CHILE. Los electores marcaron su preferencia, en la segunda vuelta de los comicios presidenciales, hacia quien deseaban que rigiera los destinos del país en los próximos cuatro años, ya sea votando a favor de la triunfadora Michelle Bachelet, en contra o bien quedándose en silencio. Los que se subieron al carro ganador estarán satisfechos y los que no, resignados a aceptar un gobierno del que no son partidarios. Los que se abstuvieron, vaya a saber… ellos constituyen, precisamente, la variable más importante a analizar en estos momentos, pero olvidada por quienes forman a la opinión pública: los medios de comunicación.

Las urnas se cerraron y los resultados salieron a la luz (62,16% para Bachelet y 37,83% para Evelyn Matthei), pero, como es habitual, la prensa no refleja el sentir de la ciudadanía, especialmente respecto a lo que significa el 58% de abstención. Esta “mayoría silenciosa” -término que se viene empleando desde los primeros años de la década del ’70- dice mucho de los cambios culturales que se están dando en Chile. Pese a que los medios durante la campaña mostraban la tendencia hacia el triunfo de Bachelet, en el fondo y bajo la superficie, más de la mitad de la población en edad de sufragar  (7,8 millones de votantes) decidió adoptar la postura de indiferencia que sabía que la mayoría compartía. En su entorno algo estaba pasando, su opinión estaba adquiriendo peso y más partidarios, llevándolos a perder el temor al aislamiento, plasmado finalmente en la abstención. Se cumplió la teoría de “la espiral del silencio” de Elizabeth Noelle-Neumann, en el sentido de que muchos optaron por adherirse a la opinión que parecía más sólida, en este caso traducida en “no voto”.

Aún cuando se cumplieron las reglas de elecciones libres, limpias y competitivas, la prensa no se ha detenido en ahondar en la calidad de la democracia prevaleciente en el país y que se ha visto cuestionada por la cifra de quienes se mantuvieron al margen de las elecciones. La baja participación, de sólo el 42% de los chilenos, demuestra que hay significativas grietas en el régimen político instaurado a comienzo de los‘90 y a las cuales es necesario hacer frente. Si bien en estos comicios se estrenó el voto voluntario y no existen parámetros de comparación, no se puede hacer oídos sordos a un clamor que prevalece hace décadas y que las encuestas reflejan con claridad: indiferencia de la población hacia los políticos, incredulidad respecto a sus propuestas y hastío de los representados hacia sus representantes. Esta vez, esa realidad se ha hecho explícita por el tipo de voto instaurado, pero ello no significa que sea un fenómeno nuevo.

Pasado el clima electoral, para los medios ya no se sabe ni dónde están ni qué sienten los ciudadanos, pues los temas están centrados, como siempre, en la élite política, dejando de manifiesto que las promesas únicamente sirven para ganar votación y después a lo propio de la clase política: luchas por las cuotas de poder, crisis en los partidos derrotados y leyes pendientes del gobierno saliente, con el consiguiente bloqueo de quienes se encuentran en la oposición, entre otros asuntos que están en su interés diario.

Este lamentable panorama es el que proyecta hoy la prensa, determinando qué y cómo deben pensar los lectores y auditores, los cuales, sin embargo, ya no parecen ser el rebaño pasivo que era antaño. Es cierto que los medios perfilan la agenda de temas, la mayoría de las veces irrelevante para los problemas que vive el ciudadano de la calle, pero la abstención ha demostrado que el carril de la población va por otro lado, por lo que no hay que sorprenderse al constatar los votos nulos a través de marcas como AC (Asamblea Constituyente), exigiendo una nueva Constitución que siente las bases de una sistema democrático más participativo.

Cabe considerar que la estructura de los medios de comunicación en Chile es fuertemente centralizada, con carácter oligopólico y de tendencia ideológica de centroderecha, por lo que tampoco son imparciales en la información que ofrecen ni otorgan un amplio abanico de opciones. Mirando el futuro y ante este escenario, ¿cómo se abordará a esta ciudadanía invisible para la prensa, pero tan evidente en las urnas?