Por mucho que lo intente no puedo ocultar la decepción que me produce todo lo que ocurre a nuestro alrededor en el terreno de la política. Es más que obvio que las sesiones de control al gobierno están muy lejos de ser precisamente eso, sesiones de control: preguntas que han sido formuladas por escrito con días de antelación y una fórmula de contestación que permite no responder a nada que resulte incómodo. Nada que ver con la democracia británica, por poner un ejemplo, cuyas preguntas se hacen en el momento de la sesión, sin que el interpelado conozca qué van a cuestionarle y, además, está obligado a responder un sí o un no a una pregunta concreta y categórica que exija una respuesta afirmativa o negativa, sin más, sin circunloquios y perífrasis. La actuación del Ministro de Defensa en la sesión de ayer fue deleznable, grotesca. Si la imagen que ofreció ayer el ministro responde a lo que el Ejército representa, en muy mal lugar ha quedado. El trato que dispensó a los demás parlamentarios en sus respuestas – parlamentarios que representan a un, más o menos, numeroso grupo de respetables ciudadanos – fue insultante. Insultante, no sólo para ellos, sino para todos los que tenemos un alto concepto de democracia que, al parecer, el partido político en el gobierno, no tiene, aunque de esto muchos ya hace tiempo que somos conscientes.

El caso de Zaida, señor ministro, no se circunscribe a lo que se haya escrito en un libro. El caso de Zaida ha conmocionado a un gran número de ciudadanos a los que usted ha ignorado, de forma consciente y premeditada. El caso de Zaida es un ultraje, una indecencia, una vergüenza ante el resto del mundo civilizado. El caso de Zaida podría haberse reparado, y todavía podría hacerse, pero tiene que existir una voluntad para hacerlo, y usted, o no la tiene, o es un títere en manos de aquellos que no desean tomarla. Elija, entonces, su papel: cobarde o marioneta.