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6. PRESENCIA EN EL EXTRANJERO: YIBUTI E IRÁN

Yibuti será la primera base naval permanente china fuera de sus aguas territoriales. Así lo parece indicar el acuerdo alcanzado entre Pekín y Yibuti a fines de 2015. China podrá construir una base naval y una pequeña base aérea en el país africano y operarla por un periodo de 10 años con derecho a prórroga. En la actualidad, los navíos de guerra chinos ya atracan en Yibuti, pero lo hacen en un muelle arrendado y sin instalaciones adecuadas para el mantenimiento de los buques.

La construcción de la base resultará más barata a China a largo plazo que el gravoso alquiler que paga en la actualidad por fondear en el puerto africano, a pesar de que el coste ascenderá a 100 millones de dólares. Estados Unidos, en contraste, abona 63 millones anuales por el arrendamiento de su base en Camp Lemonnier, la mayor del Tío Sam en África.

Con este acuerdo, China se sumará a Estados Unidos, Francia y Japón como operador de una base naval en Yibuti. La base permitirá fondear a los buques de la flota de escolta naval en el golfo de Adén dentro del marco de las operaciones antipiratería en el Cuerno de África.

También entrañará una mayor presencia de buques de guerra chinos en toda la región de Oriente Medio y el Mediterráneo, dotando de mayor capacidad al gigante asiático para llevar a cabo operaciones de evacuación o rescate de personal en zonas de conflicto, como ya sucedió en Egipto y el Yemen.

Huelga decir que Yibuti servirá a China para avanzar y proteger sus intereses geopolíticos y comerciales en África, especialmente en Kenia y en Sudán del Sur, donde Pekín cuenta con importantes intereses petroleros. La importancia geoestratégica de la base de Yibuti radica en que facultará a China a sortear el mar de Andamán y el mar Arábigo, evitando una confrontación directa con la India en sus propias aguas.

Esa es la diferencia principal entre los puertos de Yibuti y de Gwadar. Una base permanente en este último representaría un desafío para la India y sería objetivo militar prioritario para Nueva Delhi. En cambio, la ventaja de Yibuti reside, además de ser suelo neutral, en que la presencia allí de bases de otras potencias mundiales rivales de China, como Estados Unidos y Japón, impide que el territorio pueda ser atacado por ninguno de esos países en caso de conflicto.

La futura base naval de Yibuti permitirá a China el envío de más flotas de escolta al Cuerno de África y plantearse el envío de un portaaviones fuera de los mares de China, es decir, más allá del segundo cinturón de islas. El portaaviones Liaoning podría ser el elegido, pero es posible que China espere a la entrada en servicio de su segundo portaaviones ya en construcción.

El despliegue de un portaaviones fuera de sus mares es el corolario del proceso de creación de una flota de alta mar emprendido por China 15 años atrás. A pesar de su inferioridad respecto a Estados Unidos o Japón, Pekín puede emplear la estrategia fleet in being (flota disuasoria en puerto) para ganar el tiempo necesario que le permita ponerse a la altura de sus rivales.

En la actualidad este concepto no implica restar en propio puerto para concentrar a sus puertas a la flota enemiga, sino que supone el envío de flotillas en visita de cortesía u operaciones humanitarias a puertos extranjeros, dando la impresión de que el país que las envía tiene capacidad para realizar operaciones navales en aguas lejanas.

La necesidad de combatir contra el terrorismo islamista en uno de sus principales centros de producción y distribución a escala mundial, Oriente Medio, podría conceder a Pekín el pretexto para enviar tropas a Siria. Si ese fuera el caso, Yibuti desempeñaría un papel crucial, ya que las unidades navales chinas tendrían que cruzar el mar Rojo para llegar al Mediterráneo y alcanzar el puerto de Tartús.

No obstante, China cuenta con más puertos para su elección, puesto que no solo podrá fondear en Yibuti, Gwadar y demás puertos que conforman el collar de perlas, sino que en un futuro próximo también podría hacerlo en territorio de la República Islámica de Irán.

Las relaciones entre Pekín y Teherán son cada vez más estrechas y alineadas en lo tocante a la política internacional y a la defensa de un orden mundial multilateral que los opone, junto a Rusia, a Estados Unidos y sus políticas belicistas. En los últimos años, los intercambios militares entre China e Irán revisten una creciente importancia. Se especula sobre la posibilidad de que Teherán adquiera cazas, fragatas y submarinos a China a cambio de crudo.

Los intercambios navales también se han incrementado notablemente con la visita, en 2013, de una flotilla iraní a China y con la llegada, el año pasado, de una fragata y un destructor chinos pertenecientes a la 17.ª flota de escolta naval al puerto persa de Bandar Abbas. Quizá sea este último el puerto que reciba en los próximos meses al Liaoning en su primera visita a puerto extranjero. Lo que sí podemos asegurar, dada la prudencia y el tacto que caracterizan a la diplomacia china (incluida su diplomacia militar) es que no será el puerto de Gwadar, puesto que ello representaría un amenaza directa para la India.

7. CONCLUSIONES

En el presente artículo hemos analizado las estrategias desplegadas por Pekín para, por un lado, afrontar el desafío yihadista a su seguridad física dentro y fuera de sus fronteras y, por el otro, romper el cerco marítimo al que se ve sometido en el Pacífico por Estados Unidos y sus aliados de la ASEAN.

La lucha activa contra el MITO en el Xinjiang y la preventiva en el Asia Central con el lanzamiento y desarrollo de la Nueva Ruta de la Seda, junto a una diplomacia más atrevida y firmemente decantada a favor del régimen sirio en Oriente Medio, están generando plataformas que servirán a China para seguir avanzando sus estrategias comerciales, económicas y geopolíticas en el continente euroasiático.

El lanzamiento de la Nueva Ruta de la Seda o iniciativa Una Franja, una Ruta está claramente dotado de sentido geoestratégico y puede proporcionar a China una vía de escape por su frontera occidental ante el acoso que sufre en sus propias aguas. No obstante, consideramos que existen dos desafíos mayores que podrían frustrar los planes de Pekín en el futuro.

Esos dos desafíos pueden resumirse en sendas palabras clave: tiempo e inestabilidad. El tiempo es una palabra íntimamente ligada al desarrollo de la civilización china y a su mentalidad. Incluso el célebre término kung-fu significa tiempo, porque un experto en artes marciales no se forja de la noche a la mañana. Por lo tanto, las estrategias de Pekín requieren del transcurso del tiempo para poder madurar y concretarse.

A su vez, cualquier proyecto que requiera tiempo necesita estabilidad. Estabilidad precaria o que brilla por su ausencia en las regiones donde China pretende desplegar sus estrategias: mares de la China Oriental y Meridional, el Sudeste Asiático, la región de Af-Pak, el Asia Central y Oriente Medio. Diríase que a Pekín no le gustan los retos sencillos.

Estados Unidos seguirá ejerciendo presión sobre China en el Pacífico y cuenta con la ayuda de sus aliados en la región para continuar pinchando las escamas del dragón en las zonas que Pekín se disputa con sus vecinos. En el Asia Central, para impedir el éxito de la Nueva Ruta de la Seda, Estados Unidos trabaja desde hace años con un aliado temible por su actuación asimétrica: el terrorismo islamista.

De hecho, la estrategia de Washington es doblemente beneficiosa porque permite matar dos pájaros de un tiro. En efecto, la promoción del extremismo islamista en el Asia Central no se ideó, en un principio, para frenar el desarrollo económico chino, sino para encerrar a Rusia en sus fronteras y desangrarla por su flanco sur.

En la actualidad, se puede utilizar los mismos activos que desestabilizaron Chechenia en su día y que ahora causan estragos en Siria e Irak (entre los cuales hay chinos uigures) para desbaratar los planes de Pekín e incluso fomentar la insurgencia islamista dentro de sus propias fronteras. Win-win situation para Washington y sus huestes.

Solo el tiempo nos dirá cuál es el resultado de la lucha de titanes emprendida entre China y Estados Unidos por el control de la región de Asia-Pacífico y del Asia Central. Lucha aparentemente regional pero con ramificaciones internacionales que podría desembocar en una conflagración mundial entre bloques o ejes ya claramente definidos, como son Pekín y Moscú por un lado, frente a Washington y sus aliados por el otro.

Mientras tanto, China seguirá avanzando sus planes para asegurarse de que nada ni nadie entorpece su crecimiento económico, clave para el mantenimiento de la cohesión social en un país que, debido a su ingente población, es preferible que se mantenga estable. No obstante, hay quienes no entienden algo tan sencillo.