¿Y ahora qué?, eso es lo que nos preguntamos muchos, hoy, y cada una de las veces que el salvajismo fanático ha provocado el terror y la muerte. Los españoles tenemos la desgracia de haberlo sufrido durante un largo período de tiempo. Realmente es indiferente el signo que tenga el terrorismo: político, ideológico, religioso… las vidas que se lleva por delante son irrecuperables. El dolor es el mismo. La impotencia y la rabia, también son iguales. De cualquier modo, la solución no parece ser ni la guerra, ni los bombardeos selectivos, ni el odio a los individuos de una religión, o de una determinada región del planeta. Eso no conduce a nada y ya está más que comprobado. Los odios generan más odios. Las muertes generan más muertes. Los fanatismos no se erradican con fanatismos de signo contrario.
Habría que hacerse preguntas, y, contestarlas. Contestarlas con autoctrítica y sinceridad:
¿Quién vende las armas a los terroristas y por qué no interesa saberlo?
¿No interesa saberlo porque, tal vez, hay quién se está enriqueciendo con estas muertes, y son occidentales?
¿De dónde obtienen su financiación y por qué no interesa investigarlo a fondo?
¿No interesa investigarlo porque, quizás, detrás se ocultan países, o gobiernos, o personas cuyas fortunas se irían a pique si se supiera?
¿Por qué no se suprimen los paraísos fiscales, los depósitos ocultos de dinero?
¿No interesa suprimirlos porque entonces, los que se benefician de ellos, tendrían que declarar sus fondos como todos los ciudadanos de a pie?
Pero, además de hacerse estas preguntas, sería necesario que exigiésemos, ya, tajantemente, que se contesten, que se investigue en profundidad, caiga quien caiga, porque, en una gran medida, el sostenimiento de la actividad terrorista radica en estos pilares. Mientras continúen pudiendo financiarse, continuarán matando, y sus víctimas siempre son los débiles. Los ejércitos, en este caso, no pueden hacer nada.