Existen momentos en los que uno tiene la sensación de que le faltan las palabras, o de que ya ha agotado todas ellas. Hay momentos en que parece que por mucho que se escriba, por mucho que se manifieste, por mucho que se indigne, está dando voces en el desierto. Hay momentos de solemne desesperación ante tanto ultraje y ante tanta inhibición de los poderes públicos. Es vejatoria la forma en que el Poder, así, con mayúscula, nos trata. Es inmoral, indecente, indigno, humillante, execrable cómo se ríen de nosotros delante de nuestras narices. No les importamos. Somos unas marionetas en sus manos. Y sucede en todos los rincones de este podrido mundo. En cada país, en cada región donde un hombre puede estar por encima de otro, por el simple hecho de ostentar determinado cargo o una concreta posición, se rompe el equilibrio natural del derecho a la igualdad. Si se analiza serenamente, el mundo es idéntico en todas partes, al mundo social y político, me refiero. Es un juego de intereses y posiciones sociales, y aquellos que tratan de oponerse, aquellos que quieren hacer valer los más elementales principios del Derecho Natural, de los principios de igualdad, son apartados, sea cual fuere el medio que se utilice: de un tiro, expulsándolos del cargo, por incómodos, condenándolos con retorcidas artimañas, o inhabilitándolos.
Somos todos testigos del caso Nisman – una muerte inútil, una vida segada, una investigación que se dilatará en el tiempo, un nombre que tarde o temprano desaparecerá de la vida de todos, excepto de la de sus más allegados – en Argentina, inhabilitaciones en España de jueces como Silva o Garzón, Vidal, últimamente; desapariciones en los juzgados de pruebas de cargo contra poderosos imputados. Y esto es lo que conocemos, ¿qué será de lo que se nos oculta?
Dan ganas de huir, de huir a otro planeta, pero no podemos dejar solos a los que lo intentaron. No podemos traicionarlos. Nosotros, no, porque ellos no lo hicieron con nosotros y sabían mejor que nadie lo que se jugaban, y perdieron.
Aunque nos cueste alzar la voz. Aunque pensemos que es en balde. Aunque las fuerzas nos flaqueen ante tanta mentira, tanta ocultación y tanta podredumbre, debemos seguir alzando la voz y manifestando nuestro desacuerdo, nuestra rebeldía, nuestra insumisión a su manipulación y sus organizaciones criminales. Hay momentos en que es difícil. Hay momentos de desvanecimiento, pero tenemos que hacerlo, porque son nuestras únicas armas y todos debemos saberlo.
27 de febrero de 2015
@vichamsan