¿Qué es “ser cabo”?, ¿qué es “bailar la navaja”?… Preguntas clave que se resuelven a continuación. Filá y escuadra forman parte del argot festero de Moros y Cristianos que, aunque supongan lo mismo, no lo es. Las filás son las organizaciones, en forma de filas, que se realizan dentro de una comparsa a la hora de desfilar, son dirigidas por un sultán o sultana, que es la persona que lleva el ritmo y pone orden. Las escuadras, por su lado, hacen referencia a lo mismo, pero dentro del bando cristiano. Son dirigidas por un cabo.
Las marchas moras marcan el paso de las filás y sultanes: ritmos graves y serios, que marcan pasos lentos, y pasos lentos que se caracterizan por los zapatos acabados en una punta larga y curvada, los zuecos. Los sultanes suelen bailar (lo que supone controlar, desfilar y dirigirse al público) con espadas, lanzas o cualquier otro elemento guerrero morisco. Y, obviamente, son elementos “de mentira” sin peligro ni riesgo. Por lo que a los cristianos respecta, los cabos desfilan con las marchas cristianas, más alegres que permiten el paso que se baila. Los cabos portan navajas, trabucos y, en mi comparsa (Contrabandistas) es característico el abanico.
Tanto mi hermano como yo somos cabos de nuestras escuadras y mi madre desfila bajo el control de mi hermano. Mi hermano, a su vez, es uno de los encargados de leer el pregón de fiestas, que se realiza el jueves anterior de los desfiles. Bajo la atenta mirada de los espectadores y la compañía de los capitanes y abanderados, se representa el discurso, que cada año se encarga de escribir algún vecino con carrera o reconocimiento popular.
Por mi parte, soy la encargada, junto con un amigo de la comparsa Almohades, de dirigir el acto de presentación de los abanderados y capitanes, donde se se dan a conocer las nuevas caras de los cargos festeros y que marca el punto de partida de las fiestas. Algo que hace más especial la gala, pues a los dos se nos puede notar que tenemos las mismas o, incluso más ganas, que todos los asistentes y nuevos cargos. Es todo un honor para nosotros y, además, ya andamos maquiavelando el acto de este año al que todos están más que invitados.
El tema de los desfiles es algo serio, aunque no por ello aburrido, al contrario. Serio, porque hasta el más mínimo detalle es bien cuidado; serio porque los trajes del año siguiente se comienzan a mirar con mucha antelación; y, serio, por el dinero. La cuantía de los capitanes puede sobrepasar los 5.000 euros; la de los abanderados ronda en torno a los 3.000; y la de todos aquellos que desfilamos, 200 euros aproximadamente. Pero no es aburrido, qué va. Es un dinero que se gasta con ganas e ilusión.
Los capitanes y abanderados elevan sus gastos debido a los trajes (algunos se hacen a medida y de forma personalizada), a las carrozas, a los boatos… A todo lo que ellos quieran añadir a su desfile, para hacer su “reinado” más espectacular. Los que desfilamos, vemos reducidos nuestros gastos porque los trajes que alquilamos rondan los 100 euros, a lo que hay que sumar el maquillaje y los accesorios con los que personalizar el traje.
El maquillaje moro es más logrado y de mayor trabajo que el cristiano. Ni todos los moros ni todos los cristianos invierten el mismo tiempo y dinero en el maquillaje. En el bando cristiano es prácticamente innecesario para las hombres y el de las mujeres suele ser algo sencillo: labios bien marcados y ojos con brillo que llamen la atención y que peguen con las lentejuelas y pedrería de los vestidos. Las filás moras pueden llegar a invertir toda la tarde de antes del desfile para su caracterización.
Todo ello se tiene en cuenta para un desfile que dura dos días, que se espera todo un año, al que se dedica todo el tiempo del mundo y del cual no se puede medir la ilusión de ver el resultado. Sensaciones y sentimientos que se esfuman más deprisa que la marcha cristiana y que tardamos más en ser conscientes de que todo ha acabado que una marcha mora.
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