Cerró el libro despacio, bajo la cúpula que los árboles habían formado sobre el banco, envuelto en sombras. Se incorporó y caminó por un pasillo cuyo techo lo formaba una maraña de ramas entrelazadas. No había recorrido apenas doscientos metros, cuando en uno de los bancos que flanqueaban el camino de tierra, atisbó el rostro de alguien que se le antojaba conocido, así como la fisonomía corpulenta, reclinada hacia adelante, apoyando la cabeza sobre las manos y mirando hacia algún punto impreciso del parque.
__ ¡Hola, Julio! – dijo, cuando estuvo a su altura.
Sobresaltado, al escuchar pronunciar su nombre, el otro alzó la mirada.
__ ¡Hombre, Luis, no te había visto!
__ ¿Cómo ibas a verme, si tienes la mirada perdida entre los árboles?… ¿Qué te tiene tan pensativo?
__ No sé… me prejubilaron, ¿sabes?
__ Sí, me enteré de eso…
__ Me pasó algo… hace poco… ¡no te imaginas!
__ ¿Qué te pasó?
__ Llamé a la compañía… quería pedir un favor… para un sobrino, ya sabes… les dije quien era… bueno, quién había sido…
__ Bueno, siempre fuiste un poco hijo de puta, tendrás que reconocerlo… – Julio clavó en sus ojos una mirada asesina, luego bajo la vista hacia la tierra del camino.
__ Ni puto caso, no me hicieron ni puto caso… me ignoraron, ¡a mi, con lo que yo he hecho por ellos, con la cantidad de horas que les he dedicado, mi vida, me he dejado la vida en esa compañía, me he partido el pecho, me he desollado la piel, y me trataron como si fuese una puta mierda!, ¡eso es lo que me pasa!, ¿entiendes?… ¿No te parece injusto?… ¿Y tú, sigues allí?…
__ No, me prejubilaron también…
__ Pues te veo muy bien, tienes buen aspecto, ¿no te ha afectado? ¿tu también eras alguien?… ¿cómo lo haces para estar así?… ¿cuál es la fórmula?
__ No hay fórmula, Julio, sólo hay una ligera diferencia entre tú y yo…
__ Cuál?
__ Que yo siempre supe que era una puta mierda.