Todo lo explicado hasta ahora no era ni más ni menos que el nacimiento de una nueva potencia. En 1885, los EE.UU. superaban a Gran Bretaña en producción de manufacturados y a finales de siglo consumía más energía que Alemania, Francia, Austria-Hungría, Rusia, Japón e Italia juntos. Los aumentos de producción de carbón, vías de acero y el kilometraje de vías férreas sobrepasaban con creces cualquier idea europea.
Un factor importante en el aumento población fue la inmigración. Hubo tentaciones para los dirigentes norteamericanos de crear un verdadero imperio con tanto aumento de poderío, así tenemos las ideas del secretario de Estado Seward de anexionar Méjico y Canadá o del gobierno de Grant de anexionarse la República Dominicana y adquirir Cuba. Este era el estilo europeo, pero el Senado se preocupó más de los asuntos domésticos, como ejemplo el ejército norteamericano hasta 1890 era inferior al búlgaro y su armada inferior a la italiana. La despreocupación norteamericana por las relaciones internacionales estándar era tal que llegaba a no formar parte de las conferencias internacionales y a reducir al mínimo las representaciones diplomáticas. Pero la presión de ser una potencia, hizo que los EE.UU. en la década de 1880 a 1890 empezaran a tomar posiciones en la escena internacional, comenzaron a construir su armada.
Ya en 1902 Gran Bretaña cesó en su empeño de controlar la América Central. Los europeos completamente fuera del escenario americano dejaron la vía libre a la actuación de los EE.UU., que sin quererlo se habían convertido en una potencia mundial. Dos años más tarde, el propio Hay firmó con el ministro plenipotenciario de la recién independizada Panamá, el ingeniero francés Philippe Jean Bunau-Varilla, un nuevo acuerdo (conocido como Tratado Hay-Bunau-Varilla) que supuso el reconocimiento panameño de los derechos estadounidenses para la construcción y regulación del uso del canal a cambio de un pago y de garantías de protección al nuevo Estado podían evitar que, a pesar de sus ideas como faro del mundo, tendrían que tomar parte en los asuntos internacionales al estilo establecido y no en un ambiente democrático como hubieran deseado.
Roosevelt fue el primero en afirmar que los EE.UU. debían hacer sentir globalmente su influencia y si sus intereses chocaban con los de otra potencia, tendría que usar la fuerza.
Esto hizo que la Doctrina Monroe se volviera más intervencionista (en 1902 presión a Haití para pagar sus deudas, en 1903 ayudaron a Panamá a separarse de Colombia o en 1906 las tropas de los EE.UU. ocuparon Cuba). Para Roosevelt los dos océanos no eran suficiente separación para mantenerse aislados del mundo, su idea darwiniana de la supervivencia de las especies era mejor guía, en palabras de Kissinger, que la moral personal. Roosevelt no veía con buenos ojos muchas de las ideas piadosas norteamericanas sobre política exterior, negando la eficacia del Derecho Internacional y rechazando el desarme. Según Roosevelt, en un mundo gobernado por el poder, el orden natural de las cosas se reflejaba en el concepto de las “esferas de influencias”, dando poderes en las regiones a ciertas potencias.
Como vemos, Roosevelt muestra unas ideas muy europeas en cuanto al gobierno de un país y las relaciones internacionales. Europa, en un principio, no fue importante para Roosevelt en el sentido de afectar a los EE.UU.; pero poco a poco fue considerando a Alemania una amenaza e identificó el interés nacional con los de Gran Bretaña y Francia. Siendo el primer ejemplo la conferencia de Algeciras para decidir el futuro de Marruecos, allí los EE.UU. supeditaron sus intereses económicos a la visión geopolítica, defraudando a Alemania.
En Asia, Roosevelt aplaudió la destrucción de la flota rusa por Japón y veía con buenos ojos un equilibrio en la zona entre las dos potencias sin que una destruyera a la otra. Así, envió representantes a Oyster Bay para que se firmará un tratado de paz que limitara la victoria japonesa. Roosevelt recibió el Premio Nobel de la Paz por apoyar los términos de equilibrio y esferas de poder. Poco después de la invasión alemana de Bélgica y Luxemburgo, Roosevelt mostró su preocupación no por la violación del Derecho Internacional sino por el equilibrio de poderes, temiendo un auge alemán que dominara Europa y que posteriormente amenazara América del Sur.
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