[translations idioma=»EN» url=»http://rgnn.org/2014/02/11/the-challenges-of-the-egyptian-militar-power»]
EGIPTO. En espera de unas elecciones presidenciales en las que con toda seguridad saldrá vencedor el Mariscal Al Sisi, los acontecimientos evolucionan en Egipto de acuerdo con un guión más que evidente: la instauración de una suerte de régimen neomubarakista, es decir, de una semidemocracia sometida a un poderoso aparato cívico-militar. Pero no se trata simplemente de repetir el viejo sistema, sino también de rejuvenecerlo. No sólo el nuevo hombre fuerte tiene muchos menos años que el anterior, sino que además disfruta en estos momentos del apoyo de una parte importante de la población, que lo percibe como un doble salvador del caos y del peligro teocrático. Sucesor del período revolucionario, el nuevo régimen aspira a presentarse al tiempo como su heredero, como el corrector de una temporal desviación islamista y, por tanto, como el promotor de una ansiada estabilización. Pretende ganarse, de este modo, la legitimidad revolucionaria y de la conservadora, a los que se alzaron contra Mubarak, pero también a quienes durante décadas se acomodaron a su dictadura, procurando vivir una vida tranquila sin hacerse demasiadas preguntas.

Esta versión local de lo que en España vino a llamarse el “franquismo sociológico” puede ayudarnos a comprender no sólo la perennidad del viejo régimen, sino también el fracaso de los revolucionarios en transformarlo y su actual retorno. En efecto, las movilizaciones populares de los últimos tres años, aunque impresionantes, no alcanzaron la contundencia necesaria, en razón de la pasividad de las mayorías silenciosas, pero también de la ausencia de un tejido organizativo lo suficientemente sólido. Este último hecho debería hacer reflexionar a quienes se precipitaron ensalzando la falta de claros liderazgos y de estructuras organizativas de las revoluciones árabes como una genial innovación postmoderna.

No obstante, esta pasividad de la población, esta indiferencia hacia el funcionamiento de las instituciones políticas, mientras se siga disfrutando de un cierto bienestar cotidiano, puede constituir un arma de doble filo. Aseguró la permanencia del viejo régimen y contribuyó al advenimiento del nuevo, pero, por su misma naturaleza, los apoyos que depara son débiles e inseguros. Si la nueva cúpula gobernante no mejora decisivamente la situación, seguramente se irán diluyendo. Y el gran obstáculo al que se enfrenta en esta tesitura, estriba en la presencia de una fuerte y combativa oposición islamista. Ni en su mayoritaria versión pacífica, ni en su minoritaria versión violenta, esta oposición parece a día de hoy capaz de derribar al régimen. Sin embargo, de prolongarse e intensificarse, esta oposición puede ponerle las cosas muy difíciles al poder militar, agudizando la ya grave situación económica, lo que podría drenar las filas de sus adherentes. De cualquier manera, también es posible que haya otros que cierren filas de un modo acrítico en torno suyo y una vez consolidado su poder, la cúpula militar tampoco necesitaría de demasiados apoyos entusiastas.

Tan sólo si el país se instala en una suerte de desgobierno permanente, esta falta de entusiasmo podría devenir en abierto rechazo. En un escenario semejante a la movilización de la oposición islamista podría añadirse la de otros sectores sociales. La pregunta que entonces habría que plantearse sería la de en qué medida ambas oposiciones podrían converger. La formación de una amplia coalición entre laicos e islamistas moderados contra las oligarquías en el poder sigue siendo la condición necesaria para un cambio democrático en el mundo árabe. Pero esta alianza se ha demostrado muy difícil en casi todas partes. En el Egipto de hoy sus posibilidades se alejan aún más, después del autoritarismo y el sectarismo demostrado por los Hermanos Musulmanes cuando gobernaron, pero después también del entreguismo de muchos laicos hacia el viejo régimen y sus políticas represivas. Mientras continúe abierta esta brecha, el régimen podrá mantenerse a flote y podrá reforzarse además con sus viejas prácticas clientelistas, cooptando de manera selectiva a ciertos núcleos opositores, incluidos algunos islamistas. El futuro sigue abierto.