GRONINGEN, HOLANDA. Con una “cultura de la bicicleta” tan implantada, no es de extrañar que Groningen esté llena de carriles bici que faciliten su movilidad, así como de amplios aparcamientos que llegan a albergar centenares de bicicletas. Farolas, verjas, bancos… ningún lugar está exento de servir de apoyo a alguna mientras espera a su dueño. Tal es el arraigo que tienen hacia este útil objeto, que en Navidad colocan un enorme árbol hecho con bicicletas en mitad de la plaza principal de la ciudad.

Los habitantes de Groningen están tan habituados al uso de la bicicleta que han alcanzado un manejo sublime de la misma, siendo completamente normal verles montados mientras sostienen un paraguas bajo la lluvia, comen, hablan por teléfono o llevan las bolsas de la compra, unas veces en un cesto, y otras directamente colgadas del manillar. Y es que utilizan la bici para todo: ir a trabajar, a estudiar, a hacer la compra, incluso para salir de fiesta, combinando tacones y pedales en el caso de muchas mujeres.

Sin embargo, no todo es oro en el país de la bicicleta. Hay un elemento indispensable que todo habitante de Groningen posee, aparte de sus queridas dos ruedas: un candado para proteger el que es su medio de transporte habitual. Y es que ser un objeto tan preciado y utilizado lo convierte en uno de los blancos más deseados por los ladrones, para revenderlo ilegalmente. Por ello, si quieres moverte en bicicleta por la ciudad, más vale que te hagas con un buen candado que te evite un mal trago.