ZAMORA, ESPAÑA. Escribe un poeta: “Es la tierra de Castilla un cofre/que guarda en sus entrañas tesoros/ ignorados por todos los hombres”. Por supuesto, tal riqueza no sólo se debe a la proverbial extensión de dicha región y a sus productos. Habla de las ciudades y sus costumbres, de las leyendas que poblaron –y aún pueblan– esos campos que quedaron para siempre en el alma de otro poeta como don Antonio Machado.
Allá en la alta meseta, ignorada por muchos e insignificante entre sus hermanas, se levanta una ciudad prodigiosa. Su casco antiguo es motivo de admiración para las visitas y un regalo para sus habitantes. A sus pies rinde eterno homenaje el Duero antes de adentrarse en tierras lusas. Tal es la fama de esta villa que hasta figura un proverbio sobre ella, comparándola –si bien por motivos distintos– con otra legendaria urbe como la Roma imperial del mundo antiguo. Con ello, hoy podemos decir que Roma no se construyó en un día y asimismo Zamora no se ganó en una hora.
No resulta novedoso que esta ciudad de aproximadamente 64.500 habitantes sea desconocida para muchos. Al propio rey Fernando I de Castilla, en el siglo XI, casi se le pasó por alto cuando hizo el reparto de sus reinos entre sus hijos e hijas. Así quedó recogida en el Romancero Viejo su proclama:
Allá en Castilla la Vieja
un rincón se me olvidaba;
Zamora había por nombre,
Zamora la bien cercada
De un lado la cerca el Duero,
del otro peña tajada;
de la otra la morería:
¡una cosa muy preciada!
No debemos olvidar que estamos hablando de la Reconquista, es decir, una época de guerras continuas entre cristianos y musulmanes por establecerse en los mejores terrenos de la península. Por tanto, una ciudad amurallada y con una posición estratégica privilegiada –como era el caso– suponía un refuerzo de lujo para defender la tierra conquistada en torno. Más adelante, querido lector, le narraré las consecuencias que trajo aquel desastroso reparto de la herencia y de cómo Zamora ganó su fama.
Por lo que corresponde al presente, Zamora vive anclada en el tiempo y sufre las consecuencias. Según datos del censo territorial del INE (2012), se cuenta entre las provincias españolas más envejecidas y la edad media de su población ronda los 49 años. A esto se suman los efectos de la despoblación demográfica en el interior, donde muchos pueblos ya han quedado despoblados o corren el riesgo de desaparecer tras emigrar los jóvenes en busca de trabajo y quedar sólo los ancianos. Ciertamente, la crisis es más evidente donde siempre hubo menos oportunidades para salir adelante.
Pese a todo, Zamora sabe cómo capear el temporal. Cuenta con múltiples talentos y tesoros que –como su proverbio– han traspasado fronteras y atraído a curiosos de todas partes. Al ser tantos, no caben todos en este humilde artículo que hoy -querido lector- te expongo. No sólo la gastronomía de Zamora es digna de aplauso, también su cultura merece los elogios de propios y extraños. Y como para muestra vale un botón, sólo diré que sus pasos y procesiones de Semana Santa fueron declarados como fiesta de Interés Turístico Internacional en 1986.
A Zamora también se la conoce como “la ciudad del románico” por su gran cantidad de monumentos pertenecientes a este estilo artístico. Se conservan una veintena de iglesias sólo en su centro urbano, así como distintos edificios civiles; todos ellos se construyeron entre finales del siglo XI y principios del XIII. Como se me acaba el tiempo y el espacio, le aseguro –querido amigo– que se las presentaré como se merecen. Porque ahí siguen, tozudas en su actitud, tan bellas como el primer día en que las concibieron: la portada de Santa María Magdalena, el rosetón de San Juan, la fastuosa torre de San Ildefonso, la cúpula con escamas pétreas de la Catedral… Si tuvieran lengua, hablarían de otros tiempos y de otros hombres. Conoceríamos mejor el impulso cotidiano que les llevó a labrar y levantar esas joyas de piedra.
Y si lo desea, amigo lector, podrá cosechar usted mismo el botín que de mis manos a sus ojos volcaré. Paseará por sus calles, conocerá sus rincones y misterios, saboreará sus platos, disfrutará de sus riquezas… y al cabo, deseará volver a vivirla.