MADRID, ESPAÑA. 26 de agosto de 1936, el alarido metálico de la primera alarma antiaérea retumba en el cielo de Madrid. La capital española exhala su último suspiro de libertad y engulle un fuerte grito de resistencia que se mantendrá durante tres largos y cruentos años. Mientras la metrópoli se prepara para afrontar por primera vez la dureza de la guerra moderna, las cadenas de los tanques del bando sublevado ruedan al compás del avance de la muerte. La ciudad queda sitiada el 7 de noviembre. El pueblo se levanta en armas y Madrid en llamas. El horror acababa de instalarse en la Capital.

Primera hora de la mañana, un grupo de personas se reúne en Banco de España esquina con Alcalá. Allí se encuentran con la joven historiadora que guía el itinerario organizado por el Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) con motivo de la Semana de la Ciencia. En sus manos llevan un folleto explicativo en el que se puede leer: PASEO POR EL MADRID DE LA GUERRA: 75ºANIVERSARIO DEL FIN DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. En la portada aparece parte de una réplica de la pieza original del escultor toledano Alberto Sánchez Portela, ‘El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella’, que da la bienvenida a los visitantes del Museo Reina Sofía.

Junto al punto de encuentro se erige la famosa fuente de Cibeles, impasible, hierática, adornada con banderas de España que ondean al son del tableteo de los taladros de las obras municipales. Parecen invocar el fantasma de las ametralladoras que un día portaron los milicianos y militares para matarse entre sí. La Plaza de Cibeles pasó a llamarse en época de conflicto la “Plaza de la Linda Tapada”. Los ciudadanos de entonces se dispusieron a protegerla rápidamente con sacos terreros y estructuras de madera que amortiguaban efecto de las bombas y evitaba la propagación del fuego y su destrucción. La diosa, símbolo de fortaleza como el pueblo madrileño, parecía tranquila, estática, cegada ante tanto horror. Ella sí sobrevivió a la guerra y bajo sus pies custodia aún la cámara subterránea que alberga los tesoros del Banco de España, unos 5.000 lingotes de oro, convirtiéndose así en una de las cajas fuertes más grandes y seguras de todo el mundo.

Refugiados en el Metro de Madrid, 1937.

Refugiados en el Metro de Madrid, 1937.

La ruta sigue. Los asistentes al itinerario caminan por el mismo asfalto dónde los pistoleros abrían fuego contra el enemigo y los francotiradores estratégicamente ubicados en el cielo de Madrid hacían silbar sus balas hasta su objetivo. Abajo, los túneles del metro servían de refugio para los que querían evitar ser alcanzados por los proyectiles que caían del cielo, capaces de abrir hoyos de quince metros de profundidad, como el que arrasó la entrada del metro de la Puerta de Sol a la salida de la calle Alcalá en 1937.

Ahora los semáforos que atraviesan el Paseo del Prado avisan que uno puede cruzar con seguridad, sin ser atropellados por el ritmo frenético de los conductores que a esta hora ya llegan tarde a su jornada laboral. El grupo acaba de hacer un parón explicativo en la Plaza Cánovas del Castillo, dónde se ubica la majestuosa fuente de Neptuno, símbolo de la deidad del mar. Igual que su escultura hermana, Neptuno fue salvaguardado también de la artillería de Franco y la aviación de Hitler. Codo con codo, pala con pala y piedra sobre piedra. De su tridente dicen que colgó un cartel que rezaba “Dadme de comer o quitarme el tenedor” reflejo de la hambruna que asolaba a los ciudadanos en el desarrollo de la contienda. Pero “no todo lo que no es guerra es paz” parecen advertir las vallas granates que cercan hoy el entorno del rey mitológico frente al Congreso.

La Plaza de Neptuno es desenterrada, 1939.

La Plaza de Neptuno es desenterrada, 1939.

Alejada también de los problemas de la humanidad, alzándose sobre las copas de los árboles, puede verse la cúpula de pizarra de uno de los edificios distintivos del lujo y comodidad de la capital, el Hotel Ritz. Quizá lo que no sepan sus exquisitos huéspedes es que entre sus paredes se improvisó uno de los hospitales de sangre más importantes del periodo bélico en Madrid, ni que en una de sus habitaciones murió el líder anarquista Buenaventura Durruti un 20 de noviembre de 1936.

A medida que el paseo va dejando atrás las emblemáticas fuentes de Madrid, mayor es el convencimiento de que éstas seguirán a la vuelta, resistiendo majestuosamente sobre sus carruajes el pálpito de las obras, el rugir del tráfico congestionado o incluso el júbilo de los aficionados que en Cibeles o Neptuno celebran su victoria y aplauden la derrota del otro.

1 de Abril de 1939 el sonido metálico de la radio anuncia el último parte de La Guerra Civil Española, firmado por Francisco Franco: «La guerra ha terminado». Los alaridos de todos los que no se salvaron acompañan la sobrecogedora cifra de víctimas que evidencia que, después de todo, hombres de antagonismos irreconciliables ahora yacen bajo la misma tierra y conocen juntos la única verdad que les une, la insoportable levedad del ser.