1918. Con la Gran Guerra próxima a tocar su fin, el presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson proclama sus famosos catorce puntos, en los que aboga por la creación de un organismo internacional cuyo fin sería servir como punto de colaboración entre las distintas naciones del mundo. En los que aboga por el derecho a la autodeterminación de los pueblos y su derecho a decidir. Difícil panorama, Wilson, si a cada comunidad cultural corresponde un Estado. Ya podría haber comenzado por aplicarlo a las reservas indias de su país natal.

Sin embargo, si el derecho a la autodeterminación parece estar prácticamente extendido a día de hoy, no lo son tanto los parámetros por los que debería aplicarse. ¿Cuándo un pueblo es pueblo? ¿Cuándo una sociedad tiene el derecho a decidir si permanecer de la mano de un Estado o crear uno nuevo?

El derecho a la autodeterminación nacional, con los 14 puntos de Wilson como colofón, ha sido el discurso legitimador de multitud de conflictos a lo largo del siglo X

 Que el nacionalismo es cosa del pasado es tan poco cierto como que a día de hoy no hay guerras. Durante los años noventa Europa ha vivido un conflicto de carácter étnico y xenófobo en la antigua Yugoslavia, y en regiones como Cataluña o Escocia importantes sectores de la población reclaman la independencia.

En España, coincidiendo con una crisis económica de gran calibre, las identidades regionales han visto en la independencia una salida al malestar generado por la situación derivada de la crisis y de una gestión de la misma un tanto pésima. Los límites de la democracia asoman por España cuando CyU reclama un referéndum y el Estado central, personificado en la mayoría absoluta del PP en el Parlamento, se lo niega. ¿Pero, quién demonios tiene razón aquí?

La nación es a día de hoy la principal fuente ideológica que legitima la emancipación pero, ¿qué es una nación?

Muy a pesar de muchos, la nación española no es ningún tipo de ente natural o divino. Se trata de toda una serie de símbolos, estereotipos e ideales asociados con el tiempo a un Estado: el español. Qué es lo que define al nacionalismo español dependerá, en primera instancia, del individuo: no todos somos patriotas de fábrica. Pero sí podemos generalizar, sí podemos señalar que lo que define a España es lo que no define a sus países vecinos: el uso de los toros en fiestas y celebraciones, el cante jondo con la guitarra flamenca como acompañante, una gastronomía y una lengua concretas y, por supuesto, una Historia nacional, discurso pasado pero que siempre acaba siendo recuperado (muchas veces vituperado) con unos fines políticos.

Ahora activemos el zoom y fijémonos en Cataluña: su identidad nacional funciona igual que la española: bajo presupuestos de exclusión. La sardana, una lengua única y una Historia única se erigen como componentes del conglomerado catalán y justifican su decisión a constituirse en país independiente. Pero seamos claros: ni Cataluña ha sido nunca en su historia un Estado independiente (sí un reino feudal, allá por los tiempos de las Cruzadas) ni la independencia es señal de mejor gestión. Sin embargo, ello no quita su derecho a decidir, aunque muchas veces el discurso debilita al fin.

Diada en Cataluña, septiembre de 2012

Diada en Cataluña, septiembre de 2012

El sistema de las autonomías, si bien oferta grandes posibilidades de emancipación de la comunidad autónoma respecto del Estado central, no va acorde con la actitud de un Gobierno arraigado en la inmutabilidad de la nación.

Mientras el Gobierno central se mantenga en su posición, las identidades regionales no harán sino reforzarse en sus aspiraciones emancipatorias

Sea como fuere, el diálogo, supuesta base de todo sistema democrático, debería primar para poder favorecer los intereses de ambos sectores y, lo que más interesa, favorecer al conjunto de la población. Sobran los discursos arrogantes y vacíos de contenido.

Ahora, cabe preguntarse si los dirigentes de ERC y CyU lo están haciendo bien canalizando el malestar hacia el conjunto de la sociedad española, si el PP hace bien negándose a entablar diálogo y colaborar en la consulta catalana. La forma de entender la nación afecta directamente sobre la forma de entender la política, y el PP no admite alternativas: no hay capacidad de alternativa alguna sobre la unidad de España. Pero admitámoslo, España no es ni una ni grande. La riqueza cultural de la península reclama un sistema político igualmente complejo. Mr Wilson, el tiempo de la escisión debe dar lugar al tiempo del entendimiento y el diálogo.