En ocasiones los programas más anodinos, más superficiales y más alienantes nos ofrecen paradójicos laboratorios donde, a pequeña escala, se reproducen aspectos de una despiadada realidad social. Me estoy refiriendo a Gran Hermano Vip y, con lo observado, concluyo que nada tiene interés cero, aunque lo parezca.

Considerando que nadie es ajeno a las normas por las que se rige el “reality”, pasaré a exponer el asunto que me ha llamado la atención. Parece ser que a los concursantes – aislados, en el interior de una vivienda, del mundo exterior – les han hecho creer que existe una comunicación directa con concursantes de un programa similar en Brasil, que existe la posibilidad de que alguno de ellos pueda cambiar de un concurso a otro, y que, con no se sabe bien qué fines, tienen que competir entre ellos.  Dicho en otras palabras, están sometidos a una manipulación tal que ellos viven una realidad completamente distinta a la que vive la audiencia del programa, que se divierte con la mera observación de la mentira en la que viven los habitantes de la casa.

Si analizamos fríamente la situación, podemos trazar un paralelismo bastante notable entre los participantes del concurso y la mayoría de los habitantes de nuestro planeta. Existe una diferencia, no menor,  en el segundo caso: son menos los que se divierten y más los engañados, pero el sistema es el mismo: manejamos la información que el grupo manipulador desea,  estamos sometidos a las reglas de juego que el grupo dirigente establece, se nos obliga a realizar las tareas que, los que dirigen, desean que hagamos, con las mismas urdimbres sobre la recompensa a obtener por llevarlas a cabo.

Visto así, probablemente, no resulte tan gracioso observar cómo una serie de individuos se ve obligada a desarrollar una serie de actividades, que, hipotéticamente, les va a reportar algún tipo de compensación.

Aún existe una diferencia más entre lo virtual y lo real: en lo virtual, los concursantes, muy probablemente, serán conocedores, al final, de la verdad. En el mundo real los habitantes jamás seremos conocedores de ella, salvo casos excepcionales en los que, algunos que han sido capaces de acceder a la información, puedan llegar a transmitirla, como sucedió con el caso wikileaks.

No debemos quedarnos sólo con lo que nos muestra una cámara.