MILAN, ITALIA. Milán; un refugio para los poetas más románticos y una plataforma de lanzamiento para los empresarios más ambiciosos. Las calles de la ciudad brillan doradas y se extienden bajo los pies de turistas y modelos. Milán, un lugar donde esconderse o donde darse a conocer.
En el corazón de Milán, luce orgulloso el Duomo. La famosa catedral de mármol que representa a la ciudad. Muchos turistas se paran a hacerse una foto en la plaza o sacan la cartera para ir de compras en los alrededores. Todos reconocen este edificio, sin embargo, pocos saben su terrible secreto.
El Duomo que aparece hoy en las fotografías, no es el mismo Duomo que Antonio da Saluzzo comenzó a constuir en 1386. Este edificio, frente al que muchos hacen cola para entrar, ya no es el mismo que sobrevivió intacto la segunda guerra mundial. El mismo mármol que convierte al Duomo en una obra de arte, lo vuelve vulnerable ante el azote del viento y el torrente de las lluvias, pues se trata de un material maleable que se desgasta con el paso del tiempo. Esto explica la presencia constante de andamios, no son obras de construcción las que se llevan a cabo, sino de sustitución. Las piezas de mármol se cambian por copias idénticas para alargar la vida del emblemático edificio. Año tras año, la catedral cambia la piel, quizá por eso, a pesar del paso del tiempo, se mantiene siempre joven.
El Duomo no es sólo fachada, su interior también tiene mucho que ofrecer. En un día despejado, justo después de cruzar la puerta principal, se puede apreciar un horóscopo solar en el suelo de la catedral. Los rayos de luz entran a través de un diminuto orificio en la pared y marcan el signo correspondiente a cada mes.
Una vez atravesado este primer espectáculo luminoso, cabe fijarse en el estilo sobrio que esconde la catedral en su interior; pocos adornos góticos sobrevivieron a la contrarreforma y hoy destacan como perlas en los muros pálidos y desnudos.
Visitados la fachada y el interior, el edificio continua ofreciendo atractivos. Las terrazas brindan a los visitantes la posibilidad de explorar los adornos más altos de la catedral. En días de sol, es común encontrar a gente leyendo o caminando despreocupadamente por estos pasillos marmóreos, todas las excusas son válidas para disfrutar del emblema de la ciudad cuando llega la primavera.
Milán empieza con el encanto de su catedral pero su carisma se extiende más allá de la arquitectura. Después de una mañana de visitas y fotografías, es imprescindible hacer una parada en ‘El panzerotto de Luini’ en Via Santa Radegonda 16. A pocos pasos de la plaza, en un pequeño comercio algo escondido, se sirve desde 1888 el luini, una delicia gastronómica llegada desde Puglia. Primo hermano del calzone y con rellenos para todos los gustos. Al horno, frito, dulce o salado, todas las opciones son buenas y la decisión es difícil. En una ciudad conocida por sus precios desorbitados, este lugar brinda placer al estómago y al bolsillo.
Tras una sesión de turismo y un pequeño regalo para el paladar, llega la tercera baza de este viaje; las compras. Hacer shopping no es una actividad para todos los presupuestos, sin embargo, incluso viajando sin intención de comprar, es imprescindible hacer un hueco a la moda para comprender el alma de Milán.
Existen dos opciones para adentrarse en este mundo de lentejuelas y tejidos lujosos; la primera, por supuesto, L’Excelsior, en la Galleria del Corso, 4. Un centro comercial en el que se dan citan marcas como Balenciaga o Loewe para ofrecer al cliente las últimas tendencias, una opción fantástica en los abundantes días de lluvia para resguardarse del temporal. Como segunda posibilidad, quizá mas atractiva para los trotamundos, Milán pone a disposición de los transeuntes sus brillantes escaparates. El color dorado de Dolce&Gabana o el estilo más sobrio de Channel, ventanas a un mundo de fantasía que decoran la ciudad con sus exposiciones infinitas. Nuevas temporadas, nuevas colecciones, es imposible acostumbrarse al despliegue de medios en el que invierten los grandes diseñadores para llamar la atención.
Arquitectura, gastronomía y moda, así es Milán. Un despilfarro de belleza, de cultura antigua y de tendencias modernas, una ciudad que invierte en el buen gusto y en la comodidad. Desde tomarse un cappuccino en el centro hasta cruzar las callejuelas para ir a trabajar, todo se convierte en un ritual. Así es Milán, una ciudad de la que enamorarse.