UCRANIA. Rusia o la Unión Europea. Seguir bajo la tutela de Moscú o integrarse en el selecto club de los 28 países de Europa Occidental. Este es el telón de fondo de las protestas callejeras,  promovidas por el movimiento proeuropeo “Euromaidán”  (en ucraniano, “Plaza Europa” en referencia a la plaza central de Kiev), que comenzaron en la capital de Ucrania el 24 de noviembre de 2013.

Casi tres meses de movilizaciones masivas castigadas por una creciente represión policial amparada por la docena de leyes de corte autoritario, aprobadas por el Parlamento (Rada), que entraron en vigor el día 22 de enero.

Sin embargo, lejos de debilitarse, las protestas callejeras han ido radicalizándose -con barricadas y víctimas mortales- y extendiéndose por todo el país hasta obtener su primera victoria: la dimisión, el 28 de enero, del primer ministro ucraniano Mikola Azárov.

Fue precisamente su anuncio, en noviembre de 2013,  junto con el presidente, Víktor Yanukovich de que Ucrania no firmaría los acuerdos para integrarse  en el Unión Europea, después de años de negociaciones, el detonante que encendió la mecha de las revueltas actuales. Detrás de esa decisión se encuentra la implacable presión del presidente ruso Vladimir Putin, que no está dispuesto a perder una de las mejores joyas de la extinta URSS debido a su importancia estratégica y a sus ingentes recursos naturales. Hay que recordar que Ucrania, con 47 millones de habitantes, estuvo controlada durante siglos por Moscú y para una buena parte de los rusos este país debería seguir formando parte de Rusia por esos estrechos lazos históricos que les unen.

Por ello, frente a la tentadora opción de formar parte  de la UE, Putin ofreció a Ucrania su integración en un bloque comercial de antiguas repúblicas soviéticas bajo la promesa de ayuda financiera (15.000 millones de dólares)  y la reducción del coste del gas en un tercio del valor. Sin embargo, la puja por Ucrania no es sólo económica, sino por un futuro europeo democrático. Los manifestantes reclaman reformas constitucionales (en concreto el  retorno de la Constitución a su versión de 2004), la celebración de elecciones presidenciales anticipadas y mayor democracia. Este proceso  es el que la Unión Europea está dispuesta a financiar con un generoso plan de ayuda occidental que incluiría  la posibilidad de conceder garantías financieras, ayudas a la inversión y brindar apoyo a la divisa nacional.

Estados Unidos y la UE han reiterado su respaldo a estas movilizaciones, y desde el Consejo Europeo su propio presidente, Herman van Rompuy, ha asegurado que “el futuro de Ucrania está en la Unión Europea y que el tiempo juega en contra de los intereses de Rusia”.

Entretanto, se suceden los cruces de acusaciones: Rusia reprocha a Estados Unidos y a sus aliados europeos su ingerencia en la política interna de Ucrania, al tiempo que los primeros responsabilizan a Moscú de ejercer una asfixiante y encubierta presión económica sobre Ucrania –dejándola sin suministro de gas en dos ocasiones- para que ceje en sus aspiraciones.

Con este escenario, en definitiva, lo que está en juego es la identidad de este joven país –alcanzó su independencia en 1991- bien como el último confín de Europa o la puerta de entrada de la Unión Euroasiática, el proyecto de reintegración comercial que Rusia puso en marcha a principios de 2012 como alternativa a la Unión Europea.