EUROPA. A principios de noviembre del 2013, la Agencia Europea de Derechos Fundamentales (FRA) publicó un informe en el que pedía a los países miembros de la Unión Europea (EU) actuar urgentemente contra “el creciente antisemitismo” en Europa. El estudio se basa en una encuesta formulada a ciudadanos judíos europeos de los países con mayor población judía, como son el caso de Alemania, Francia, Hungría o Lituania. Todos ellos países en donde entre 1940 y 1945 se produjo una de las mayores catástrofes de la historia europea, con el genocidio de 6 millones de judíos, un asesinato tan masivo que supuso su ruptura y continuidad, de tal manera que en 2013 sólo pervive una población judía de 1,5 millón de ciudadanos, la mitad de ellos residentes en Francia.

Pero, ¿qué es el “antisemitismo”? Según la definición dada por la FRA en el 2005, “es una determinada percepción sobre los judíos que puede expresarse como odio hacia los judíos. Las manifestaciones verbales y físicas se dirigen tanto contra personas judías o no judías, como contra sus bienes, instituciones comunitarias judías o lugares de culto”. ¿Realmente la Europa democrática del siglo XXI padece de nuevo el problema del antisemitismo?

La encuesta de la FRA revela que casi el 70 por ciento de los judíos europeos considera que en su respectivo país el antisemitismo es un “problema importante” y el 76 por ciento afirma que se ha incrementado en los últimos cinco años. Ello se concreta en que más de un tercio de los judíos europeos se ha planteado emigrar fuera de la UE. Este sentimiento es muy significativo en Hungría (donde se asesinaron 600.000 judíos húngaros) o en Francia, país donde la mitad de los judíos se plantea emigrar, ya sea a Estados Unidos o Israel, preferentemente. Es más, el 66 por ciento de los judíos europeos intenta no identificarse como tal en público y sólo un 20 por ciento no tiene reparo en afirmarse como judío. Un 7 por ciento de los judíos ha resultado amenazado o lesionado por tal condición en los últimos cinco años. El director de la FRA, Morten Kjaerum alertó que casi el 80 por ciento de las víctimas de acoso jamás lo denuncian: “creen que no van a conseguir nada o porque no confían en la policía”.

Naturalmente, el auge de la extrema derecha en países con fuerte crisis económica –situación que nos recuerda a la Alemania de entreguerras-, como Grecia, ha fortalecido este tipo de antisemitismo. Ejemplos también que se reproducen en Hungría o Ucrania; por cierto, países ambos con un pasado de colaboracionismo en el exterminio de sus propios nacionales judíos que no debe olvidarse.

Por otro lado, si observamos otros datos, la situación parece aún más compleja y afecta directamente a España. En el 2010 un informe de la Liga Antidifamación de EEUU indicaba que los dos países europeos más antisemitas eran España y Polonia. Un dato que invita a pensar. ¿Antisemitismo en España o Polonia? En España no hay prácticamente judíos (entre 15 o 30 mil, sobre una población de más de 47 millones de habitantes) mientras que en Polonia los judíos polacos asesinados fueron entre el 50 y el 60 por ciento del total de 6 millones de judíos europeos exterminados por el nazismo a lo que debe sumarse entre 2,5 a 3,5 millones de polacos no judíos, lo que debería haber supuesto una fuerte vacunación para estos sentimientos racistas.

¿Cómo es posible por tanto una situación tan grave como afirma la UE en noviembre del 2013 y la realidad presente de España, por ejemplo, en donde no hay apenas presencia de ciudadanos judíos? Reflexionaremos en torno a España, específicamente.

En primer lugar, la juventud española siente un rechazo creciente a las minorías. Casi el 70 por ciento de los adolescentes desprecian a los gitanos, seguidos por los marroquíes, que sufren un rechazo de casi el 65 por ciento de los estudiantes españoles. En cambio sólo los ciudadanos de EEUU y Europa son menos rechazados, entre el 28 y 22 por ciento, respectivamente, cifras no obstante nada despreciables. Africanos, latinoamericanos y otras nacionalidades sufren tasas entre el 40 y 60 por ciento.

Nueva Sinagoga en Berlín. | Jean-Pierre Dalbéra

Nueva Sinagoga en Berlín. | Jean-Pierre Dalbéra

 

Sin embargo, ¿qué distingue este rechazo racista del antisemitismo en España? Una diferencia importantísima: el rechazo del ciudadano español al judío no es por su coexistencia vital diaria –como si acontece con el resto de minorías-. ¿Cómo puede despreciarse o ser racista con quien no se conoce? Un judío en España es indistinguible de cualquier otro ciudadano. No existe una raza judía. No existen rasgos físicos judíos. No hay colectivos hablantes de lenguas judías (sefardí, yiddish o hebreo).  A nuestro juicio, las razones son diversas, pero poderosas y muy incorporadas a la psicología de la población española lo que hace que la situación pueda ser más preocupante.

En primer lugar, es un lugar común en la cultura español considerar a los judíos como sinónimo de tacaños o avaros y muy poderosos económicamente. Por otro lado, hay un evidente papel de los medios de comunicación, donde se atribuye una responsabilidad directa a Israel y por extensión a los judíos israelíes (6 millones) de la situación en que viven los más de 1000 millones de musulmanes y de los palestinos. Ser judío es sinónimo de Israel, lo cual es ciertamente falso.

Por otro lado, el antisemitismo español encuentra su mejor caladero desde los partidos de izquierda moderada hasta la izquierda más radical, que se postula pro-palestina –como si tal opción obligase inmediatamente a la crítica contra Israel y, lo que es peor, a los ciudadanos judíos-. La confusión entre la política de Israel y la ciudadanía judía es ciertamente buscada expresamente, pues no sucede con ningún otro país del mundo, por horrendo que sea su régimen político (¿los chinos son asesinos porque en China se ejecute anualmente a miles de condenados a pena de muerte? Nadie alberga un pensamiento así, por supuesto).

Desde estas mismas posiciones “progresistas”, se considera que Israel controla a los EEUU con la presencia de un lobby judío tan poderoso que marca la política exterior de la potencia norteamericana; también, no debemos olvidar una posición de la derecha católica tradicional española, heredera del régimen franquista. Valga decir que fue ya en democracia, con la presidencia de Felipe González cuando se establecieron relaciones diplomáticas con Israel, mientras en cambio se mantenían relaciones desde hacía décadas con todos los países árabes sin excepción y con dictaduras de la peor calaña en cuanto a la persecución de los derechos humanos. Incluso en los últimos años del franquismo, España estableció relaciones diplomáticas con la China comunista, pero jamás con Israel. Hubo de esperar a enero de 1986 y ello fue así para que España no fuera el único país de la UE sin relaciones diplomáticas con Israel.

Aún más; las encuestas rebelan que los ciudadanos españoles creen en la existencia de un lobby judío todo poderoso en Estados Unidos. Pero en EEUU hay más de 35.000 lobbys que ejerce presión sobre el gobierno norteamericano, de forma legítima por cierto según la ley de ese país, y sólo una pequeñísima minoría es judía. Nada comparable con el lobby de la industria del armamento, del petróleo, el lobby anti-medicina pública o el que impulsa la Asociación Nacional del Rifle. Pero hay que resaltar, por lo demás, que en España, en concreto, no hay ningún lobby judío, sino exclusivamente muy pequeñas comunidades judías que trabajan con unos medios muy precarios.

Ante este convencimiento social, en España y en Europa, sólo cabe una reacción clara. Como afirmó Serge Cwajgenbaum, secretario general del Congreso Judío europeo, el antisemitismo “no es un asunto de los judíos, sino de los demócratas europeos”. Sólo desde la democracia y de los valores comunes europeos se puede combatir estos incendios aislados pero recurrentes de antisemitismo. La Unión Europea está dotada de mecanismos muy fuertes para impedir una expansión del antisemitismo, con la existencia de una policía democrática, de unos jueces sensibles a cualquier acto de persecución y unos servicios de inteligencia atentos siempre a devaneos involucionistas. Por ello la importancia de la existencia de leyes contrarias a la negación del Holocausto, como las existentes en Alemania o Francia, la dureza legal contra partidos de tinte totalitario y la prevención en seguridad sobre la cuestión. Ninguna ley española, sin ir más allá, permite la discriminación de un ciudadano judío, en ninguna esfera civil o pública.

Pero el mejor elemento es la educación, la formación, la cultura y los valores democráticos transmitidos a la juventud –y también al resto de la ciudadanía-. Como afirmó Tahar Ben Jelloum (La Vanguardia, 24-11-2013), el antisemita “encuentra un particular goce estigmatizando la figura del judío que le obsesiona y perturba y que a veces le fascina. Este disfrute se vuelve deseo violento de exterminación. De todos los racismos, el odio al judío ha sido el más mortífero”. Es más, añadimos nosotros: no existe una raza judía, no hay razas en el mundo, sólo la raza humana, como afirmó la Asamblea Nacional francesa. Sólo con cultura y educación se pueden combatir estos prejuicios, sin olvidar –no obstante, como afirma Tahar Ben Jelloun- que “el racismo es propio del ser humano. Es así y es mejor saberlo y actuar en consecuencia para que progrese y sea combatido por la ley. Pero ello no basta, hay que educar, desmontar sus mecanismos, demostrar la absurdidad de sus bases y permanecer vigilantes”. Europa tiene las tres armas más poderosas contra el antisemitismo y el racismo en general: el imperio de la ley y de los valores democráticos y la educación y cultura. Y para que no quepa ninguna duda: Ben Jelloun es árabe, nacido en Marruecos y residente en Francia. Un buen ejemplo a seguir.