GLOBAL. Me niego a aceptar las afirmaciones simplistas de aquellos que definen el fútbol como 11 tíos detrás de un balón. Menos aún cuando se reduce al absurdo y se le limita a la violencia y la chulería.
Para definir el fútbol, como en cualquier otra explicación, debemos remontarnos a la raíz. Muchos, en nuestra niñez, hemos reído y llorado en torno a un balón. De este deporte hemos sacado amigos y enemigos y hemos aprendido a perder y a ganar. Y lo que es más importante, lo hemos hecho en grupo, con nuestro equipo, con nuestros amigos.
Es decir, el fútbol es una escuela de vida. Decía el escritor francés Albert Camus que todo lo que había aprendido sobre la moral y las obligaciones del hombre, se lo debía al fútbol. A él se lo deben todo, sin duda, tantos brasileños que salieron de las favelas gracias este juego de ‘11 tíos corriendo detrás de una pelota’, así como otros tantos deportistas del resto de América latina y África.
Por mucho que las cifras de los traspasos y las fichas anuales de los ídolos mundiales nos puedan parecer vergonzosas, no podemos perder de vista lo que el fútbol significa para el paisano de a pie.
Me encanta la descripción de Javier Marías: “el fútbol es la recuperación semanal de la infancia”. Para mí es eso, es la oportunidad perfecta para tomar una caña entre amigos y es un aglutinador social capaz de cosas imposibles hasta entonces. El último ejemplo que recuerdo fue el del Mundial que consagró a España. Celebraciones espontáneas y abrazos entre desconocidos, alegría en plena crisis económica y un país unido en torno a sus colores.
El de los colores también fue un logro, ya que solo en fechas cercanas al campeonato podías lucir la bandera de tu país sin que te ligaran con la extrema derecha.
Por todo ello, adoro este deporte, igual porque me gusta verle su mejor cara. Citar a Menotti sea, quizás, una buena manera de terminar de definirlo: “el fútbol es la cosa más importante de todas las cosas menos importantes”.