Ha ganado Donald Trump, la peor de todas las opciones políticas, no sólo para Estados Unidos, sino para el mundo. Posiblemente lo sufriremos todos en mayor o en menor medida.

Existe, además, algo que, lenta, casi sutilmente, va infiltrándose en nuestras vidas comunes y rutinarias de habitantes de países democráticos occidente. Si observamos detenidamente, podemos darnos cuenta de que las formaciones de izquierda han ido desapareciendo del panorama político en todos los países, y en la unión europea. Y, lo que aún es sustancialmente peor, ni tan siquiera lo que podíamos considerar derecha moderada, centro derecha o democracia cristiana, ostenta posiciones de poder. La balanza se está inclinando paulatinamente hacia el extremismo de la derecha. Mi sensación es que el mundo ha puesto rumbo hacia un fascismo, que se está aprovechando del desmoronamiento del capitalismo, del fracaso de un sistema, que, al carecer del equilibrio que proporcionaba el comunismo, se precipita hacia la voracidad más absoluta del capital sobre el individuo.

Nuestras democracias no son capaces de detener esta hemorragia de individuos, que se dejan cautivar por las soluciones fáciles a problemas complejos (bombardear países islámicos para erradicar el terrorismo, construir muros para impedir la inmigración, dar limosnas en lugar de derechos…) Nuestras democracias se han descompuesto, porque han dejado de ser democracias representativas, para convertirse en democracias delegativas. Es obvio que no se pueden someter a consulta popular todas las leyes, o todas las tomas de decisión. Sería inviable. Pero, sí es necesario que asuntos tan trascendentes como la participación en un conflicto bélico, o la modificación de cualquier artículo de la constitución sean sometidas al refrendo de la ciudadanía.

La democracia se ha convertido en la deposición de un voto cada cuatro años en el interior de una urna, y otorgar a esa papeleta el derecho a que, el que lo recibe, haga de él lo que buenamente desee. Los programas electorales se convierten así en papel mojado. Las ideas desaparecen. El electorado se convierte en un mero instrumento, manipulable fácilmente mediante el discurso del miedo.

Si no atajamos esto. Si no nos movilizamos. Si no somos capaces de transmitir a los demás que nos están vendiendo el crecepelo y el ungüento amarillo, que sana todos los males, estamos perdidos, porque volveremos a los tiempos de Hitler, de Mussolini, de Stalin, de Franco y tantos más.