CHILE. La incertidumbre continúa aunque la tendencia es clara. Los electores chilenos dieron mayoritariamente, el 17 de noviembre, su voto a la candidata de centroizquierda y ex Presidenta de la República entre 2006 y 2010, Michelle Bachelet, apostando así a “cambiar el rostro de Chile”, uno de los lemas de su campaña. Sin embargo, la carrera no termina aquí. Aunque con un 46,67 % de votación estuvo cerca de alcanzar la mayoría absoluta de 50% + 1 que exige la ley para declararse vencedora, aún deberemos esperar al 15 de diciembre para conocer a la mujer que tomará el mando, al medirse en segunda vuelta con la candidata oficialista de centroderecha que está a más de 20 puntos de distancia, con un 25,01 %, Evelyn Matthei – con la menor votación obtenida por el sector desde el retorno a la democracia-.
Es destacable la amplitud de oferta de nueve candidatos presidenciales, inédita en Chile, que hizo que la votación se dispersara más de lo habitual. Claro ejemplo es el apoyo, entorno al 10 %, que obtuvieron los candidatos Franco Parisi, independiente (autodefinido como “socioliberal”), y Marco Enríquez-Ominami del Partido Progresista (PRO). Este abanico de aspirantes, en su mayoría progresistas, completado por Marcel Claude del Partido Humanista, Roxana Miranda del Partido Igualdad, Alfredo Sfeir de los Ecologistas Verdes, a lo que se suman el independiente Tomás Jocelyn-Holt y el representante del Partido Regionalista Independiente (PRI), Ricardo Israel, dan cuenta de una sociedad que está ansiosa de cambios y de nuevas propuestas, donde adquiere valor no ya el sector político de donde vienen sino la figura que las encarna. Una población con fuertes cuestionamientos al modelo político y económico neoliberal, que quiere más Estado, más regulación económica y más protección social en salud, educación y pensiones.
El descontento por el sistema de educación reinante ha quedado de manifiesto en el movimiento de los estudiantes que germinó en el 2006 -denominado “la revolución de los pingüinos”– y que continúa hasta hoy, bajo el liderazgo de Camila Vallejos, quien obtuvo un escaño en el Congreso en estas elecciones. Las imágenes de miles de estudiantes en las calles pidiendo, sin lograr, respuesta a sus demandas recorrieron el mundo.
La candidata del pacto Nueva Mayoría que dejó el gobierno en el 2010 con más de un 80% de popularidad, Michelle Bachelet, ha escuchado estas exigencias, abogando en su programa por el cambio de la Constitución de 1980 (elaborada en el gobierno del General Augusto Pinochet); la reforma de la salud; el retorno al sistema de pensiones público; y una educación pública, de calidad y gratuita, como un derecho social y no un bien de consumo. En ello coincide, con matices, la abanderada del pacto Alianza por Chile, Evelyn Matthei, quien apuesta por mejorar la salud pública y las pensiones, por impulsar escuelas públicas y asegurar la gratuidad de la educación, aunque sin suprimir la educación privada. No obstante, parece más de lo mismo, una suerte de continuismo del actual gobierno de Sebastián Piñera. De hecho, fue Ministra del Trabajo de éste además de hija de un general que formó parte de la Junta de Gobierno de Pinochet.
Es incuestionable el sólido crecimiento macroeconómico del país, la transición pacífica a la democracia desde el régimen autoritario de Pinochet y los buenos índices con que dejará su mandato de cuatro años el presidente Piñera: una tasa de desempleo del 6%, baja inflación y un crecimiento entre el 5 y 5,5%. No obstante, los resultados electorales muestran que los chilenos quieren ir más allá, sobre todo a encarar el tema de la desigualdad, que es la raíz de los problemas sociales. El Índice de Gini sitúa a Chile en la última categoría a nivel mundial, es decir, en el grupo de países que presenta mayor desigualdad de ingresos.
El país ha estrenado el voto voluntario, lo que ha llevado a una cifra cercana al 50% de abstención, dentro de un universo proyectado de 13,5 millones de votantes. La mitad de los ciudadanos en edad de votar no lo han hecho, lo que lleva a preguntarse qué imagen tiene la población de la clase política en general. Aunque, dado que las encuestas daban por triunfadora a Bachelet, quizás muchos prefirieron abstenerse para no subirse al bando perdedor.
En las próximas semanas veremos a dos corredoras marcar las diferencias en sus programas de gobierno e intentar captar a un mayor número de votantes que parecen querer apostar por un valor seguro: una candidata que ya haya probado sus dotes de gobernante, sea afín a los sectores populares y que busque un “Chile para todos”.