MADRID, ESPAÑA. Ursula von der Leyen visitó la semana pasada España. La ministra de trabajo alemana estuvo en Madrid en una cita con su homóloga española, Fátima Báñez, para firmar un acuerdo de impulso a la contratación de los jóvenes en ambos países. Se trata de un manifiesto para promover el empleo juvenil enfocado a la formación profesional que puede beneficiar a 5.000 jóvenes. A pesar de lo positivo que puede parecer a primera vista, parece que se esté intentando empezar la casa por el tejado.

Vaya por delante que de bien nacido es ser agradecido y que se vienen ofreciendo hasta 5.000 puestos de trabajo para jóvenes cuando la tasa de desempleo de esa franja supera el 50% no hay que despreciar el ofrecimiento. Sin embargo, se trata de una nueva estrategia de un gobierno español para poner un parche en un problema crónico del mercado laboral español.

Ejecutivo tras ejecutivo han ido modificando la legislación en este aspecto a través de cambios en las leyes y acuerdos con diversos países, sin llegar a enfrentar uno de los males crónicos en el sistema laboral español, que es la productividad en España. La base del problema en el discurso de la cartera de Báñez está en que la formación de los jóvenes españoles no se corresponde con la demanda por parte de las empresas del país. Como es bien sabido, hubo un tiempo en que esa demanda era mano de obra poco cualificada que encontró una inmejorable salida a la formación académica: la construcción. Sin embargo, en época de vacas flacas como la actual la demanda no encuentra personal cualificado, pero ¿qué demanda? Y esta pregunta me lleva a la siguiente: ¿qué se produce en España? Hace ya algunas décadas, se decía que España era la despensa de Europa. El potencial del sector agrícola colocaba a España en una posición ventajosa, más aún teniendo en cuenta las favorables condiciones a las que son sometidos los productos agroalimentarios dentro de un mercado común como el de la Unión Europa. Pero ese potencial agrícola se está perdiendo a un ritmo frenético.

A pesar de la pésima noticia que significa estar malogrando un sector valiosísimo en cualquier país, sería menos mala si ese abandono en el sector primario hubiera sido sustituido por inversión en otros sectores, pongamos por ejemplo, industria. Bien, por aquí se dice que la industria de España es la turística; no vamos a meternos ahora con si la ligüística es la más o menos correcta, pero el caso es que el turismo no es industria, es sector servicios. Por tanto, si asumimos que un servicio es una industria nos estamos quedando sin la segunda.

El acuerdo firmado la semana pasado por von der Leyen y Báñez tiene por objetivo incentivar la contratación de jóvenes de formación profesional, cuando las tasas de inserción laboral de estas formaciones son bastante mejores que algunas correspondientes a titulaciones superiores.

Sin embargo, no está España en posición de desaprovechar tamaña oportunidad de colocar a algunos de sus desempleados. Así le muestra a Alemania las ganas que hay de crear empleo y ya de paso rebaja débilmente cifras en las listas del SEPE.
O apostamos por empezar desde cero e incentivar la creación de industria en el país o seguimos siendo las rémoras del crecimiento de nuestros vecinos: arrimarnos al que le va bien para recoger migajas.