ESPAÑA. Si es posible que gracias a la Ley de Protección de Datos los ciudadanos estemos protegidos frente a terceros -otorgando nuestros datos a quienes autorizamos personalmente-, no logro entender por qué esos datos jamás nos son devueltos.
Y no me refiero a los datos de mis convecinos, a los datos de las empresas, o los grandes datos que las administraciones salvaguardan.
Superado el debate internacional del Open Data, y contrastada la gran revalorización que tienen los mismos, una vez que periodistas, sociedad civil y reutilizadores varios acceden a ellos; creo que ha llegado el momento de avanzar para innovar.
Estamos acostumbrados a defender que se abran los datos anonimizados para ser reutilizados, y los datos de gestión pública para el ejercicio de la transparencia. Sin dar un paso atrás en lo conseguido con todo ese llamado Big (y Open) Data, hablemos entonces del Small Data. Es decir, de los datos personales e individuales que cada uno de nosotros generamos y que otros salvaguardan o consumen.
Me refiero a mis propios datos, a los de cada uno de nosotros. Porque son míos, me pertenecen, yo he contribuido a generarlos, y quiero tener acceso a ellos para ser más eficiente, autónoma, ahorrarme procesos, ser más libre, más inteligente y sobre todo poder tomar mis propias decisiones.
¿De quién son los datos de mis actividades en las redes sociales? ¿Y los que genero con los mails que envío? ¿O los que guarda el hospital en sus archivos? ¿Y los de mi línea telefónica? ¿O los que recoge mi pulsera cuando salgo a correr?
A veces los puedo consultar en aplicaciones, o en la factura, incluso algunas compañías te generan un archivo pdf. Otras te los visualizan, pero por norma general no me los puedo descargar en un formato reutilizable. Por lo tanto, si no los puedo manejar, no los puedo mezclar, no los puedo reutilizar… todos esos datos no me ayudan a tomar decisiones fiables, tan solo puedo vivir bajo intuiciones.
No hace falta destacar el valor y los beneficios en global que todos esos datos ofrecen si son bien analizados. Pero cada ciudadano no puede ni cruzarlos ni reutilizarlos para su propio consumo. (Aunque insisto, sean sus propios datos)
Algunos se cuestionarán si es mucho mejor ofrecerlos ya cocinados, pero la respuesta ante esta reivindicación es siempre “no”. Porque no existe la objetividad. Si debería existir la libertad, sin filtros de terceros (si no se desea), por derecho propio.
Esto, por fin abriría totalmente la puerta al nacimiento de nuevos modelos de negocio de emprendedores o empresas que pudiesen ofrecer a los ciudadanos esos platos ya cocinados (si los desean) pero elaborados con sus propios ingredientes, cantidades o incluso recetas. Lo que estoy diciendo es que no es necesario que cada uno necesitemos aprender a programar, ni siquiera entender las bases de datos, pero si recuperamos nuestros propios datos podremos tomar decisiones personalizadas que ahora parecen imposibles.
En ese futuro de libre acceso a nuestra propia identidad, cada uno de nosotros podremos generar tantas buenas decisiones que contribuyan realmente a que las empresas y las administraciones sean más eficientes, las ciudades más inteligentes, y ante todo los ciudadanos además de, ahora si, verdaderos Smart Citizens. Seamos: libres.