GLOBAL. La risa siempre tiene algo amargo. El sentido del humor también lo tiene. Una mente pura, completamente virtuosa, piadosa, abstinente de perversiones y carente de quiebros que hagan lugar a la obscuridad, sería, con seguridad, la mente de alguien que nunca ríe:

“Lo cómico, para producir su efecto, exige algo así como una momentánea anestesia del corazón” (Bergson: La risa, 1900).

Hace falta tener una moral y, traviesamente, saltársela un rato, para reír, incluso para sonreír, pues hay en la risa un sabor de fechoría. Cuando sonreímos imaginamos un cómplice o, tal vez, una víctima o, incluso, un verdugo al que desmontamos diciéndole: “ven, no te tengo miedo”. Es la sonrisa del erotismo, del teatro de la crueldad, de la farándula de la dominación. Ni al erotismo ni al humor les falta ese regusto de exceso:

“La muerte se asocia a las lágrimas, del mismo modo que en ocasiones el deseo sexual se asocia a la risa; pero la risa no es, en la medida en que parece serlo, lo opuesto a las lágrimas: tanto el objeto de la risa como el de las lágrimas se relacionan siempre con un tipo de violencia que interrumpe el curso regular, el curso habitual de las cosas.

Evidentemente el torbellino sexual no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en ocasiones nos trastorna y, una de dos: o nos hace reír o nos envuelve en la violencia del abrazo… Es debido a que somos humanos y a que vivimos en la sombría perspectiva de la muerte el que conozcamos la violencia exasperada, la violencia desesperada del erotismo” (Bataille: Las lágrimas de Eros,1961).

Mi propuesta es aventurada pues niega la existencia del humor blanco. También niega el humor humilde: incluso esos que se ríen de sí mismos, se ríen, con ellos, de todo el mundo, se ríen de haber caído, puntual y tardíamente, en esa estupidez que conforma la existencia misma de aquellos a los que rinden una falsa condescendencia, se ríen de otros que pudieran estar en su misma situación, eludiendo así lo lastimosa de la propia:

“¿Acaso tiene sentido decir que alguien se trata a sí mismo como a un niño y que simultáneamente adopta frente a este niño el papel del adulto superior?” (Freud: “El humor”, 1927).

En definitiva, cuando nos reímos de nosotros mismos es nuestro padre interiorizado quien lo hace. Hemos conquistado el poder para burlarnos de nuestro niño y de los que ahora ocupan su lugar. He aquí lo amargo: el desprecio por la condición superada. El humor es, no solo lo contrario de la con-pasión, sino lo cercano a la venganza más mísera: vengarse en otro que es ahora el débil que nosotros fuimos (o somos…).

Tampoco es ingenua la risa, ni inocente. No es la señal de una violencia salvaje sino de una condena cruelmente meditada. Reír es criticar: sentido del humor es sentido crítico. Y la verdadera crítica implica un tanto de distancia, un momento de insensibilidad en medio de la sensibilidad que la mueve, una sensibilidad que se detiene. Como indicaba Freud, el placer que despierta el humor “reside en el ahorro del despliegue afectivo”. Veamos la elegancia con la que lo explica Bergson:

“La risa no tiene mayor enemigo que la emoción. No quiero decir que no podamos reírnos de una persona que nos inspira piedad, por ejemplo, o incluso afecto, sino que entonces, por unos instantes, habrá que olvidar ese afecto o hacer que calle esa piedad. En una sociedad de puras inteligencias probablemente ya no se lloraría; pero quizás se seguiría riendo aún; mientras que las almas invariantemente sensibles, concordadas al unísono con la vida, y en las que todo acontecimiento se prolongase en resonancia sentimental, no conocerían ni comprenderían la risa” (La risa).

Cuando pedimos a alguien que no se moleste tan fácilmente, que no sea tan crítico, quetenga más “sentido del humor”, hacemos una demanda un tanto absurda pues no hay crítica más
ácida que la risa. La ridiculización que acompaña el humor y la risa es el modo más eficaz y más
despiadado de afear la conducta, de educar, de corregir: “La risa castiga las costumbres. Hace que
en seguida procuremos parecer lo que deberíamos ser, lo que sin duda un día acabaremos por ser
de verdad” (Idem). Claramente, la risa es un nombre del padre.

Cuidado, entonces, con recetar sentido del humor contra la soberbia, pues el humor siempre es altanero y lacerante:

“Es hora de que nos familiaricemos con algunas características del humor. No sólo tiene éste algo liberante, como el chiste y lo cómico, sino también algo grandioso y exaltante, rasgos que no se encuentran en las otras dos formas de obtener placer mediante una actividad intelectual. Lo grandioso reside, a todas luces, en el triunfo del narcisismo, en la victoriosa confirmación de la invulnerabilidad del yo. El yo rehúsa dejarse ofender y precipitar al sufrimiento por los influjos de la realidad; se empecina en que no pueden afectarlo los traumas del mundo exterior; más aún: demuestra que sólo le representan motivos de placer” (Freud: “El humor”).

Mas no olvidemos tampoco que no es el orgullo el mayor pecado, sino menos peligroso que el apocamiento. Mejor reír que matar. Siempre nos quedará la risa, ese cetro del damnificado.