Es algo que viene sucediendo desde hace mucho tiempo en nuestro país. Forma parte de nuestra idiosincrasia laboral. Se trata de una conducta tan usual que la hemos incorporado a nuestras vidas. Hubo un tiempo en que pensé que, con motivo de los duros y dolorosos años de crisis, nuestra mentalidad habría cambiado. Observo que no, lo veo en amigos, compañeros, familiares, que me narran sus experiencias. Y eso es lo que menos comprendo. Me explicaré: Eres seleccionado para un puesto de trabajo y realizas la consabida entrevista, de la que puedes obtener varias respuestas de entre las siguientes: “ya nos pondremos en contacto contigo”, “en x días recibirás una respuesta, tanto en un sentido como en otro”, “si en x días no has recibido una respuesta, es que tu candidatura no ha prosperado”. La más sincera y la más válida es la última, y, quizá por ello, la fórmula menos utilizada. De las dos anteriores, la primera rara vez se cumple, salvo si has sido el elegido y la segunda, en la mayor parte de los casos tampoco. ¿Por qué? ¿Es esto una cultura de empresa? En mi opinión, no. Creo que es, más bien, una idiosincrasia nuestra, que no es una cultura de empresa – salvo, probablemente, algunas excepciones – sino una cultura de las personas. De ahí mi extrañeza. En épocas anteriores podía imaginar que algunos individuos no fuesen conscientes del drama, el esfuerzo, la ansiedad que produce la búsqueda continuada de empleo. Vivíamos en un mundo feliz en el que la mayoría de los ciudadanos trabajaban o estaban percibiendo una prestación, en tanto encontraban trabajo con una mayor o menor facilidad. Pero ahora, ¿quién no tiene en su proximidad a alguien que ha perdido su trabajo? Deberíamos haber cambiado esa mentalidad. Detrás de cada curriculum, más allá de las capacidades, de la experiencia, de la formación, hay personas, individuos que tienen puestas sus expectativas en ese puesto al que aspiran. ¿Por qué cuesta tanto trabajo dar una respuesta, enviar un correo electrónico a los entrevistados – nunca son muchos – indicándoles en qué estado se encuentra el proceso? ¿Es tanto pedir? ¿Es tan difícil cambiar esta mentalidad, comprender al otro, ponerse en su piel? Cuesta, incluso menos, que la llamada para concertar una entrevista. Pero parece ser que se es antes un recurso que una persona.