Hoy día vemos que los derechos individuales son cada más innecesario defenderlos, porque tanto los acérrimos defensores de ellos (liberales-libertarios) como los amantes del estado de bienestar (socialdemócratas e izquierda y derecha, en general) coinciden en su conveniencia, además de pedir algún que otro derecho de tinte colectivo.
En la práctica, el sistema es un híbrido entre unos y otros, y se adoctrina a la gente para ser cada vez más individualista, aferrados a un estilo de vida cada vez más egoísta cuyo único valor es el beneficio propio, y donde todo se remite a pedir y exigir más derechos.
Resulta curioso cuando escuchas a la gente quejarse por la pérdida de valores, pero, cuando le hablas a la gente de responsabilidad, responden extrañados que eso es muy subjetivo, que lo que hay que exigir es que se respeten los derechos.
Los derechos individuales ha pasado de ser una estrategia que contemplaba la defensa de las personas frente al poder omnímodo del gobierno estatal, y se han convertido en una estratagema de los sistemas de gobierno estatal para consolar en sus peticiones los agentes individuales, mientras, a cambio, ese mismo gobierno es el encargado de las obligaciones, y en ese afán poder entrometerse en la vida aumentando su control sobre las personas.
Ya existe una opción que compatibiliza los derechos, las obligaciones y la responsabilidad, junto con la recuperación de los valores. Esa opción no es otra que el Comunitarismo. Porque los valores sólo se forjan en una comunidad. Es una opción que aboga por lo pequeño y participativo de un gobierno local, no lo mastodóntico y abstracto de un gobierno estatal.