Un gobierno, ¿para qué?, me pregunto. No sé si alguien más se habrá cuestionado lo mismo. Pero, desde que carecemos de gobierno, hemos dejado de tener sobresaltos cada viernes después del Consejo de Ministros. Es como si nos hubiesen quitado una pesada losa de nuestros cargados y doloridos hombros. El gobierno que nos “desgobernaba” nos “desgobierna” sólo en funciones, lo cual es un alivio: hemos dejado de recibir los hachazos que habitualmente repartía a los sectores más desprotegidos y desfavorecidos de la sociedad. ¿No será mejor no estar gobernados a estar desgobernados?
Sin embrago, con su veintitantos por ciento de porcentaje de apoyo electoral se arroga el derecho de formar gobierno. ¿Por qué, si un seseinta y muchos por ciento no ha querido que gobierne? Siempre lo han hecho, han querido manejar los números a su antojo y según les ha convenido. Y su afán de gobernar les hace invocar una democracia en la que realmente no creen, y lo han demostrado, intentando acallar la voz del pueblo con leyes como la “Ley Mordaza”. Como prestidigitadores que son, se sacan de la manga la idea de que debe gobernar el partido más votado. ¿Desde cuándo?, ¿dirían lo mismo si los números le hubiesen dado la mayoría a Unidos Podemos, por poner un ejemplo? Creo que todos sabemos la respuesta a estas preguntas.
Quieren gobernar, argumentando que ellos son los únicos que pueden garantizar la continuidad de la recuperación económica. ¿De qué recuperación hablan? La recuperación de las grandes corporaciones y de la banca, debe de ser. El beneficio de las empresas ha aumentado un 50%. ¿En qué ha notado ese aumento de los beneficios la ciudadanía, cuando crece progresivamente la precariedad laboral, y no se repercute en los salarios? Si las empresas fuesen más solidarias, y revirtiesen parte de esos beneficios en nuevas contrataciones o mejoras salariales, probablemente repercutiría en el tejido económico, favoreciendo el consumo, generando, a su vez, más empleo, y más consumo, y, al final un aseguramiento del beneficio de esas mismas empresas. Pero parece ser que hemos alcanzado un punto en el que todo es cortoplacista: engordar rápido para morir pronto. Y, al mismo tiempo, destrozar toda una capa social de un país. Si, a todo esto le sumamos una telaraña de corrupción, entre empresas y dirigentes de organismos oficiales, una red, un entramado, urdidos para la financiación de un partido político y el enriquecimiento de su cúpula directiva, ¿qué apoyos pueden esperar del resto de grupos políticos, a excepción de Ciudadanos, que no le hace ascos a nada, con tal de obtener un prestigioso sillón en la cámara, y quién sabe si en el gobierno? Lo único que preocupa a Ciudadanos es la manida y gastada unidad de España, cuando no es, ni mucho menos cierto, que esa unidad esté en peligro. Es sólo el monstruo que necesitan para arrimar el ascua a su sardina. Cuando no hay argumentos, se inventan, ya lo hemos visto en otras ocasiones: Las armas de destrucción masiva, la unidad de España, el rescate económico… y mañana será El Islam, o los ovnis. Lo importante es que exista un enemigo, algo que aterrorice a la población, y erigirse, luego, en el salvador, en el que es el poseedor de la solución.
Pues va a ser difícil que se constituya un nuevo gobierno, a menos que el PSOE se pliegue a los deseos de su vieja y rancia guardia, esos que hace años deberían haber abandonado la primera línea de la política para dejar paso a las nuevas generaciones, esos que desean continuar teniendo el control del partido y mangoneando en la política, creyéndose que el país es su cortijo, el partido su hacienda y sus opiniones verdades absolutas.