EUROPA. Se ha convertido en un “lugar” común de pensamiento en muchos países europeos la crítica, cuando no incluso la xenofobia, contra los inmigrantes que viven o trabajan en la Unión Europea. Una mentira, repetida incesantemente, puede acabar pareciendo una verdad, como decía el criminal nazi Joseph Goebbels y sobre la inmigración esta afirmación es plenamente cierta.

La realidad es evidente. El estado de miseria y de condiciones infrahumanas de muchos países africanos y asiáticos, y parte de latinoamericanos, fuerza a sus ciudadanos a emigrar. España ha sido un país de inmigrantes, lo fue Italia, lo fue Irlanda. EEUU se basa en la inmigración de ciudadanos de todo el mundo, muchos de ellos europeos, y ello ha sido una fuente de su gran riqueza y poder actual. El mundo del siglo XXI se ha construido en base a la inmigración. Una inmigración que en ocasiones ha supuesto y sigue siendo incluso un riesgo de muerte en el viaje. Y el destino “dorado”, hoy, es una Unión Europea (UE) en crisis, intensa especialmente en algunos países como España, pero que pese a ello, como tal UE, es el espacio de convivencia y libertades individuales y colectivas más estable de la historia de la humanidad. Con una población del 7 por ciento respecto al total mundial, la UE supone el 25 % del PIB y el 50 por ciento de todo el gasto social que acontece en el planeta.

Pero en algunos países europeos, con fuerza, ha surgido desde el inicio de la crisis, un fuerte rechazo, que linda a menudo con posiciones fascistas, el rechazo al inmigrante. Así se observa con el crecimiento electoral de la extrema derecha francesa o el partido Aurora Dorada neo-nazi en Grecia. ¿Por qué sucede todo ello? ¿Existe realmente una base real para el populismo anti-inmigración, por cierto muy extendido en todos los niveles educativos y estratos de población autóctona?. La respuesta es simple: un no sin paliativos, pero con leves matices que deben ser tenidos muy en cuenta.

Europa envejece y ha necesitado en las últimas décadas mano de obra con y sin cualificación, para su crecimiento económico. Y ante ello, hay un “espejismo” de “avalancha” de emigrantes. Pero las estadísticas demuestran la falsedad de este espejismo. La inmigración sensata de ciudadanos extranjeros es fuente de riqueza y necesaria para la UE.

En la Unión Europa residen 34 millones de personas desplazas fuera de su país de origen. Esto es, no se alcanza el 7 % de la población de la Unión. Pero es más: si excluimos a los ciudadanos europeos que viven en otro país de la UE, el porcentaje es del 4 %, de ciudadanos extra-comunitarios -datos de Eurostat, del 2012-. En resumen, por cada ciudadano que reside en la UE, sólo 4 son nacidos fuera de la Unión.

El populismo por tanto no tiene una base real. En el Reino Unido, con fuerte sentimiento antiinmigrante, conviven solo un 3,9% de inmigrantes no europeos. España con un 6,9% es uno de los países con porcentaje más elevado y pese a la muy fuerte crisis económica, el discurso “contra el inmigrante” no ha calado, aunque haya una sensación latente extendida en la sociedad, fruto de una desinformación no contrarestada.

Por otro lado, las entradas irregulares en la UE han descendido, pero sí en ocasiones repuntan es debido a razones muy claras. Frente a la caída del 49% en el 2012 ha ido al alza en 2013 debido a la crisis en Libia. Por tanto, no hay consecuencia sin causa previa. Y es difícil convencer a un libio, un somalí o un sirio que no huya de su país y pretenda alcanzar las fronteras de un país democrático donde no lo asesinará por ser gay, pertenecer a una tribu disidente del régimen o haberse enfrentado al genocida que gobierna en Damasco.

La inmigración, además, es una fuente importante de intercambio y riqueza, siempre bajo control, y esta ausencia quizá ha sido el talón de Aquiles del proceso: las inmigraciones descontroladas. Recordemos que uno de los pilares del gran auge económico israelí actual es la incorporación de más de un millón de inmigrantes de la antigua Unión Soviética, que supuso un plus de conocimientos y preparación que inyectó una energía importante al desarrollo económico del país. Israel es un país de inmigrantes y hoy, 2013, tiene uno de los crecimientos de PIB más elevados del planeta, en un contexto militar y estratégico infinitamente más difícil que cualquier otro país europeo.

Es evidente, sin embargo, que la inmigración no europea sólo tiene cabida en la UE si acepta el acervo comunitario de derechos de la ciudadanía, de libertades públicas y de valores democráticos. Esa es la auténtica pieza angular del problema y no otro. Ni ablaciones ni burkas. Ni mafias de tráfico sexual ni costumbres inaceptables barnizadas bajo la capa de “cultura o tradiciones ancestrales”. No creemos que sea legítimo expulsar a un emigrante que haya cotizado 10 años en un país de la Unión porque pierde su empleo, pues reduce al ser humano a simple mercancía, a “mano de obra”, pero debe existir tolerancia cero para quien considera a la mujer como una esclava, por ejemplo, o impide a una niña menor de edad su escolarización.

No puede tolerarse, por tanto, colectivos o núcleos de inmigrantes que no respetan el acervo democrático o desean imponer tradiciones incompatibles con esta democracia europea y con la igualdad entre hombre y mujer. Ello sí supone un peligro para la seguridad nacional y ante ello hay que reaccionar con firmeza, a través de la policía, los servicios de inteligencia y los jueces.

Pero un hematoma no supone que el cuerpo esté contaminado y es obligación de los poderes democráticos desmontar mitos y falsas afirmaciones que en ocasiones nos retrotraen a clichés del pasado, como la anatemización de los judíos en Alemania que supuso una espantosa tragedia. O el racismo ante los gitanos en Hungría de hoy en día (las encuestas revelan que el 70% de los húngaros tienen una opinión negativa de los gitanos, y en este caso no son inmigrantes específicamente, lo que aún es más incomprensible). Europa necesita a los inmigrantes y ellos a Europa, si estos respetan que la UE es un espacio de libertad y convivencia que de ninguna manera puede recular ante costumbres o tradiciones incompatibles con el acervo histórico europeo, o que la Unión sea usada como plataforma para el delito. Si ello se tiene claro, la apuesta también lo es: los inmigrantes, sin duda, en positivo. Europa sale ganando.