Cuando tienen la suerte de acudir a un mitin o ver las declaraciones de un político durante cualquier campaña electoral pueden plantearse muchas cuestiones, algunas, incluso, de vital importancia: la forma en la que se dirigen al público, el tipo de personas que lo ven, la hora en la que comienzan a hablar, los políticos que los acompañan y, por supuesto, el discurso en sí mismo.
En este año en el que han surgido nuevos partidos capaces de hacer temer hasta al más veterano de los barones que conforman los partidos del histórico bipartidismo español, la incertidumbre está más presente que nunca, aunque en un mitin siempre sabes lo que vas a escuchar:
Suelen ser tres los principios de todo mitin: el primero es repetir constantemente que el partido político al que representan va a ganar las elecciones (sean las que sean); la segunda de las premisas es criticar al resto de partidos o candidatos que puedan hacerles competencia y por último alabar sus actuaciones y logros dejando a un lado sus errores o “no aciertos.”
Pero, además, en los mítines más importantes, aquellos donde se puede conseguir un mayor número de votos o, simplemente, aquellos donde pueda llegar a haber una cantidad de público superior a la normal hay una figura que siempre está presente. El líder.
El líder es esa persona capaz de llenar escenarios, plazas o Palacios de Congresos, aquella persona por la que pasan todas las decisiones. El líder es capaz de eclipsar al candidato perfecto.
A pesar de que el caso de Susana Díaz y Pedro Sánchez parece ser una excepción, en el resto del panorama político español parece cumplirse esta premisa.
En un principio, esta idea no parece perjudicar al partido ni al candidato, es una forma de captar nuevos votantes. El caso de Teresa Rodríguez parece ser un buen ejemplo:” Si Pablo Iglesias ha confiado en ella, yo también lo haré”.
Pero, hay un problema y es que el líder no es el candidato a pesar de pertenecer al mismo partido, el problema es que Pablo Iglesias no está en la lista de candidato al Parlamento Andaluz, el problema es que el líder de Podemos no va a gobernar en Andalucía.
Las leyes de una democracia obsoleta: la idea de votar en función de una ideología, o del líder. El hecho de creer que todos son iguales y que nos son personas diferentes aunque compartan partido y siglas.
No lo podemos evitar, los líderes influyen en el resto de candidatos y eso es innegable. Pero, señores, que no influyan en su voto; voten a las personas y no a los partidos aunque el sistema y la “casta”, a veces, se lo ponga difícil.