya años escuchando la necesidad de que Bruselas empiece a gobernar en Europa, a tomar decisiones. Las de verdad, las que afectan.
Hasta que el liderazgo de la Unión no se clarifique, el proyecto común seguirá siendo una bonita intención cuyo efecto más perceptible será el ruido que hace cada vez que se toma una decisión desacertada. Sólo eso, mucho ruido, como un elefante en una cacharrería.