Cinco generales muy importantes se destacaron como recalcitrantes de una u otra clase, y cada uno de ellos tomo una dirección distinta. Von Bock que mandaba el Grupo de Ejércitos Centro, deseaba secretamente ser aclamado por la posteridad como el conquistados de Moscú y el Gran Martillo de la Horda Bolchevique; pero, durante, los meses cruciales de “Barbarroja”, su conciencia estuvo atormentada por los oficiales de su Estado Mayor, que pertenecían al movimiento de resistencia anti-Hitler y querían que el mariscal de campo tomase la dirección en un putsch para arrebatar del poder a los nazis.  Al mando de Bock había dos grandes rivales: el petulante Kluge[1] y el impetuoso Guderian. Kluge se quejaba siempre de que los Panzer de Guderian, lanzados al infinito, dejaban a su infantería sin el apoyo necesario; Guderian, que estaba a las órdenes de Kluge, se encolerizaba con cualquier restricción. Venía a continuación el dúo impotente Halder y Brauchitsch, a la cabeza del OKH: impotente porque, hacia el 22 de junio de 1941, era evidente que no se iban a dejar las riendas en manos del OKH. Y los cinco sabían, en cualquier caso, que la impredecible “intuición” de Hitler se saldría con la suya.

Durante mucho tiempo ha sido un lugar común echar a Hitler toda la culpa por ordenar la “limpieza de Ucrania antes del ataque decisivo sobre Moscú, lo que significó que este se lanzase demasiado tarde. Quizá sería más justo criticarle por no haber puesto firmes a sus generales: es decir, por dejarles desperdiciar dos semanas y media vitales. Este período de vacilación se originó por las incertidumbres que se suscitaron en conferencias celebradas en Novy Borisov (27 de julio) y Lotzen (23 de agosto). La conferencia de Lotzen fue la decisiva: ¿Moscú o Ucrania? Halder y Von Bock le habían “echado el muerto” a Guderian, que tenía el encargo de persuadir a Hitler de que había que avanzar hacia Moscú inmediatamente; Brauchitsch, que para entonces estaba totalmente amilanado, incluso prohibió a Guderian  mencionar Moscú a Hitler; Guderian desobedeció, pero se encontró aislado viendo como los demás presentes asentían aduladoramente mientras Hitler decía que sus generales no tenían ni idea de los aspectos económicos de la guerra: tenía que ser primero Ucrania. A medida que los acontecimientos desembocaban en la crisis ante Moscú y hacían su aparición las primeras y terribles heladas del invierno, ya se podían ver claramente los augurios. Sobre el papel, el Ejército alemán había conseguido su misión original; había destruido los efectivos estimados del Ejército Rojo… pero cada vez se encontraban más divisiones rusas. El carro de combate ruso T-34[2] había sido una terrible sorpresa para los sirvientes de los tanques y los cañones antitanques alemanes; era uno de los mejores tanques de la guerra y, también, amenazaba con conseguir la superioridad en el campo de batalla. Y un necio exceso de confianza en el OKW hizo que, cuando las primeras heladas marchitaron al Ejército alemán del frente del Este, su equipo de invierno estaba aún empantanado en la estación de Varsovia. El principal enemigo de los alemanes durante la Batalla de Moscú no fue el Ejército Rojo sino el frío.

Pero se mantuvo allí y el responsable fue Hitler. Echó a todos los generales que aconsejaron una retirada estratégica. Hizo más; se hizo cargo del mando del ejército que ostentaba Brauchitsch y lo retuvo hasta el final, en Berlín. Dio orden de defender cada pulgada de terreno; de que cada soldado tenía que morir en donde estaba. Con el intenso frío, era imposible cavar y enterrarse; los soldados murieron por millares, pero sus camaradas seguían manteniendo un frente intacto cuando, en marzo de 1942, se desencadeno la mal coordinada ofensiva de Stalin. Desde septiembre de 1939, el Ejército alemán había conseguido las mayores victorias de su historia; pero ninguna significaba nada, en el sentido de que lo que perseguían era el fin de la guerra y esto no se había logrado. Ahora la Gran Bretaña tenía un aliado del que el Ejército alemán no podría escapar nunca. Dos tercios de la Wehrmacht de Hitler habían caído sobre la Rusia Soviética y la tenían cogida por el cuello. Pero, después de lo de Moscú, nunca se atreverían a seguir… o a marcharse. Cuando el diminuto Afrika Korps[3], al mando del general Erwin Rommel[4] fue enviado a Libia en febrero de 1941, su única misión era defender Trípoli para Mussolini, después de una desastrosa serie de derrotas italianas en el desierto occidental. La preparación de la Operación “Barbarroja” era la obsesión del Alto Mando Alemán; y las primitivas fuerzas que se pudieron reunir para el Afrika Korps – la 15ª División Panzer y la 5ª División Ligera—no estarían completas hasta mayo de 1941. SE esperaba entonces que Rommel intentase un ataque limitado para recobrar la Cirenaica Occidental. La fulgurante serie de victorias de Rommel – dos meses antes de la fecha en que se suponía que podía empezar a actuar –, dejó estupefactos al OKW y al OKH. Era imposible reforzarlo, e incluso, suministrarle adecuadamente. El castigado Ejército británico hizo creer después que el Afrika Korps lo constituiría una elite de superhombres, entrenados en saunas para el desierto. Y no era así. El soldado alemán no se adaptó al desierto tan bien como el británico. En el Afrika Korps –el núcleo alemán de lo que llegó a ser el Panzerarme Afrika germano – italiano de Rommel—se comía mal en comparación con el 8ª Ejército británico (la carne de lata británica era un apreciado botín de guerra para los alemanes, lo que da una idea de lo malas que eran las raciones de éstos). La sanidad era un problema importante, donde el malo de la película era la disentería anebiana. El propio Rommel estaba dado de baja, con una enfermedad crónica, al acercarse la crisis del norte de África a principios del otoño de 1942. Sin embargo, las ventajas psicológicas y materiales de los alemanes sobre el 8ª Ejército eran vitales. La primera era el mismo Rommel, que se convirtió en el “coco” de los soldados ingleses del desierto. Sus tres “chapuzas” importantes – el primer ataque y sitio de Tobruk, el malograr la victoria de Sidi Rezegh en noviembre-diciembre de 1941 y su ataque al Alamein en julio de 1942—en su momento pasaron casi desapercibidas. Era flexible, impredecible y un líder nato de sus soldados. Su retirada desde El Alamein hasta Túnez fue una obra maestra. Venían a continuación las armas: los panzer, ya probados en combate, eran demasiado para los aliados hasta que el 8ª Ejército empezó a recibir tanques Grant y Sherman del ejército de los EEUU en 1942. Los Panzer eran muy buenos mecánicamente y sus cadenas no saltaban a las primeras de cambio. Otra idea luminosa de Rommel fue el uso entusiasta que hizo del cañón antiaéreo de 88 mm[5] como cazacarros. Una ventaja alemana más modesta fueron los “jerry-can”, los bidones de metal superprácticos, que nunca perdían agua y en la que se aprovechaba hasta la última gota. Esto era fundamental a causa del problema crónico que tenía el eje con los abastecimientos en el norte de África, con la isla de Malta justo en medio de las islas de suministro desde Sicilia y la península italiana. La pesadilla de Rommel era el combustible: después de una victoria, cuanto más lejos estaba de sus bases en Tripolitania, más difícil era abastecerle. No obstante, hubo dos veces en las que Rommel se vio favorecido por el hecho de que los británicos tuvieran que sacar tropas veteranas del desierto para mandarlas a otro sitio. Esto facilitó a Rommel su primera ofensiva (marzo-abril de 1941, cuando el general Wavell[6] estaba obsesionado por reforzar Grecia) y también la segunda (enero de 1942, cuando la ofensiva japonesa en Extremo Oriente volvió a “drenar” tropas británicas del teatro de operaciones del desierto). A mediados de abril de 1941 Rommel había desbordado la Cirenaica y estaba poniendo sitio a Tobruk[7]. La Operación “Barbarroja” estaba todavía a dos meses vista y Hlader, en el OKH, pensó que Rommel se había vuelto loco. En mayo y junio, Tobruk resistía aún, cuando Rommel rechazó dos torpes ataques británicos sobre sus posiciones avanzadas. En noviembre de 1941, después de un éxito inicial contra el primer intento serio del 8ª Ejército de liberar Tobruk, a Rommel se le fue la batalla de las manos y tuvo que retirarse a Tripolitania para evitar la destrucción de sus fuerzas. Reaccionó brillantemente en enero-febrero de 1942, llegando hasta Gazala. En mayo-junio de 1942 destrozó al 8ª Ejército en Gazala y, por fin, tomó Tobruk.

Se suponía que se detendría mientras se tomaba Malta; pero, en una “tormenta de ideas” oportunistas Hitler y Mussolini respaldaron las peticiones de Rommel para una inmediata invasión de Egipto, que fue detenida en El Alamein a primeros de julio. Por fin, Hitler estaba dispuesto a tomarse África en serio. Era demasiado tarde. Los desembarcos angloamericanos en Argelia coincidieron con la derrota de Rommel en El Alamein por un 8ª Ejército enormemente superior. SE llevaron tropas alemanas a Túnez para mantener abierta una cabeza de puente para el Panzerarmee de Rommel en retirada. Para febrero de 1943, se había cerrado el círculo. Después de un primer avance –un contraataque contra los norteamericanos en Kasserine[8] que tuvo un éxito inicial—las fuerzas del eje en Túnez se vieron forzadas a la defensiva. Rommel, enfermo de nuevo, fue evacuado de África antes del desastre final, los días 12 y 13 de mayo de 1943; un cuarto de millón de soldados alemanes caían prisioneros de los aliados. En buena parte, los alemanes perdieron el norte de África porque las victorias de Rommel dieron un status de prioridad a aquel teatro de operaciones, al tiempo que poco o nada se podía hacer allí para reforzar las tropas del Eje. De modo que las victorias de Rommel en África demostraron ser tan inútiles como las primeras victorias en Francia y en el Oeste de Rusia. Peor aún: cuantas más batallas ganaba Rommel y más avanzaban sus tropas, más débil se hacía su posición. Las tropas alemanas al mando de Rommel dieron origen a la llegada del Afrika Korps[9] y combatieron de forma soberbia.

Por todo lo que consiguieron con su magnífica campaña fue esta leyenda. En los primeros días de febrero de 1943, la ofensiva alemana de 1942 llegó a su desastroso final con la aniquilación del 6º Ejército, atrapado en Stalingrado, sobre el Volga, desde el 23 de noviembre de 1942. La segunda ofensiva rusa de invierno de desquite, arrebató al Ejército alemán todas las conquistas territoriales que había hecho desde el 28 de junio y la empujó detrás de su línea de partida. Una brillante maniobra del general Manstein estabilizó el frente dejando un abultado saliente hacia el Oeste, alrededor de Kurks[10]; pero la pérdida del 6º Ejército privó al Ejército alemán en Rusia de su unidad de campaña más potente. Luego vino el segundo desastre de Túnez. Entre las dos derrotas, los efectivos combatientes del Ejército alemán perdieron cerca de medio millón de hombres. A pesar de todo, gracias a los arduos esfuerzos de Guderain y Speer, se había empezado el reequipamiento de las divisiones panzer con tanques Panther y Tigre (“Pantera” y “Tigre”) y Hitler estaba decidido a lanzar una tercera ofensiva de verano. Así que no había reservas en absoluto cuando los aliados lanzaron su asalto sobre el sur de Europa con la invasión de Sicilia, el 10 de junio.  En ese momento, Mussolini seguía en el poder e Italia todavía estaba en guerra. El mariscal de campo Kesserling[11], comandante en jefe de la Europa del Sur, reforzó a la vacilante guarnición italiana con dos divisiones alemanas, cuya tenacidad en el combate hizo mucho para retardar el avance aliado. Las dos divisiones fueron evacuadas a la península italiana para unirse a la guarnición alemana que ya estaba reuniéndose bajo la dirección de Kesserling. Sus disposiciones se vieron favorecidas por la disposición de Hitler de asegurar Italia con tropas alemanas, que se hizo en tiempo oportuno cuando Badoglio, el sucesor de Mussolini, saco a Italia de la guerra y las fuerzas de Eisenhower realizaron la invasión del norte de Europa. La segunda circunstancia afortunada para Kesserling fue que los aliados decidieron no “ir a por todas” y atacar directamente hacia Roma. En vez de esto, su segunda oleada desembarcó el 3 de septiembre en Salerno, horas después de que la 16ª División Panzer hubiese llegado a la zona para desarmar a las tropas locales italianas.

La angostura de la batalla de Salerno, (del 9 al 17 de septiembre) fue un regalo del cielo para los defensores alemanes de la Italia central. Cuando los quebrantados aliados se reunieron y se prepararon para continuar su avance, se encontraron enfrente no sólo a un enemigo decidido y al peor otoño que se había visto en Italia en muchos años, sino a los accidentes naturales de la península italiana (montañas, cordilleras, colinas y cursos de agua), que estaban todos a favor de las tropas alemanas. Estos accidentes fueron explotados por loa alemanes al máximo en la brillante batalla defensiva de Monte Cassino[12] (diciembre de 1943-mayo de 1944). Una vez más, los comandantes aliados subestimaron la resistencia y flexibilidad de las tropas alemanas. Los que lograron los éxitos alemanes fueron pequeñas unidades de paracaidistas y “panzergranaderos” (así se denominaban las antiguas divisiones motorizadas desde 1942), combatiendo en estrecha cooperación, aunque estuviesen temporalmente aislados. Los soldados de Kesserling se mantuvieron firmes incluso cuando los aliados hicieron un desembarco por sorpresa detrás de sus líneas en Anzio-Neptuno, en enero de 1944. Con otra brillante improvisación, Kesserling consiguió mantener el frente de Anzio[13] con un variado surtido de cocineros, ordenanzas y otras fuerzas de retaguardia, rebañados apresuradamente y lanzados al sector. Al cabo del tiempo, la Línea de Cassino fue rota por tropas coloniales de montaña francesas y los agotados defensores alemanes se vieron amenazados con quedar rodeados.

La determinación de Kesserling de no ceder evitó un nuevo desastre total y los alemanes se retiraron combatiendo hasta la “Línea Gótica”, más al norte: una línea de posiciones de las que la mayor parte no se había completado. Una vez más, vino en ayuda de los alemanes la retirada de las fuerzas aliadas para enviarlas a otros teatros de operaciones. Cuando se aproximaba el invierno de 1944, Kesserling todavía mantenía una firme línea del frente en el norte de Italia, al sur del río Po. Su adversario, el general Alexander, se vio obligado a retirarse y planear otro asalto. Éste se lanzó el 9 de abril. Para entonces, Kesserling había sido llamado para tomar el mando del tambaleante frente occidental; si hubiese seguido en Italia, quizás no hubiera habido mucha diferencia. La energía e ingenuidad del ataque aliado (especialmente el asalto anfibio cruzando el lago di Como) agotó el frente alemán y la retirada a través del Po fue una carnicería. Unas negociaciones secretas entre el jefe de las SS en Italia y el Departamento americano de Servicios Estratégicos tuvo una consecuencia inevitable, la rendición, el día 2 de mayo de 1945, las tropas alemanas del “frente sur”: Italia y Austria, con un total aprox. De un millón de soldados. Si hubo una campaña que justificase los objetivos de la instrucción del ejército alemán en la época del Reichwehr –la formación del “combatiente que piensa”, que pudiese operar con eficacia en las pequeñas unidades—esta fue la campaña italiana. Los aliados se vieron detenidos una y otra vez, no sólo por sus errores tácticos y de cálculo, sino por la capacidad de adaptación y la resistencia del soldado alemán. Los aliados fomentaron, para la propaganda, el mito de que las tropas alemanas en Italia eran “nazis fanáticos”. Esto era así: como es natural, había de todo, pero unidos todos por un espíritu profesional común. El desastre de Stalingrado se debió a tres factores principales: En primer lugar, los rusos estaban aprendiendo muy deprisa a no desperdiciar grandes contingentes de soldados dándoles órdenes que supiesen el peligro de quedar cercados. En segundo lugar, la estrategia alemana dispuesta por Hitler era un caos: ni una cosa ni otra; una desastrosa forma de reducir a la mitad los recursos con que contaba el Ejército alemán. Cuando todo ello dio como resultado el cerco del 6º Ejército en Stalingrado, la obstinada insistencia de Hitler en que éste debía mantenerse sobre el terreno, firmó su sentencia de muerte. Stalingrado se podía haber tomado en agosto con un ataque potente; pero la potencia, bajo la forma del 4º Ejército Panzer, no estaba a mano; estaba perdiendo el tiempo retirándose de los pasos del Don más al sur, donde no hacía falta y nunca debió enviársele. En septiembre pudo haber caído Stalingrado bajo una serie de complicados ataques concéntricos, pero las embestidas tipo “mazazo” del comandante alemán von Paulus[14] –en su primer mando independiente—eran enormemente costosas y desembocaron en una demoledora batalla de desgaste en la que los rusos llevaban la mejor parte.

Mientras tanto, las reducidas divisiones italianas y rumanas, que flanqueaban al 6º Ejército, eran marcadas como objetivo de la contraofensiva que preparaba Zhukov[15]. Tampoco se había podido lograr la obsesión de Hitler: los campos petrolíferos de Kuban y del Cáucaso. El 1er. Ejército Panzer de Kleist[16] se dio cuenta de que, cuanto más lejos llegaba, más duros eran los combates; las cosas iban a peor. A finales de octubre, los alemanes estaban detenidos en el Alto Cáucaso y a lo largo de la línea del río Terek. El desastre final de Stalingrado se debió en parte a dos batallas defensivas ganadas brillantemente por el Ejército alemán: la de Demyansk y Khohm, durante la contraofensiva de Moscú. En ella, grandes contingentes de fuerzas alemanas habían rechazado con éxito a los rusos hasta que los liberaron. Pero Stalingrado era algo distinto: el 6º Ejército era la unidad más grande que tenían los alemanes en el Frente Sudeste: unos 300.000 hombres. Los hombres atrapados en Stalingrado murieron o cayeron prisioneros a causa de los tremendos errores del Alto Mando que había creado Hitler. Paulus y su Estado Mayor dijeron que podían resistir si se les suministraba por aire los recursos suficientes; Goring dijo que podía hacerlo, Hitler decidió creer en los dos; los oficiales, tanto los combatientes como los de suministros, que protestaron porque conocían la situación real, fueron silenciados. En su lucha sin esperanza, el 6º Ejército consiguió algo: mantuvieron fijados a siete ejércitos soviéticos que, de otra manera, hubieran entrado por el hueco en que el frente alemán estaba roto. Esta obertura fue cerrada brillantemente en febrero-marzo de 1943 mediante una serie de contraataques acorzados de Manstein[17], quien recobró Jarkov, pero dejando en el frente un saliente puntiagudo hacia el Oeste, alrededor de Orel y Kursk. Los éxitos de Manstein tuvieron el mismo efecto fatídico que los primeros transportes aéreos a Demyansk y Kursk: trajeron consigo un exceso de confianza. Hitler estaba convencido de que una nueva ofensiva, esta vez con los nuevos tanques que se estaban entregando a toda prisa a las fuerzas panzer, cosecharía finalmente un éxito. Este plan restó importancia a la desagradable verdad de la potencia acorazada rusa, el hecho de que el saliente de Kursk era el sector más fuerte de la línea rusa y a la certeza de que los nuevos blindados alemanes aún no estaban bien preparados para el combate. Los tres factores dieron como resultado unas encarnizadas batallas de carros en los flancos norte y sur del saliente de Kursk. (Del 4 al 13 de julio), que terminaron con la posibilidad de formar una reserva alemana fuerte en el Este y pusieron a la defensiva a los ejércitos alemanes que continuaron allí hasta el final de la guerra. La “Operación Barbarroja” había hecho caso omiso de la realidad desde el principio. No se había marcado ningún objetivo estratégico final: el único que se había mencionado era la absurda línea “A-A”. También se había subestimado el problema de los suministros cuanto más lejos llegaban los ejércitos alemanes, más amplio se hacia el frente y los problemas logísticos eran los de una campaña normal elevadas al cuadrado o al cubo.

Por otra parte, los tres primeros años de la campaña de Rusia mostraron cómo las magníficas cualidades de los combatientes del Ejército alemán podían restablecer cualquier situación aparentemente desesperada. En Kursk se desperdició todo esto; fue poco más que tirar un puñado de piedras de una sola vez. Era inevitable: tanto en el ataque como en la defensa, el peso recayó sobre la infantería alemana. Así había sido desde Moscú. En compensación, el Ejército alemán había aprendido mucho de los fallos esenciales del Ejército Rojo; seguir las órdenes al pie de la letra y una fácil tendencia al pánico en caso de sorpresa. Pero el peso y el ritmo de la persecución rusa en el verano y el otoño de 1943 impidieron a los alemanes llevar a cabo el sueño militar de una “retirada táctica en orden” hasta el bastión del río Dnieper. Y fue sobre el Dnieper donde el Ejército alemán aprendió otra lección: la imposibilidad práctica de eliminar las cabezas de puente rusas al otro lado del río, una vez establecidas y reforzadas. Había comenzado la larga retirada hasta las mismas ruinas de Berlín. “¿Qué, que podemos hacer? ¡Haced la paz idiota! ¿Qué otra cosa podéis hacer? “Ésta fue la irritada respuesta de Rundstedt[18] a un atemorizado Keitel en julio de 1944. Y ésta era la situación, simple y llanamente, y no hacía falta un profesional experimentado como Rundstedt para verlo. Pero, seis meses antes, no era este el caso. Alemania podía haber continuado luchando con buenas posibilidades de llevar a los aliados a un impasse, o callejón sin salida, aunque fuese temporal.

Pero la incógnita esencial era el problema de lo que sucedería cuando los aliados lanzasen su invasión en el Oeste: la fórmula inevitable para la derrota alemana. Jodl fue el primero que había ideado el audaz plan de retirarse directamente a la frontera oriental del Reich, reduciendo la mitad la anchura del frente del Este y enviar las tropas que se ahorraban aquí como contrafuerte de las guarniciones que estaban a lo largo de la costa del canal. Con Rommel, que apostaba por hacer inexpugnable la costa –y, si le hubiesen dado un par de meses más, probablemente los hubiera conseguido – esto hubiera hecho que la situación no fuese imposible y le hubieran dado al Reich una oportunidad de combatir. Pero, inevitablemente, Hitler no quería ni oír hablar de esto. Se aferraba a su obsesión de mantener cada pulgada de terreno, aunque no tuviera valor. De esta forma, el Ejército alemán del Este estaba condenado a librar las terribles batallas de la Rusia Blanca, en junio-julio de 1944, que llevaron al Ejército Rojo hasta el Vístula y consumieron al Grupo de Ejércitos Centro. Para entonces los británicos y los americanos ya habían conseguido desgastar a sus agotadas fuerzas en Normandía y habían roto hacia el Este, hacia el Sena. Las mandíbulas del círculo aliado habían empezado su inexorable tenaza, que iba a terminar en mayo de 1945, con Alemania partida en dos. El “complot de los generales”, el 20 de julio de 1944, que estuvo a punto de matar a Hitler, de hecho fue realizado por un pequeño grupo de activistas motivados por la errónea creencia de que los aliados preferían negociar con ellos una vez que Hitler hubiera desaparecido de la escena. La reacción de la mayoría del Ejército fue considerarlo como una traición a sus sacrificios en campaña. Incluso Guderain aceptó formar parte de un consejo de guerra contra algunos oficiales después del fracaso del complot. Fue una decisión personal muy significativa.

La tragedia para el Ejército alemán fue que, cuando sobrevino el desembarco de Normandía, nunca había estado mejor equipado. Su infantería tenía cohetes antitanque (Panzerfaust[19] y Panzerschreck[20]) y tanques pesados, a los que sólo el híbrido angloamericano Sherman “Firefly[21]”, con su cañón de 17 libras y el ruso JS-3 se podía enfrentar con confianza: la producción de armas nunca había sido mayor. Pero era demasiado tarde. La ofensiva aérea aliada, dirigida por fin contra el doble talón de Aquiles alemán –los carburantes y el sistema de transportes—estaba empezando a hacer sus efectos. A pesar de todo, los avances aliados por tierra, tanto en el Este como en el Oeste, durante el verano de 1944 se detuvieron por puro agotamiento e hicieron inevitable la campaña de invierno. Ahora se trataba, nada más y nada menos, que de la defensa del Reich, que podía haberse prolongado; pero la fuerza acorazada que Hitler consiguió reunir durante el otoño de 1944 fue malgastada en la demostración de diversión en las Ardenas, en el Oeste, haciendo desaparecer las últimas reservas de gran calidad que podían haber intervenido frente a la terrible ofensiva rusa de enero-febrero de 1945. Ésta llevó directamente al Ejército Rojo directamente al río Order, mientras los británicos y los americanos estaban aún desgastándose en la línea Sigfrido, en el Oeste.

Durante las defensas del Reich hubo otros factores que debilitaron al Ejército alemán aún más: la necesidad de destacar fuerzas al sudoeste, para apuntalar la tambaleante moral de Hungría y la nueva obsesión de Hitler: defensa de las “Fortalezas”. Esto se redujo a declarar cada ciudad como “fortaleza” y asignarle concentraciones de tropas en una fútil defensa. En Curlandia había también 20 inútiles divisiones atrapadas que Hitler no quiso evacuar, y que tan necesarias hubieran podido ser en la defensa de Berlín. El dique occidental se desplomó cuando los británicos y los americanos rompieron en marzo la barrera del Rhin y cercaron todo el Ruhr, junto con el comandante en jefe del Oeste, el mariscal Model . La bolsa del Ruhr fue la más grande que se había hecho nunca: al terminar se tomaron unos 330.000 prisioneros alemanes; todo un Ejército de buenos soldados que mejor situados y posiblemente mejor dirigidos hubieran creado graves problemas al avance aliado. Para entonces Zhukov y Koniev habían lanzado el asalto final desde el Order. Incluso entonces, superado en más de dos a uno en hombres y aviones y en más de cuatro a uno en tanques y cañones, el general Gothard Heinrich paró en seco a Zukhov durante más de 48 horas, antes de ser desbordado por el Norte y por el Sur. Con fuerzas que, en los “días de gloria” 1940 y 1941 se había considerado una lastimosa muralla, los valerosos soldados del Ejército alemán hicieron pagar muy caro a los rusos su victoria final. Entre el 16 de abril y el 18 de mayo, los rusos en versiones todavía no cuantificadas se calcula que perdieron entre 340.000 y 400.000 hombres entre muertos, heridos y desaparecidos en la llamada “Batalla de Berlín”.

Por haber conseguido tanto, soportado tanto y resistido tanto tiempo contra fuerzas tan superiores, el Ejército alemán de la época de Hitler tiene un puesto de honor en la historia militar. Perdió por le pidieron que hiciera lo imposible. Nunca se le tenía que haber obligado a hacer las cosas que hizo. La misión de los estrategas es procurar que a sus ejércitos no se les pida lo “imposible”. Los ejércitos de Hitler empezaron la guerra con una gran ventaja sobre los de sus enemigos. Al revés que éstos, cuyas fuerzas armadas habían sido reducidas casi a la impotencia por los gobiernos de tiempo de paz en las décadas de 1920 y 1930, el Ejército alemán estaba en 1939, muy bien equipado para la guerra, eso sí para una guerra corta de 1 o 2 años. Alemania no estaba preparada para una contienda tan larga y sangrienta como esta. Sin embargo, no era la encarnación de la guerra moderna. El transporte hipomóvil (especialmente remolcando cañones) seguía siendo esencial e, incluso en una época tan tardía como la invasión de Rusia, el Ejército alemán se ufanaba de tener una división completa de caballería a caballo. Tampoco era un modelo impecable de organización: como en cualquier ejército, en el alemán de la II Guerra Mundial había muchos insensatos que morirían enseguida llevándose con ellos una innecesaria cantidad de vida de buenos soldados durante la guerra. Alemania movilizó 12 millones de soldados durante la guerra; las pérdidas en vidas se estiman en unos 5 millones. Pero en conjunto, la motivación de la Alemania de Hitler de “cañones por mantequilla “había hecho un buen trabajo para las fuerzas armadas alemanas. Para empezar por abajo, las armas de infantería constituyeron un buen ejemplo. El fusil estándar de infantería en 1939 era el Mauser del 0.98 K, bien preparado para el tiempo, que era un excelente oponente del Lee Enfield británico[22] de 0.303 pulgadas.

El fusil alemán, con su cadencia de fuego más baja, no era un arma inferior de por sí: era así porque el Ejército alemán tenía ideas muy claras sobre la cadencia de fuego correcta para obtener una mejor precisión. (A los reclutas alemanes se les enseñaba a hacer sus primeros cinco disparos y luego respirar hondo, en vez de la regla británica de “quince disparos rápidos”). Pero esto no quiere decir que se desechase la potencia de fuego. El Ejército alemán tenía algunas de las mejores armas automáticas de la guerra. Entre ellas estaba el famoso y mal llamado “Schmeiser”: el Maschinenpistole MP-38 y su inmediato sucesor, el MP-40. Éste era el   subfusil alemán estándar de la guerra, y se fabricaron más de un millón. Vino después el Sturmgewehr St 644[23], un fusil automático corto. En lo que se refiere a ametralladoras, surgió un formato completamente nuevo con las ametralladoras ligeras MG-34 y MG-42, dos armas clásicas más con asombrosas cadencias de fuego: la ráfaga de la MG-42 era de 20 disparos por segundo; se decía que, cuando tiraba, el cañón sonaba como si estuviese desgarrando percal. También en artillería el soldado alemán le resultaron muy útiles los modelos conservadores. Aparecieron macizos cañones de sitio: el Mauser Karl (600mm) y el Kannone Dora se encontraban entre los más famosos. Tuvieron algunos éxitos, como el romper las torretas acorazadas soviéticas en Sevastopol; pero Hitler tenía la manía de sobre valorarlas, como una vez que dejo pasmado a Guderain porque quería que las utilizase ¡contra los tanques! La guerra acorazada en la Segunda Guerra Mundial desencadenó la inevitable escalada entre los cañones que rompían la coraza y los blindajes resistentes a los proyectiles; el cañón Pak de 35mm, con el que el ejército fue a la guerra, fue adecuado hasta que las tripulaciones de los Panzerjager (cazatanques) se toparon con el carro ruso T-34. La guerra entre el cañón y la coraza produjo el Pak-50 y el Pak –75, pero mucho antes que ellos debuto en el campo de batalla el cañón antiaéreo de la Luftwaffe de 88 mm, que se había reconvertido como el cazatanques definitivo. A pesar de su alta silueta (parecía un andamio, a menos que se enterrase en posición estática), el “88” podía competir con los carros ingleses. En los “días gloriosos” del período de dos años de las divisiones Panzer, tenían a los Pzkw Mks III[24] y IV como fundamentos gemelos. Ambos eran máquinas relativamente pequeñas y mecánicamente fiables (no se había diseñado pensando en las tremendas distancias de Rusia). Los aliados no tenían nada que pudieran con ellos, aunque el carro británico “Matilda”, con su proyectil macizo, podía sobrevivirles, marchando torpemente con su motor de autobús de Londres a unas animosas —pero totalmente inadecuadas—8 millas por hora. La mayor ventaja que tenían los alemanes es que los “virtuosos” de los tanques nunca se molestaron en fabricar tanques “de infantería”, con la idea de cooperar con los “pisahormigas”. Pero Rusia o, más exactamente, el carro T-34 cambió todas las especificaciones previas de los Panzer. Ahora se necesitaba más velocidad, más coraza –inclinada lo más posible—y un cañón más grande. El resultado fue el soberbio Panther (Pzkw V) con su cañón de 75mm; y los dos carros; el Tigre I y el King Tigre II, con sus cañones de 88mm.

Una de las mejores sorpresas sobre la máquina alemana de guerra es el tiempo que tardaba en organizarse, lo que explica por qué los carros Panther y Tigre, en realidad, no estaban listos para el choque masivo de tanques de Kursk, en julio de 1943. Sin embargo, la influencia de Hitler fue ruinosa y, en cierto modo, ejemplificaba toda su actuación como supremo señor de la guerra en Alemania. Tenía razón al querer un cañón de 50mm “largo” para el carro MK III; el departamento de artillería del ejército le había desobedecido, asignándole el 50 “corto”, con menos potencia de impacto. Hitler nunca lo perdonó. Lo que empeoró las cosas fue su aislamiento gradual de la realidad. Insistía en que se desarrollase un tanque para el combate callejero. El Elefant[25], de 88 toneladas, era una concepción inútil, porque su cañón de asalto sin torreta era un arma de apoyo a la infantería y necesitaba ametralladoras para luchar contra la infantería enemiga. El Elefant no las tenía. La obsesión de Hitler por el tamaño dio como resultado el diseño del Maus: un cañón pesado de 188 toneladas que iba a ir armado con una torreta y con ¡un cañón de 128 mm y otro cañón coaxial de 75mm! (nunca paso de la fase de simulacro, pero se perdió demasiado tiempo con él). Estaba también el Sturmtiger, un casco de Tigre transportando un lanzacohetes de 15 pulgadas: un trasto inútil para el campo de batalla, si es que alguna vez hubo alguno. Un campo en el que el Ejército alemán abrió camino fue en el de los cohetes. Los soldados alemanes habían experimentado en Rusia los terroríficos efectos de un bombardeo en masa con cohetes: los temidos Katiuska u “órganos de Stalin”, como los llamaban sarcásticamente los alemanes. A principios de 1943, el Ejército alemán tenía su propio lanzacohetes de 6 cañones: el Nebelwefer o “lanzador de humo”; era como para crispar los nervios a cualquiera, aunque demasiado pesado arriba como para permitir una descarga simultánea de los seis cohetes. En 1944 y 1945 se estaban haciendo experimentos para emular a los Katiuskas móviles[26], montando lanzadores de cohetes sobre tractores semiorugas. Para entonces también habían aparecido los primeros “bazokas” de infantería, con los lanzacohetes sin retroceso Panzerfaust y Panzerschrek. Esto obligó a tomar medidas poco ortodoxas: los tanques rusos que aplastaron Berlín en 1945 llevaban muelles de colchón sobre su coraza frontal, para hacer detonar los proyectiles de carga hueca antes de llegar al blindaje. En campaña, el soldado alemán estaba básicamente bien atendido, con alguna excepción devastadora. La más conocida es la que ocurrió en la primera campaña de Rusia, cuando el exceso de confianza en las alturas hizo que los uniformes de invierno no llegaran a tiempo al frente para la batalla de Moscú. En el Ejército alemán hubo bastante insubordinación burocrática, pero nunca parecía trabajar a favor del soldado alemán. La historia del Gluehwein helado, lanzado solamente en paracaídas en la bolsa de Stalingrado fue algo absurdo, pero estaba justificado. Los soldados que se morían de frío frente a Moscú, mientras los buenos ciudadanos del Reich donaban sus abrigos de piel para mandarlos al frente, eran propensos a creer historias como ésta. El alemán era un ejército europeo y en el único teatro de operaciones exótico en el que actuó –el norte de África—los servicios esenciales no funcionaban bien. El equipo tropical inicial que se entregó al Afrika Korps incluía un macizo salacot para el sol. Mucho más serio fue que los alemanes no se adaptaron al desierto. Nunca estuvieron a gusto en él y tanto los alimentos como el servicio de sanidad dejaban mucho que desear. El propio Rommel tuvo que retirarse con una baja de enfermedad en vísperas de El Alamein, con disentería anebiana. La comida era monótona y deficitaria en vitaminas: el pan, hecho en campaña tenía un nivel alto, aunque desde luego ningún ejército de la II Guerra Mundial alcanzó nunca la satisfacción del sistema americano; (el “record “lo tuvo el 3er. Ejército de Patton, con un 90% de ingresos hospitalarios, y sólo el 2% de mortalidad del total). Los servicios médicos alemanes funcionaron incluso durante la tragedia de Stalingrado, mientras siguieran llegando aviones. Para resumir, tenemos que volver sobre el hecho categórico de que Alemania no estuvo “rodada” del todo para la guerra total hasta 1944 y era inevitable que el ejército se resistiese a ello. Lo que tenían los soldados para combatir era bueno. Pero los expertos de la retaguardia –dejando aparte la producción de las fábricas—nunca podían igualar la implacable velocidad con lo que los rusos o los norteamericanos se agarraban a una buena idea, resolvían los problemas iniciales esenciales, y lanzaban el producto. En cierto modo fue inevitable que, en lo relativo al material, la historia aliada entre 1941 y mediados de 1942 fuese “demasiado poco y demasiado tarde”. Desde allí en adelante, el juego estuvo en el otro lado. Es fácil echarle toda la culpa a Hitler y decir que si quería hacer una guerra total tenía que haberse preparado para ella. Tenía sus expertos y les dejó hacer mucho más de lo que se suele reconocer. Pero nada de esto va en detrimento de sus combatientes, que tuvieron que sufrir las consecuencias.

[1] Günther Adolf Ferdinand von Kluge, conocido como Günther von Kluge, apodado “Kluger Hans” (equivalente a Juan el listo, juego de palabras en alemán, pues klug significa listo, inteligente), fue un militar alemán con el grado de Mariscal de Campo de la Wehrmacht

[2] El T-34 es un tanque medio de fabricación soviética que fue producido entre 1940 y 1958 El desarrollo del T-34 partió de la serie de tanques rápidos BT, y del M1928 Christie con blindaje inclinado, con la intención de reemplazar al BT y al tanque de infantería T-26. Tras el poco éxito de los tanques soviéticos en la Guerra Civil Española, la falta de protección se hizo notable. El T-34 era el tanque que mejor equilibraba potencia de fuego, movilidad y protección de los existentes, aunque inicialmente su eficacia en el campo de batalla fue malograda debido a la mala disposición ergonómica del compartimiento de la tripulación, la carencia de radios, la falta de municiones y el empleo de tácticas pobres, así como una anticuada cadena de mando. A finales de 1943 se introdujo el mejorado T-34-85, con un cañón de mayor potencia.

[3] El Deutsches Afrikakorps (DAK) fue una fuerza militar alemana enviada al norte de África en 1941 como respaldo de las tropas italianas que estaban siendo derrotadas por los británicos durante la Segunda Guerra Mundial. Sus comandantes fueron el General feldmarschall Erwin Rommel, conocido como el Zorro del Desierto y Hans- Jürgen von Arnim Tras una serie de victorias, finalmente fueron derrotados en la Segunda Batalla de El Alamein (del 23 de octubre al 3 de noviembre de 1942) por las tropas británicas comandadas por el general Bernard Law Montgomery

[4] Fue un general y estratega militar alemán. Popularmente apodado El Zorro del Desierto, sirvió como mariscal de campo en la Wehrmacht de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Rommel fue un militar muy condecorado durante la Primera Guerra Mundial y recibió la prestigiosa medalla Pour le Mérite por sus acciones en el Frente italiano. En 1937 publicó su libro clásico de tácticas militares, La infantería al ataque, basado en sus experiencias durante la Gran Guerra. En la Segunda Guerra Mundial se distinguió como comandante de la 7.ª División Panzer durante la invasión de Francia en 1940. Su liderazgo de fuerzas alemanas e italianas durante la Campaña en África del Norte al frente del Afrika Korps le hicieron ganar una gran reputación como el más hábil comandante de tanques de la guerra y el apodo de WüstenfuchsZorro del Desierto. Entre sus rivales británicos también adquirió fama por su caballerosidad, razón por la que la campaña norteafricana se conoce también como «la guerra sin odio».1 Más tarde comandó a las fuerzas alemanas que se enfrentaron a los Aliados en la invasión de Normandía en junio de 1944. Rommel apoyó la toma del poder por parte de los nazis y de Adolf Hitler, aunque siempre se mostró contrario al antisemitismo yla ideología nazi, mientras que su conocimiento del Holocausto sigue siendo materia de debate entre los historiadores. Rommel estuvo implicado en el atentado del 20 de julio de 1944 para asesinar a Hitler. Debido a su estatus como héroe nacional, Hitler quiso deshacerse de él de manera discreta en lugar de ejecutarlo como al resto de implicados. Por eso, a Rommel le dieron la oportunidad de cometer suicidio a cambio de que su reputación se mantuviera intacta y de que su familia no fuera perseguida después de su muerte, o por otra parte encarar un juicio que resultaría en su desgracia y ejecución. Eligió el suicidio con una píldora de cianuro. Al mariscal se le concedió un funeral de estado y se dijo a la opinión pública que había sucumbido a las heridas sufridas por el ametrallamiento de su coche en Normandía

[5] El cañón de 88 mm FlaK 18/36/37/41 fue una pieza de artillería alemana usada durante la Segunda Guerra Mundial. Usada tanto como artillería antiaérea como anticarro, consiguió su fama gracias a este segundo papel, ya que podía penetrar el blindaje (100 mm) de cualquier carro de combate a grandes distancias, por lo que era efectiva contra los carros de combate pesados soviéticos KV-1 y KV-2. El modelo Pak 43, por ejemplo, podía penetrar 167 mm de blindaje a 1000 m. Era conocido por los alemanes como Acht-Acht (Ocho-ocho).

[6] Archibald Percival Wavell, 1.er conde Wavell, fue el comandante británico (posteriormente mariscal de campo) de las tropas de Gran Bretaña durante la Campaña del Norte de África durante la Segunda Guerra Mundial y penúltimo Virrey de la India entre 1943 y 1947. Predecesor habitual de Auchinleck, en este teatro de operaciones venció a los italianos para finalmente ser derrotado por Rommel y su inédito Afrika Korps. Es conocido también por el mando de la Operación Compass (1940-41) y sus «Treinta mil de Wavell».

[7] El Sitio de Tobruk fue un asedio impuesto por las Fuerzas del Eje durante 240 días sobre la población-fortaleza aliada de Tobruk en 1941, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. El sitio comenzó el 10 de abril, cuando una fuerza germano-italiana dirigida por Erwin Rommel atacó Tobruk y sometió la ciudad a un asedio que continuaría durante varios meses hasta el 27 de noviembre, cuando las fuerzas del 8.º Ejército británico levantaron el sitio durante la Operación Crusader. Sin embargo, Tobruk cayó finalmente en manos del Eje en junio de 1942 como consecuencia de la batalla de Gazala

[8] La batalla del paso de Kasserine fue un enfrentamiento bélico ocurrido en febrero de 1943 durante la Campaña de Túnez de la Segunda Guerra Mundial. Esta batalla tuvo lugar en el paso de Kasserine, que es una brecha de 3.2 km de ancho en la cordillera del Atlas en el oeste de Tunez.

[9] El Deutsches Afrikakorps (DAK) fue una fuerza militar alemana enviada al norte de África en 1941 como respaldo de las tropas italianas que estaban siendo derrotadas por los británicos durante la Segunda Guerra Mundial. Sus comandantes fueron el General feldmarschall Erwin Rommel, conocido como el Zorro del Desierto y Hans- Jürgen von Arnim. Tras una serie de victorias, finalmente fueron derrotados en la Segunda Batalla de El Alamein (del 23 de octubre al 3 de noviembre de 1942) por las tropas británicas comandadas por el general Bernard Law Montgomery

[10] La batalla de Kursk, también denominada Operación Zitadelle (Ciudadela), da nombre a una serie de choques armados que tuvieron lugar entre julio y agosto de 1943 en la región de ese mismo nombre en Rusia en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. En ella, las tropas del ejército alemán harían el último esfuerzo ofensivo en el frente del este, agrupando el grueso de sus fuerzas acorazadas y sus más modernas armas, pasando por las unidades más potentes y sus generales más prestigiosos, enfrentándose contra las tropas del Ejército Rojo de la Unión Soviética

[11] Albert Konrad Kesselring fue un Generalfeldmarschall alemán que comandó el Grupo de Ejércitos C durante la Segunda Guerra Mundial. Llegó a ser uno de los comandantes más competentes y populares, siendo además uno de los 27 únicos militares que fueron galardonados con la cruz de hierro con hojas de roble, espadas y diamantes. Los aliados le apodaron «Albert el sonriente» o «Kesselring el sonriente», y sus propias tropas “Tío Albert”. En 1904 Kesselring se unió al Ejército Bávaro como oficial-cadete, sirviendo en la rama de artillería. Se formó como observador militar en globos en 1912 y durante la Primera Guerra Mundial sirvió en ambos frentes, Occidental y Oriental, siendo destinado al Estado Mayor. Kesselring permaneció en el Ejército después de la guerra, pero fue licenciado en 1933 para pasar a encargarse del Departamento de Administración en la Comisaría del Reich para la Aviación, donde estuvo involucrado en el restablecimiento de la industria de aviación y puso los cimientos para la creación de la Luftwaffe, sirviendo como Jefe de Personal desde 1936 hasta 1938.

[12] La batalla de Montecassino (también conocida como la batalla por Roma y la batalla por Cassino) fue una serie de cuatro duras batallas durante la Segunda Guerra Mundial, peleadas por los Aliados con la intención de atravesar la Línea Gustav, y tomar Roma

[13] La batalla de Anzio fue parte de las operaciones militares de la Segunda Guerra Mundial y duró desde el 22 de enero de 1944 hasta el 24 de mayo del mismo año. Esta batalla se libró en los alrededores de las antiguas ciudades de Anzio y Nettuno, al desembarcar unos 40 000 soldados aliados como parte de la Operación Shingle

[14] Friedrich Wilhelm Ernst Paulus fue un general alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Tuvo a su cargo el sexto ejército alemán y dirigió la frustrada invasión alemana a la ciudad soviética de Stalingrado. Fue ascendido por Hitler a mariscal de campo para que no se rindiera, ya que ningún mariscal se había rendido nunca en la historia alemana. Pero luego de meses de resistencia y tras la muerte de la mayor parte de su ejército, cercado totalmente, enfermo, sin provisiones y en pleno invierno ruso, se rindió ante los soviéticos, finalizando así la batalla más sangrienta de la historia de la humanidad y que marcaría el fin del avance alemán en el Este.

[15] Gueorgui Konstantínovich Zhúkov fue un político, militar y mariscal de la Unión Soviética, considerado uno de los comandantes más destacados de la Segunda Guerra Mundial. Conocido por vencer a los japoneses en 1939 durante la batalla de Jaljin Gol y durante la Segunda Guerra Mundial por sus triunfos contra los alemanes en las batallas de Moscú, Stalingrado, Leningrado, Kursk, en la Operación Bagratión y en la toma de Berlín

[16] El I Ejército Panzer fue una gran formación dentro de las unidades blindadas del Heer (Ejército) alemán durante la segunda guerra mundial

[17] Erich von Manstein (nacido Fritz Erich von Lewinski; fue un mariscal de campo (Generalfeldmarschall) alemán, considerado uno de los más grandes estrategas militares de la Alemania nazi

[18] Karl Rudolf Gerd von Rundstedt fue un militar alemán que alcanzó el rango de Mariscal de Campo (Generalfeldmarschall), conocido por ser uno de los mejores generales de la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial y por tener un punto de vista apolítico a lo largo de toda su carrera.

[19] El Panzerfaust (“puño blindado” en alemán) era un lanzagranadas antitanque de origen alemán, utilizado por la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial. A diferencia del bazooka estadounidense, o del también alemán Panzerschreck, fue concebida para ser desechada una vez disparada. Si bien su tubo lanzador podía reutilizarse en fábrica, esto no se solía hacer. Solamente al final de la guerra, con el potencial industrial reducido, se empezaron a guardar los tubos lanzadores para ser recargado

[20] Panzerschreck era el nombre popular del Raketenpanzerbüchse (abreviado RPzB), un lanzacohetes antitanque reutilizable de calibre 88 mm desarrollado por Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Otro nombre popular de esta arma era Ofenrohr («tubo de estufa»). El Panzerschreck fue diseñado como un arma antitanque ligera de infantería, que apoyada en el hombro del soldado, disparaba una granada propulsada por cohete con aletas estabilizadoras que contenía una carga hueca como ojiva explosiva. Su producción no fue tan numerosa como la del Panzerfaust, un proyectil antitanque de carga hueca lanzado mediante un tubo desechable que actuaba como un cañón sin retroceso.

[21] El Sherman Firefly (luciérnaga en inglés) fue un tanque medio utilizado por el Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial. Estaba basado en el M4 Sherman estadounidense, pero equipado con el potente cañón antitanque británico QF de 17 libras como armamento principal, cuyo calibre era 76,2 mm. Aunque originalmente fue concebido como un recurso provisional hasta que futuros diseños de tanques británicos entraran en servicio, el Sherman Firefly se convirtió en el vehículo más común en usar el cañón QF de 17 libras durante la guerra.

[22] El Lee-Enfield fue el fusil de cerrojo alimentado por cargador estándar en el Ejército Británico desde 1895 hasta 1956. Siendo el arma en servicio durante la primera mitad del siglo XX, ha sido utilizado en ambas guerras mundiales y además por miembros de la Commonwealth, incluyendo la India, Australia y Canadá. Dispara cartuchos del calibre .303 desde un cargador extraíble con capacidad para diez cartuchos, que se rellenaba utilizando peines de cinco cartuchos, y tuvo una producción total estimada, incluyendo todas las variantes, de unos 17 millones de unidades.

[23] Los Maschinenpistole 43Maschinenpistole 44 y Sturmgewehr 44 (MP 43MP 44 y StG 44, respectivamente) fueron los nombres de un fusil de asalto ligero desarrollado por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial como parte del programa Maschinenkarabiner (carabina ametralladora), y evolucionando de la Mkb 42(H). Esta variedad de nombres del sucesor del Mkb 42(H) fue el resultado de complicaciones en la burocracia del Tercer Reich

[24] El Panzer III era un carro de combate medio desarrollado en Alemania a finales de los años 1930, ampliamente utilizado durante la Segunda Guerra Mundial. El nombre es una abreviación de su designación oficial en alemán Panzerkampfwagen III (vehículo de combate blindado modelo III), abreviado como PzKpfw III. Estaba destinado a combatir contra otros vehículos blindados de combate y servir junto al tanque de apoyo de infantería Panzer IV. Sin embargo, para enfrentarse al T-34 soviético, el Panzer III quedó obsoleto en su función y los alemanes necesitaban armas anticarro más poderosas. Como el Panzer IV tenía una torreta de mayores dimensiones, y montaba el cañón largo KwK 40 de 75 mm, intercambió el papel con el Panzer III para ocuparse de las batallas de tanques. A partir de 1942, la última versión del Panzer III montó el cañón KwK 37 de 75 mm L/24, más adecuado para apoyar a la infantería. La producción del Panzer III finalizó en 1943. No obstante, se utilizaron los chasis de Panzer III para producir cañones de asalto Sturmgeschütz III hasta el final de la guerra.

[25] El Panzerjäger Elefant (Sd. Kfz. 184) es un cazacarros pesado (Panzerjäger) de la Wehrmacht alemana de la Segunda Guerra Mundial. A los cazacarros no se les suele considerar carros de combate (Panzer); están diseñados específicamente para destruir vehículos enemigos blindados, especialmente carros de combate pesados, normalmente desde la retaguardia como apoyo al avance de los tanques o defendiendo una posición, siendo su función distinta a la ejercida por los carros de combate usuales. Se construyeron originalmente con el nombre Ferdinand, debido a su diseñador, Ferdinand Porsche

[26] Los lanzacohetes múltiples Katiusha (BM-8/BM-13BM-14BM-21BM-27 y BM-30), también conocidos en sus orígenes como órganos de Stalin, son un tipo de artillería de cohetes construida y desplegada inicialmente por la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial