Hoy parece que la mayoría del PSOE ha dado un paso a la derecha y se ha decidido por la abstención, con lo que el Partido Popular se erige como partido gobernante, con Mariano Rajoy en la presidencia del país. Y no podemos evitar preguntarnos, ¿Por qué? ¿Quién vota al PP y por qué? Muchas son las razones o intereses que llevan a la gente a tan atrevida acción. Veámoslas.

En primer lugar, y para evitar el “pues en mi pueblo…”, el clientelismo es una realidad muy presente en España, sobre todo en los espacios rurales, donde el empresario conserva un poder que le permite influir en las decisiones de la gente de la comunidad. Es decir, si tú votas a tal partido, este puede ofrecer ciertas ventajas directas, desde la oportunidad de conseguir un trabajo determinado hasta el de obras públicas beneficiosas.

Pero no sólo la gente de pueblo vota al PP. La realidad es que en el ámbito urbano español gran parte de las ciudades del país están presididas por alcaldes populares. Y no olvidemos que el PP es una formación conservadora de importante contenido católico y con una visión de España muy arraigada en muchas de las conciencias andantes del país. Esto es, si crees que España son toros y curas, tienes más probabilidades de votar al PP. Por no hablar, claro está, de la fuerte defensa de la unidad española ante las amenazas independentistas y el rechazo a todo diálogo relacionado con esa cosa llamada independencia.

Por supuesto no se trata de factores determinadores del voto. Existe una pluralidad tan amplia como votantes. De igual forma, tampoco podemos rechazar que existen sectores afines al proyecto popular para el país. Un proyecto de tintes económicos liberales muy enmarcado en el proyecto económico de la UE conservadora y cristiana.

Pero, aun con estos razonamientos, mucha gente se pregunta a día de hoy qué es lo que hace que tanta gente no vea la corrupción del partido, el incumplimiento de su programa político, la pérdida de calidad de vida e incluso de libertades, la precarización del empleo o el paulatino paso de España de un país de esos que se hacían llamar “desarrollados” a un país de mano de obra barata. Hablando en plata, ¿Es que la gente es idiota?

No. La gente no es idiota. La gente ve a diario la prensa, y la corrupción, las mentiras, no sólo del PP, sino de muchas formaciones que se encuentran en el Congreso a día de hoy. La realidad, sin embargo, es que mientras la gente se sienta gobernada, mientras haya un partido al que culpar de los males y felicitar de los bienes, hay política en España. La democracia tiene una pobre consideración en España.

Entender que el ciudadano/a tiene como responsabilidad civil el voto es uno de los conocimientos de los que más se presume a día de hoy en la sociedad española. La guinda de toda una serie de estereotipos y simplificaciones que sobre el sistema se han difundido. Y es cierto que el voto es parte fundamental, símbolo de la democracia. Pero la gente no asimila que forma parte de algo mucho más grande, que la gente es la que constituye lo público.

En España existe una concepción de lo público y lo privado algo distorsionada, heredada del franquismo. Acostumbrada a vivir bajo el paternalismo dictatorial de Franco, la sociedad parece estar todavía asimilando el funcionamiento de la democracia y el juego de partidos. Cada cuatro años, el ciudadano vota y espera del partido de turno una solución a todos los males del país. Y sin embargo, si dejamos el voto a un lado, el porcentaje de participación política de la sociedad es realmente bajo, con unos partidos cerrados, jerarquizados al estilo de empresas, y en los que la autocrítica o el debate no son moneda común. No se trata de culpar o disculpar a los partidos políticos; se trata de tomar conciencia como ciudadanos de que entre todos construimos lo público, y lo público ha de ser un espacio importante en nuestra vida.