Nos hemos sumergido de nuevo en la vorágine del sufragio. El derecho a votar, a elegir a los representantes del pueblo, no parece sino que lo vemos y vivimos de un modo un tanto displicente, con desgana. La abstención, parece que aumenta. El desapego con los políticos, no es ya una carencia de empatía, se está convirtiendo en una brecha, en un desfiladero insalvable. Es cierto que se han sucedido demasiadas consultas en poco tiempo. Es real que los individuos elegidos no han conseguido llegar a acuerdos que den fin a una situación de interinidad indeseada. Pero deberíamos detenernos un momento y reflexionar. El hecho tan pueril de introducir una papeleta en una urna, costó un ímprobo esfuerzo de lucha y reivindicaciones. En un principio sólo podían votar los hombres de una determinada clase o rango social, después les fue permitido a los no analfabetos y ni que decir tiene las barreras que hubo que derrumbar para que se les permitiese votar a las mujeres. Todo esto, que no deja de ser obvio, y parece hasta estúpido, lo que indica de facto es que el poder es capaz de urdir todas las estrategias imaginables con el fin de continuar siendo el ostentador del mismo. Y el poder es el que controla los medios de producción y la economía. Abstenerse, hoy por hoy, es otorgarle el poder, al poder, por muy redundante que pueda sonar. Abstenerse es la pataleta del niño al que no le dan el caramelo. Abstenerse es la opción del desacuerdo, lo sé, lo entiendo, incluso lo comparto en la pureza del concepto. Pero es inútil. En este sistema, los abstencionistas van a perder siempre. Y, no existe todavía otro sistema. Los sistemas se ganan o se imponen. Y de momento el que tenemos nos lo han impuesto, por mucho que quieran decorárnoslo, y negarlo. En el hipotético caso de que la abstención se acercase, llegase o superase mínimamente el cincuenta por ciento, ¿cree alguien que serviría de algo? Gobernarían los de siempre, aferrándose a “la legitimidad”, esa palabra.
La única fórmula para cambiar el sistema es hacerlo desde dentro, porque desde fuera sólo es posible mediante una revolución, y una revolución en un país de occidente es difícilmente creíble que se produzca. Por eso la abstención sólo favorece al poder establecido y a sus comparsas y palmeros. ¿Alguien ha escuchado alguna vez a los presidentes de las grandes corporaciones, o a los dirigentes bancarios quejarse de la poca participación en los comicios electorales? Ni siquiera los partidos que los representan lo hacen, se limitan a un “Se ha producido una baja participación”, o “La participación ha sido tantos puntos inferior o superior a la de las anteriores elecciones”. Punto. Nada más. No les interesa. Les favorece. La abstención suele ser la de personas con cierta conciencia o desengañados y escépticos. Pero la abstención, es, al final, más allá de la ideología, votos que se suman a los del poder establecido.
Si deseas que nada cambie, abstente, aunque creas que con tu actitud no estás participando en el juego, realmente eres el que más interviene en él.