CHILE. La contingencia política y económica del país sudamericano se debate entre la continuidad y, por ende, legitimar el modelo impuesto por la dictadura de Pinochet o por reformar, e incluso rehacer, las bases del sistema que les rige.

En 1990, cuando la coalición opositora a la dictadura (la Concertación) ganó las elecciones generales, optó paradójicamente por darle continuidad al proyecto refundacional de los militares. Es decir, el centro izquierda durante estos veinte años validó el modelo en razón de mantener los resultados macroeconómicos y la estabilidad política. Sin embargo, durante esta etapa se fue generando un sentimiento de malestar generalizado que, a luz de los hechos, es transversal y no responde a meras banderas partidistas.

El experimento neoliberal, aplicado por “Chicago Boys”, parece llegar a un punto de inflexión. El chorreo económico no prosperó de acuerdo a las expectativas y el malestar comienza ahora a expresarse por medio de los movimientos sociales. Sus demandas tienen un denominador común: no se siente parte del crecimiento económico que experimentó el país durante años. Las demandas colectivas han logrado marcar la agenda de los candidatos a la elección presidencial del noviembre próximo.

La candidata del centro-izquierda, Michelle Bachelet, se presenta como la mejor opción, pero carga tras sus espaldas su desempeño anterior, en donde hizo primar la legitimidad del modelo. La otra opción es la centro-derecha que aspira a continuar con el modelo neoliberal. Existen otras opciones que son más marginales, pero serán decisivas en la segunda vuelta presidencial.

La candidata Bachelet decidió acoger gran parte de las inquietudes de la calle. Pero ésta no exige reformas parciales, sino cambios profundos. La ciudadanía quiere una nueva Constitución, pero legitimada por ellos (plebiscito). Incluso, está a favor de una asamblea constituyente. Según la última encuesta MORI, el 64% de los chilenos quiere una asamblea y sólo el 5% está de acuerdo con la actual carta magna. Para qué hablar de la crisis del sistema educativo. Reitero, las demandas son transversales.

Para un sector de los sociólogos e historiadores políticos -liderados por Alberto Mayol- el modelo chileno está agotado. Las manifestaciones, muchas de ellas violentas, lo demuestran. El sistema de partidos y el régimen electoral son quizás los casos más críticos. Éste último se ha estructurado bajo una anomalía básicamente definida por la sobrerrepresentación (de las segundas mayorías). Las minorías no tienen rol alguno y sólo pueden ingresar al sistema por medio de meros pactos instrumentales con algunas de las dos fuerzas mayoritarias.

Sin embargo, para otros analistas la ola de demandas no es otra cosa que la demostración de que el sistema va en la vía correcta, ya que los ciudadanos han ido adquiriendo conocimientos diversos, que exigen la perfección del modelo, pero no su reemplazo. De producirse un cambio profundo del modelo, estaríamos, según ellos, frente a la polarización política que desencadenaría una crisis que estancaría los positivos resultados principalmente económicos (disminución de la pobreza, tasa de crecimiento sostenido, aumento del PIB per cápita) poniendo en jaque el futuro del país.

Todo parece indicar que Bachelet se alzaría con los resultados a finales de este año y, por ende, el modelo entraría a una etapa de recambio. La pregunta es ¿hasta qué punto la candidata estará dispuesta a modificarlo?, ¿la élite económica pondrá coto al asunto cuando Bachelet suba los impuestos para financiar las reformas? Otra de las cuestiones a tomar en cuenta, corresponde a las propias expectativas que están generando su candidatura y el proyecto de la “Nueva Mayoría”.

Más allá de quien gane las elecciones, es un hecho que la agenda política se está definiendo por medio de las demandas ciudadanas. En ellos está la decisión soberana de decidir la cuestión de fondo: si prefieren consolidar el modelo neoliberal, y aplicar reformas parciales que faciliten la supuesta estabilidad política-económica o comenzar a estructurar un nuevo modelo de desarrollo, más cercano al estado de bienestar.