GLOBAL. El debate sobre la pena de muerte encierra en realidad una discusión general sobre los sistemas de justicia penal. Los Estados son cada vez más represivos para atender a la opinión pública que exige una mayor rotundidad frente al crimen. En este sentido, todavía hay gente en España que opina que la pena de muerte sería necesaria en algunos casos (fundamentalmente, en el supuesto de terroristas). Volver atrás jurídicamente parece impensable por los compromisos europeos e internacionales asumidos por nuestro país. Pero nunca está de más recordar que la pena de muerte es una pena innecesaria, cruel e inhumana. Y precisamente porque este es el mensaje, hacerlo llegar a modo “efecto contagio” a otros países donde sí se practica es una necesidad imperiosa.
¿Cómo se ha justificado tradicionalmente el recurso a la pena de muerte? Básicamente mediante cuatro argumentos:
1) El “ojo por ojo, diente por diente”: si has matado, el Estado está legitimado a hacer lo propio contigo.
2) Su efecto preventivo: recurrir a la pena de muerte evitará que otros sujetos delincan en el futuro.
3) Matar es más barato que mantener a un preso en prisión.
4) Las víctimas se sienten mejor cuando ven morir al que ha causado su sufrimiento.
Ninguna de las anteriores premisas puede convencernos. En primer lugar, la venganza se sostiene sobre concepciones irracionalistas del obrar humano. Una pena que es irreversible no puede depender de reacciones viscerales ni emocionales. En segundo lugar, diversos estudios han demostrado que la pena de muerte carece de efectos preventivos y no reduce el número de delitos violentos. También que el coste económico de las ejecuciones supera con mucho el de la pena de cadena perpetua. Lo que, por el contrario, no se ha logrado verificar es que los familiares de las víctimas de un homicidio sufran menos dolor o se recuperen antes matando al autor del delito en comparación con aquellas otras cuyos casos no acaban en ejecución.
Si a lo anterior se unen los problemas de discriminación, arbitrariedad y errores judiciales asociados a su aplicación, el NO a la pena capital ha de ser rotundo. De nuevo aquí los estudios empíricos dan la clave: la pena capital no sólo se impone más cuando el autor material del delito es negro o pobre, sino también cuando la víctima es blanca. El argumento de la inocencia no es menos escalofriante: cientos de personas inocentes son condenadas a pena de muerte en el mundo. Y peor aún: en muchos casos, pese a las dudas sobre su culpabilidad, se procede a la ejecución.
¿Y qué decir de las “otras” víctimas de la pena de muerte? Los familiares de los condenados han quedado en un segundo plano. En el caso de niños pequeños, los efectos que sobre ellos tiene la ejecución de su padre o madre son devastadores. El trauma puede ser de tal envergadura que es posible que desarrollen en la edad adulta o en la adolescencia problemas de depresión, alcohol, drogadicción, etc.
No menos importante es el argumento humanista: Los delincuentes son ante todo seres humanos y como tales deben ser tratados. ¿Significa eso olvidarse de las víctimas del delito? Obviamente, no. La realidad es que nunca se las ha escuchado para saber lo que realmente quieren. Por el contrario, se las ha instrumentalizado en el proceso penal en base a intereses político-mediáticos. El proceso judicial no es la vía apropiada para evaluar sus necesidades y derechos legítimos. La solución puede estar en la justicia restaurativa. Su objetivo es restaurar a todas las partes del conflicto incluyendo también a los familiares del autor de los hechos. En algunos países como EE.UU. ya existen iniciativas. A través de talleres educacionales se persigue buscar un punto de conexión e incluso de mutua comprensión entre ambas partes. El delincuente se enfrenta a la dura realidad de ser la persona que ha privado a una familia entera de la presencia de un ser querido. Los familiares del fallecido dejan de ver al condenado como aquella persona que mató a su hijo, padre, hermano, etc., y empiezan a concebirlo como un ser humano.
¿Todavía quedan dudas para decir no a la pena de muerte?