GAZA, PALESTINA. Gaza se ahoga y agoniza impotente debido al insoportable, inhumano, injusto, brutal  e impune bloqueo que Israel viene sometiendo a sus  habitantes desde 2007 con  la pasividad de la comunidad internacional.

Una vuelta de tuerca más para el millón y medio de palestinos cuya supervivencia se encuentra al límite y que ha derivado en una situación humanitaria de dimensiones catastróficas, especialmente desde que Israel llevó a cabo la Operación Plomo Fundido. Ésta se prolongó desde finales de diciembre de 2008 hasta mediados de enero de 2009 con un balance demoledor: murieron más de 1.380 palestinos y se destruyeron millares de viviendas palestinas y gran cantidad de edificios e infraestructuras civiles, incluidos hospitales y escuelas y los sistemas de suministro de agua y electricidad.

Sin embargo, éste es sólo un nuevo episodio de un drama para el que no se atisba una solución a corto ni a medio plazo. Existe una palabra árabe que resume la tragedia que viene sufriendo el pueblo palestino, no desde la creación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, sino desde hace más de un siglo. Los palestinos se refieren a ello como la Nakba, que se suele traducir como El Desastre, y que tiene un punto de partida concreto: 1881, el comienzo de  la colonización de Palestina vinculada al Sionismo, el movimiento de renacimiento nacional fundado por Theodor Herzl  que surgió a finales de la década de 1880 en Europa central y oriental, animado por las matanzas sistemáticas (pogromos) a las que estaban siendo sometidos los judíos.

En opinión de Josep Massad, profesor de Historia Política Moderna del Mundo Árabe en la Universidad de Columbia (New York), la Nakba  se puede definir como un proceso diseñado por los sionistas  para destruir deliberadamente Palestina y a los palestinos con el objetivo de homogeneizar ese territorio; una auténtica limpieza étnica que todavía no ha terminado, sino que sigue su marcha y que ha convertido a este pueblo en mankubin (desposeídos).  Que la Nakba sea un proceso inacabado se debe a que los palestinos se han negado siempre a convertirse en mankubines porque están convencidos de que laa forma de acabar con la Nakba es seguir resistiendo.

Y esto es lo que siguen haciendo los castigados palestinos, soportando un aislamiento y sufrimiento que van en aumento. El continuado bloqueo impuesto por Israel desde 2007, con el cierre de sus  cinco pasos fronterizos con la Franja y con Cisjordania,  ha empeorado todavía más con la decisión de Egipto de clausurar también el de Rafah (en julio de 2013),  el único respiro que les quedaba a los palestinos. Las consecuencias de estas medidas son devastadoras: el desempleo ronda el 40%, la inseguridad alimentaria afecta ya al 65% de la población, se ha perdido el 35% del terreno cultivable, el PIB ha descendido en un 60%, el bloqueo ha arruinado la poca industria –textiles, plásticos y cartón- que quedaba, carencia casi total de combustible y bombardeos esporádicos en el centro y sur de  Gaza que Israel justifica, junto al bloqueo, como respuesta a los ataques con cohetes de efectos indiscriminados que palestinos armados lanzan desde allí contra el sur de Israel.

Sin embargo, éstos últimos no son los castigados,  sino la totalidad de  la población de Gaza, sean hombres, mujeres, niños o niñas. Una  perversidad sistemática que constituye una flagrante violación del derecho internacional y de los derechos humanos y que consterna a cualquiera que tenga una pizca de humanidad.

Este bloqueo debe acabar. Los líderes mundiales deben dejar de ser tenues y de limitarse a emitir declaraciones vacías y de poner excusas que solamente contribuyen a prolongar este estrangulamiento asfixiante.  La comunidad internacional tiene la obligación de comprometerse a adoptar  medidas efectivas que pongan fin a esta política perniciosa e infame por parte de Israel, que constituye el principal caldo de cultivo para alimentar el extremismo islámico en la zona. Es hora ya, de una vez por todas,  de ser valientes y de apostar por la creación de un Estado palestino soberano y viable que dé una oportunidad de reconstrucción humana y económica a los mortificados palestinos y, con ello, a la región de Oriente Próximo.