MADRID, ESPAÑA. La concepción de la naturaleza humana ha cambiado debido al conocimiento científico del cuerpo y la mente de nuestra especie. Pero ha cambiado, y está cambiando, mucho más, a medida que nuestro entorno técnico se vuelve sofisticado, más cercano a nuestro cuerpo, que se interna y mezcla con las funciones biológicas. Antes de ser humanos, los homo ergaster comenzaron a crear y usar herramientas que prolongaban y amplificaban las capacidades biológicas de sus miembros. Con el desarrollo de las culturas complejas humanas aparecieron las primeras prótesis que intentaban paliar déficits o pérdidas en las funciones biológicas: los vidrios para la vista y los sustitutos de extremidades perdidas son los más conocidos. El cuerpo, sin embargo, era difícil de arreglar técnicamente.
Mucho más fácil fue desarrollar prótesis mentales. La cultura no es otra cosa que un conjunto de prótesis que sustituyen o amplían funciones mentales. El lenguaje articulado fue la primera gran creación social. Un invento que rediseñó completamente el cerebro. La escritura, fue la segunda invención. Si el lenguaje creó, en la forma de mitos y narraciones, un mundo nuevo, una segunda naturaleza en la que habitaron y se desarrollaron los humanos, la escritura significó la primera gran extensión de la mente. La memoria se externalizó y se desparramó literalmente en textos, cálculos, sistemas de signos que amplificaron la potencia del pensamiento.
Pero el cuerpo seguía siendo lo difícil. En el siglo XX se desarrolló extraordinariamente la inteligencia artificial, y ya no nos resultaba extraño encontrar sistemas artificiales que simulasen o recreasen funciones mentales humanas con mucha más eficiencia que las heredadas de la biología. Sin embargo, existía siempre una barrera al desarrollo de la inteligencia artificial que no venía tanto de insuficiencias técnicas sino de una mala concepción de la mente, como si fuese algo completamente ajeno al cuerpo. Como si el procesador lento, húmedo, plástico, controlado por hormonas y neurotransmisores, diseñado de forma barroca por la historia evolutiva de los vertebrados y mamíferos, que es el cerebro humano, no tuviese más que una relación contingente y extraña con nuestro mundo mental.
En años más recientes se ha producido una especie de revolución en las ciencias cognitivas y en la psicología, que han cambiado las metáforas que nos han hecho pensar en la mente y el cuerpo. Hoy sabemos que una función tan primitiva como la visión implica un continuo movimiento de los ojos, una coordinación compleja entre el sistema motor y el perceptivo sin la que no llegaríamos a forman las imágenes estables. Hemos comenzado a conocer qué es ver cuando hemos empezado a construir robots que son capaces de moverse de manera efectiva en entornos abiertos e impredecibles.
Es ahora cuando comenzamos a sospechar que se abre ante nosotros una nueva forma de civilización: la que será construida por la amplificación, extensión, innovación en las funciones fisiológicas. Si la cultura ha sido hasta ahora una cultura de las mentes extendidas, la del futuro lo será de los cuerpos extendidos.