En el último quinquenio, tanto en ámbitos periodísticos como gubernamentales se escucha hablar de la cada vez más destacada complementariedad entre la economía argentina –y de otros países de Latino América- con la economía industrial de la mayor potencia asiática, es decir, China.
En el marco de la evolución de las relaciones internacionales ha sido fácil destacar una especie de asociación estratégica que Argentina y China han establecido a partir de 2004, cuando se empezaron las visitas oficiales recíprocas del entonces presidente Néstor Kirchner y el respectivo chino Hu Jintao.
Los datos hablan claro. Ya en 2008, el volumen total del intercambio comercial entre Argentina y China alcanzó los 14.400 millones de dólares, un crecimiento del 45,5% respecto al año anterior. Argentina, por su parte, a partir de 2008 finalizó un ciclo de siete años de superávit en el comercio bilateral. La reversión de esta tendencia se explica con el incremento constante de las importaciones con respecto a las exportaciones.
Históricamente, Argentina destaca por la composición de su intercambio comercial. Desde siempre la exportación de un número extremadamaente reducido de productos primarios nacionales, como la soja, la harina y el aceite, se contrapone a importaciones en las que predominan ampliamente las maquinarias, vehículos y otros bienes industriales complejos. Hoy en día China se abastece principalmente de la soja argentina y de otros productos primarios, mientras obtiene inmenso beneficio de sus exportaciones industriales. De aquí, la célebre denominación “la fábrica del mundo” con referencia a la economía china.
Existe un eterno debate para la definición de tal relación. Mientras en ámbitos académicos se hace referencia a “la complementariedad de las dos economías”, en otros ambientes se habla con más seguridad de una casi concreta y total dependencia de la economía argentina con el gigante asiático. O dependencia en general. De hecho, los datos demuestran una situación parecida (de complementariedad, ¿o dependencia?) con Brasil, país que desafía a China para conseguir el primer puesto en términos de import/export.
Pero China siempre ofrece algo más. Las relaciones entre los dos países se han fortalecido gracias a una serie de acuerdos. Uno de los más relevantes es el swap iniciado en 2014, con el cual China otorgó al Banco Central de la República Argentina una cifra equivalente a 814 millones de dólares, en la moneda china, lo que equivale a casi un 25% de la reservas nacionales. En diciembre, el Senado aprobó sin debate un convenio marco de cooperación en materia económica y de inversiones” entre Argentina y China.
A cambio de financiación, las empresas chinas tendrán acceso privilegiado a los negocios energéticos, mineros y agropecuarios, con posible intercambio de mano de obra. El gobierno de Beijing no ha conseguido un acuerdo parecido en ningun país de la región y la diplomacia china se ha adjudicado con estos acerdos un triunfo desconcertante. Para encontrar entendimientos similares hay que remontarse a los acuerdos con Angola (1984) y con Nigeria (2001), que todavía permanecen sus máximos proveedores africanos de hidrocarburos.
Sin embargo, algo está pasando. Los recientes temblores que se registran en los mercados asiáticos hacen que la pesadillla de la crisis internacional vuelva a llamar a la puerta. El pasado 11 de agosto, el gobierno chino devaluó el yuan un 2%, la mayor depreciación diaria e los últimos 20 años. En lo inmediato, los efectos para las reservas del Banco de Argentina han sido brutales: una caída de 132 millones de dólares americanos, junto a perspectivas poco claras para los próximos 5 años.
Según parte de la opinión pública argentina, mucho tiene que ver con la decisión del gobierno de Kristina Krichner – hechizada por el encanto de la sinodependencia e incapaz de seguir una línea política precisa- de atar claramente de pies y manos el destino económico de Argentina a China.
Será complicado para cualquier gobierno futuro de Argentina deshacer el complejo nudo financiero y de inversiones que China ha realizado con la economía de este país. La “dependencia”seguirá, muy probablemente, durante los próximos diez años.