COREA DEL SUR. Decía Colin Clair, en su magnifico libro Historia de la imprenta en Europa que “escribir sobre la historia de la imprenta en pocas hojas es como intentar hacer pasar, no ya un camello, sino a un elefante por el ojo de una aguja”, y si a esta dificultad le añadimos que la idea de que Gutenberg inventó la imprenta con tipos móviles, tenemos que quitárnosla de la cabeza, la cosa se complica un poco más. Un asunto que nadie se había atrevido a cuestionar hasta que en la ciudad coreana de Cheongju, unas escavadoras se toparon con los restos del templo de Heungdeok, el lugar donde se imprimió, en 1377, el Jikji, el primer libro en la historia de la humanidad en el que se usaron tipos metálicos móviles, unos 80 años antes de que hiciera algo similar Johannes Gutenberg en Alemania.
En Corea del Sur acontecieron algunos de los hitos más importantes de la historia de la imprenta, sin los que es imposible entender lo complejo de este maravilloso invento que revolucionó la historia de la humanidad y que si tiene la suerte, como yo, de poder verlos con sus propios ojos no le dejaran indiferente.
De modo que cuando tuve ante mí un impreso xilográfico, realizado en el año 751 expuesto en Museo Nacional de Corea en Seúl; cuando contemplé la mayor colección del mundo de planchas de xilografía conservadas en el Templo de Haein; cuando visite el Museo Goinswae – dónde se rinde homenaje al Jilki- o cuando descubrí el increíble trabajo de fundición tipos de bronce, siguiendo los antiguos métodos, que está realizando el Maestro Lim In-ho -Bien Cultural Inmaterial nº 101-, supe que estaba, nada más y nada menos, que ante el origen de la imprenta.
Corea del Sur es un país que ha sabido preservar su pasado de una manera asombrosa. Pese a la catástrofe que supuso la colonización japonesa de 1910 a 1945 y la terrible guerra que, de 1950 a 1953, redujo el país a escombros, es hoy en día referente mundial en la conservación de su patrimonio cultural.
Resulta increíble poder contemplar los pabellones del Templo de Haein, donde se almacenan las 81.258 xilografías de la Tripitaka Koreana, una visión que me produjo una emoción difícil de expresar, no sólo por la abrumadora cantidad de planchas de madera perfectamente ordenadas en estantes que van del suelo al techo, sino porque al traspasar su puerta uno sentía que estaba entrando en un lugar sagrado para muchos coreanos. Algo que pude comprobar durante mi visita al Tripitaka Coreana Festival, evento que visitaron más de dos millones de personas.
Si bien la primera Tripitaka comenzó a tallarse en el año 1011, por lo que hace poco celebró su milenio, las planchas que actualmente se conservan en Haeinsa fueron realizadas en 1232. Tanto las xilografías, como los edificios que las albergan, fueron declarados por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en el año 2007.
En 1901, el diplomático, bibliófilo y coleccionista de arte, Collin de Plancy, que fue durante años Cónsul francés en Corea, lo llevó a Francia, conservándose desde 1950 en la Biblioteca Nacional, en París. Traspapelado el segundo volumen dentro de unos libros chinos, en 1968, fue “redescubierto”, por la doctora Park Byeong-seon, un ejemplar cuya autenticidad pudo ser confirmada formalmente en 1972.
En septiembre de 2001 la UNESCO lo incluyó en el Registro de la Memoria del Mundo, una lista de patrimonio documental que se considera de importancia mundial, siendo a partir de este momento cuando se comenzó a reescribir la historia de la imprenta con tipos de metal.
Mención aparte merece el encuentro con el Maestro Lim In-ho. Estar ante una persona que es considerada por los coreanos como “Tesoro Humano Viviente” me causó una profunda impresión. Actualmente está embarcado en la reimpresión de los dos volúmenes del Jikji usando los tipos de metal que el mismo funde, una empresa que espera concluir este año y en la que lleva inmerso desde el año 2009. Una tarea nada fácil si se tiene en cuenta que la técnica de fundición a la cera perdida, dejó de utilizarse en Corea tras la primera invasión japonesa de 1598.
Como se puede apreciar, la aportación de la imprenta coreana a la historia mundial constituye una hazaña cultural y tecnológica sin parangón, que en nada desvirtúa el invento posterior de Gutenberg sino es para engrandecerlo, siendo además un magnifico pretexto para descubrir esta parte desconocida del pasado de Corea.