Hace unos días leí un artículo de Enric González para la revista PAPEL en el que reflexionaba sobre el ‘Turismo Negro’ o ‘Turismo de la muerte’, su consumo al alza y las consecuencias futuras de este tipo de periplos vacacionales. Inmediatamente, la imagen de los atentados de París del pasado 13 de noviembre vinieron a mi cabeza y con ella la fotografía de Carlos Herrera junto a las velas y los recuerdos a las víctimas en las puertas de la Sala Bataclan.
Lo cierto es que habría que reflexionar sobre las razones que llevan a una persona a invertir el dinero que ha estado ahorrando durante un año en acudir- junto con otros cientos de turistas- de peregrinaje a lugares donde la historia, los símbolos o las uñas de los judíos clavadas en las paredes de las cámaras de gas recuerdan el sufrimiento humano de hace unas décadas. Muchos achacan estas macabras excursiones a la necesidad del ser humano por mirar cara a cara a la muerte.
El periodista hablaba en PAPEL de Chernobyl, Hiroshima o Auschwitz, lugares mundialmente reconocidos y marcados por la desgracia. Pero no hay que irse tan lejos. El ‘Turismo Negro’ está tan asumido en España que cuando visitamos el Valle de los Caídos en Madrid no nos damos cuenta de que estamos visitando un lugar construido para humillar a los republicanos y donde están enterrados hombres que lucharon contra vecinos y familiares en una Guerra Civil que sumió a España en una dictadura de más de cuarenta años.
Este no es el único ejemplo de ‘turismo de muerte’ en España, también hay muchos otros lugares de culto de este sector al alza. Gernica en Vizkaya es un municipio marcado por el horror de la Guerra Civil. Tanto dolor causó la destrucción casi-total de la villa en 1937 que Pablo Picasso la llevó al mundo a través de su obra Guernica. También relacionados con este conflicto bélico se encuentran visitas obligadas como Belchite en Zaragoza o los refugios de Almería o de Cartagena en Murcia.
La Guerra Civil y su posterior desembocadura al régimen franquista no son los únicos episodios oscuros de nuestra historia. Muestra de ello son algunos museos de la tortura de la Santa Inquisición situados en Santillana del Mar o en Córdoba donde se muestran los instrumentos de tortura además de los juicios y castigos a los que eran sometidos los acusados por la institución religiosa.
Las razones de este tipo de turismo pueden ser muchas pero en la que coinciden muchos expertos es en el acercamiento a la muerte. En una sociedad en la que la esperanza de vida es cada vez mayor, la defunción se ha convertido en algo obtuso. De lo que no se habla. Otra razón podría ser la inmunidad que ha alcanzado el ser humano ante las imágenes violentas, crueles o de muerte. La costumbre a experimentar una sensación de tristeza se ha hecho tan común que el ser humano busca sensaciones fuertes como la que se siente cuando estás en una ciudad radiactiva como Chernobyl y sales a la calle.
El ‘turismo negro’ también entiende de selfies. Tal y como reflexionaba Enric González quién sabe si dentro de unos años pagaremos por ver las tragedias en directo.