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VARSOVIA, POLONIA. ROOSTERGNN se complace en dar acceso exclusivo al discurso del ex presidente Frederik Willem de Klerk, ofrecido en la Academia Cívica como parte de la Cumbre Internacional de Premios Nobel de la Paz en Varsovia.

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21 de octubre de 2013

A menudo me preguntan si la decisión que tomé después de convertirme en Presidente de Sudáfrica en septiembre de 1989 para transformar el país fue el resultado de alguna clase de caída en el camino de Damasco. Todos recordaréis que Pablo fue persecutor de los cristianos, cuando aún respondía al nombre de Saúl y después, en su camino a Damasco, una luz brillantísima le cegó y se convirtió en el más notable defensor del cristianismo.

No experimenté tal cosa: en mi caso fue todo un proceso. Para empezar, diré que no tomé yo solo la decisión, sino junto a mis compañeros del Partido Nacional, que entonces gobernaba. Tampoco fue un repentino cambio de dirección: fue más bien la culminación de un largo proceso de introspección y de reforma que había empezado a finales de los ’70. Tengo la impresión de que P. W. Botha [Pieter Willem Botha, Primer Ministro de Sudáfrica entre 1984 y 1989] entendió perfectamente esa necesidad de cambio, la necesidad de, según él mismo dijo, adaptarse o morir.

Durante algunos años, los negros de Sudáfrica y la comunidad internacional han reclamado a voz en grito al gobierno del país que bajara del lugar preeminente en el que la historia y nosotros mismos habíamos puesto a la bestia de la dominación blanca.

Los sudafricanos blancos clamaban por aquel entonces, finales de los 70 y principios de los 80, tres aspectos del proceso de desmantelamiento de la dominación.

En primer lugar: cómo podrían ellos y, más en particular mi gente, los afrikáners, mantener en una situación de un-voto un-hombre, el derecho de autodeterminación nacional, eje central de la historia por más de 150 años. Mi pueblo instigó la primera guerra por la libertad contra el Imperio Británico; a finales del siglo XIX, entre 1898 y 1902 la perdimos, pero lo que nosotros queríamos era gobernarnos a nosotros mismos, libres de la opresión y el mandato de ningún otro gobierno o imperio.

La segunda de sus preocupaciones era cómo estar seguros de que el sistema de un-voto, un-hombre, no conduciría al caos y la tiranía que habían caracterizado los procesos de descolonización en muchos otros lugares de África. Miramos al norte y nos preocupó que ese caos se hiciera realidad, como en cierta medida lo hay hoy en Libia.

Por último, el Gobierno temía la posibilidad de un brote comunista, y no era ésta una simple cuestión de tener a los “monstruos rojos” bajo la cama. A lo largo de las décadas de los 70 y 80, prácticamente todos los miembros del Comité Ejecutivo del Congreso Nacional Africano eran miembros del Partido Comunista Sudafricano; las mismas personas estaban consiguiendo armas de Rusia, de la Unión Soviética, entrenamiento militar y dinero, incluso iban a universidades comunistas. Eran, pues, el frente de la Unión Soviética en sus políticas expansionistas por Sudáfrica.

El enfoque de P.W. Botha, mi predecesor, al desmonte de la bestia consistía en hacerlo muy despacio, cautelosamente y dando un paso cada vez, por separado. El primer paso fue integrar en el sistema parlamentario gentes de diferentes orígenes, personas de color y sudafricanos de origen indio en términos de las enmiendas constitucionales de largo alcance. Ya en 1986, los negros y los Indios tenían representación en el parlamento tricameral, eran parte del despacho de la ejecutiva nacional; se adoptaron numerosas reformas laborales de profundidad y más de 100 leyes de Apartheid habían sido derogadas.

El paso crucial y más difícil fue el segundo: un consejo especial llamado el Consejo del Presidente, y que tuvo en cuenta todas las posibles interpretaciones constitucionales, se encargó individualmente de la cuestión de los derechos políticos de los negros. Yo mismo fui miembro de un gabinete que luchó por la necesidad de transformación. Para 1986 ya todos, y más en particular yo, en el interior de mi mente y mi corazón, habíamos aceptado que todos los sudafricanos sin importar la raza, deberían ser integrados en un mismo sistema constitucional. En el 87 luchamos por, y celebramos, unas elecciones solo para blancos: pedimos un mandato durante el que iniciaríamos una reforma constitucional y finalmente ganamos con una reducida mayoría.

En mi primer discurso tras mi sorprendente elección como líder del Partido Nacional en el 89, dejé muy claro que teníamos la intención de embarcarnos en un proceso de profunda transformación. Cito textualmente:

“Nuestro objetivo es una nueva Sudáfrica, totalmente transformada, liberada del antagonismo del pasado, un país libre de cualquier forma de dominación u opresión”.

Mi tarea cuando fui elegido Presidente en septiembre del 89 se vio enormemente facilitada por una serie de novedades. La primera, que todos los partidos aceptaron que no habría una solución violenta ni militar a los problemas del país.

La segunda, la exitosa implementación del plan de independencia para Namibia de las Naciones Unidas que tuvo dos efectos: la retirada de 50.000 soldados cubanos en Angola y el reconocimiento de que a través de la negociación se podrían alcanzar resultados positivos y mutuamente aceptados.

En tercer lugar, como dije esta mañana, la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética contribuyeron de manera significativa a acabar con nuestro interés estratégico en el trato del comunismo. Todo ello, sumado a poderosas fuerzas socioeconómicas, facilitó el cambio.

Entre 1970 y 1994 la proporción de renta disponible de los negros creció radicalmente, así como el número de sudafricanos negros que aprobaron el examen final de la enseñanza nacional, pasando de menos de 15.000 en 1980 a más de 210.000 en el 94. Ese mismo año, hubo más negros que blancos registrados en las universidades.

Todos estos sucesos habían abierto a finales de 1989 una histórica puerta de oportunidades para nosotros. Sabíamos que las circunstancias nunca podrían volver a ser tan propicias como lo eran entonces para llegar a un resultado equilibrado de las negociaciones. Así que, no lo dudamos,

El 2 de febrero de 1990 cruzamos esa puerta de oportunidades e iniciamos el proceso que nos llevó a las negociaciones constitucionales, resultado de las cuales al final tendríamos una constitución aceptable con el apoyo de la inmensa mayoría de todos los Sudafricanos.

Durante los años que duraron las negociaciones, tuve la suerte de que el Congreso Nacional Africano estuviera bajo el mando de un líder de notable carisma e integridad como Nelson Mandela.

Como opositores políticos, a menudo chocamos, pero sin embargo, cuando las circunstancias así lo pedían, siempre estuvimos dispuestos a desbloquear las negociaciones y asegurar resultados positivos.

Así es que aquel 2 de febrero tuve una visión diferente. La de una nueva constitución democrática, de sufragio universal, exenta de discriminación racial, de igualdad ante los tribunales e independencia judicial, de protección de las minorías y los derechos individuales, con libertad religiosa y garante de una economía sólida basada en principios económicos demostrados y en la empresa privada.

En diciembre de 1993 habíamos conseguido todos esos retos y estábamos por fin  preparados para celebrar nuestras primeras elecciones democráticas, no raciales el 27 de abril de 1994.

Desde entonces y en términos generales, Sudáfrica lo ha estado haciendo bastante bien. Tras décadas de aislamiento y críticas, la nueva Sudáfrica se ha convertido en un respetado miembro de la comunidad internacional. Hemos vivido 19 años de crecimiento económico interrumpido solo brevemente durante la crisis del 2008. Durante estos años, el país ha implementado medidas macroeconómicas de envergadura que han ayudado a asegurar tasas de crecimiento estables de hasta el 5% en 2004 y 2005.

Somos la 28ª economía más grande del mundo; producimos el 30% del PIB del África Subsahariana con solo el 6,5% de su población total. El turismo ahora, con una contribución del 9% al PIB, tiene mayor peso que la minería, pese a que todo el mundo vea en Sudáfrica un país minero; lo cierto es que ahora el turismo en una fuente de ingresos más importante.

También, hemos logrado un progreso social notable. El porcentaje de población viviendo en la absoluta pobreza ha pasado del 31% en 1995 al 23 en 2008. El 94% de las casas tiene acceso a agua corriente potable, y han sido construidas más de 3 millones de viviendas; ¾ de la población tienen acceso a electricidad y sistemas de desagüe, en comparación con la rasa mitad que tenían en 1994.

Sin embargo, en otras áreas lo hemos hecho peor; por ejemplo, tenemos muy malos datos en relaciones laborales. Según el Estudio de Competitividad del Foro Económico Mundial, somos el peor país de 142 en términos de relaciones entre fuerza laboral y empleadores. Los costes laborales han crecido de manera desproporcionada respecto del crecimiento económico, la productividad y la inflación.

Nuestra legislación laboral es probablemente la más onerosa de todo el mundo, el principal sindicato se ha opuesto categóricamente a las propuestas de abrir el mercado laboral a los desempleados y todo ello ha llevado a una tasa de desempleo extremadamente alta: el 25% de nuestros ciudadanos están en paro. Si nos fijamos en los jóvenes, vemos que el 50% de los sudafricanos negros de entre 18 y 30 años no tienen trabajo. Podríamos decir entonces que los sindicatos en lugar de ayudar a generar puestos de trabajo, han evitado su creación.

Una mayor propiedad gubernamental, incluyendo el uso estratégico de las ya existentes compañías estatales y la mayor implicación del estado en la Minería, sin alcanzar la nacionalización completa, han disuadido a los inversores potenciales, por lo que no estamos recibiendo las inversiones que necesitaríamos para alcanzar un mayor crecimiento económico que creara puestos de trabajo. Y, por otro lado, nuestro sistema educativo está en muy malas condiciones. Estos avances han tenido, sin lugar a dudas, un impacto negativo en el presente y futuro de la inversión extranjera.

En otros muchos aspectos, sin embargo, sí lo estamos haciendo muy bien. En diversas categorías evaluadas por el Foro Económico Mundial en sus estudios sobre Competitividad Global, alcanzamos muy buenos resultados. La regulación de nuestros intercambios de seguridad y nuestros estándares de presentación de informes, por ejemplo, son los mejores del mundo. Nuestra banca es la segunda más solida del planeta y los consejos de administración, también los segundos más eficientes. Sudáfrica está también incluida en el 10% de los países en cabeza respecto del índice de derechos legales: la protección del inversor, la calidad de la gestión, las escuelas dependientes de gestión profesional, la concentración en su sistema de resolución de conflictos jurídicos, el tamaño del mercado nacional y la innovación llevada a cabo por las universidades.

Lo que resulta de todo esto, y les podría enumerar todos los datos, es la descripción de un gobierno disfuncional por un lado, y una banca privada y sector comercial razonablemente sofisticados.

Las buenas noticias, hasta donde me concierne a mí, es que el gobierno se da cada vez más cuenta de estos fallos y se encuentra ya en proceso de adoptar medidas realistas para abordarlos. Para ello, se encuentra bajo las directrices de nuestra comisión nacional de planificación, que ha sacado a relucir un informe aceptado ampliamente por el actual partido de gobierno.

Todos los principales problemas a los que me he referido, están contemplados en este plan de desarrollo nacional, y estoy seguro de que si se implementa correctamente, las cosas mejorarán en el país,

Mi optimismo sobre el futuro de Sudáfrica también se basa en el excelente escenario que nuestra Constitución Inaugural creó para nuestra estabilidad presente y a largo plazo. Es una buena constitución, de la que estamos muy orgullosos y el apoyo a ella ya no se trata de una cuestión de blancos o negros. Políticos, periodistas, hombres de negocios o líderes religiosos negros están todos en la vanguardia de aquellos que apoyan la constitución; resultado de intensas negociaciones. Y verdaderamente tenemos razones para creer que ha establecido la base de un futuro seguro.

Dado que podemos luchar juntos todos, como sudafricanos, el país logrará respetar y respaldar la constitución, defender los derechos que garantiza y lograr la visión de dignidad humana, igualdad y disfrute de derechos humanos y libertades que articula.

En este sentido, la pregunta ahora es: ¿Qué lecciones deben aprender de nuestra experiencia otros países en estado de transición actual?

Creo que la primera enseñanza es que la paz de un país, que haya sido destrozada por un largo conflicto, solo podrá ser alcanzada de nuevo mediante el acuerdo de todas las partes de la disputa. Aunque una solución militar fuera posible, como en nuestro caso, que tenemos el ejército más potente de África, y en muchos otros de hecho sí es, podríamos haber seguido hacia adelante, y yo mismo seguiría siendo hoy el presidente del país, pero no habríamos conseguido nunca suprimir con éxito el levantamiento de las personas que se sintieron privadas de sus derechos. Podrían haber seguido luchando con sus tropas, pero dada la superioridad militar del ejército nacional, nunca habrían ganado. Pero ambos bandos se dieron cuenta de esto: las soluciones militares no llevan a ningún lugar. Al final, los vencidos volverán a sublevarse en una acción militar de nuevo.

Polonia es un buen ejemplo de esto. Fuisteis vencidos en la IIGM, y sólo después de separaros de la Unión Soviética os convertisteis en un país libre. Se necesita negociar, pues.

También hemos aprendido que las negociaciones en una transición requiere un juego de concesiones. Si te sentaras alrededor de la mesa de negociaciones tal y como estamos aquí ahora, y esa facción obtuviera todo lo que quiere mientras que este, no recibiera nada, nos levantaríamos y nos marcharíamos; esto supondría el germen de nuevas sublevaciones, de más resistencia. De otro modo, ambos sectores podrían llevar a sus seguidores un mensaje al final de las negociaciones en el que expusieran que, si bien no han logrado todo lo que pedían, sí han asegurado y defendido los intereses principales de su movimiento, En esas circunstancias ninguno de ambos electorados calificarán de perfectos los resultados alcanzados, pero sí aceptarán los acuerdos.

En nuestro caso, se convirtió en algo más que un convenio: un acuerdo a nivel nacional a través del que nos comprometimos a hacer de él nuestra guía, una especie de luz para el futuro; basada en los valores que este acuerdo contiene, construiremos una nación segura, reconciliada, de once lenguas oficiales, enorme diversidad, pero que aún así se mantendrá unida al calor de este tratado que todos negociamos.

El proceso de negociación es una cuestión actual en muchas partes del mundo donde hay conflictos. Las negociaciones en Siria no están siendo llevadas a cabo: aún hay demasiadas precondiciones.

Hablemos un momento de Israel y Palestina, donde hay también demasiadas precondiciones. Existen dos cosas que tienen que pasar en Israel y Palestina. Por un lado, los palestinos deben reconocer el derecho del Estado de Israel de existir. Y por otro, los israelíes deben reconocer que los palestinos tienen su derecho a tener un estado del que estar orgullosos, con fronteras justas y equitativas. Si verbalizaran estas dos cuestiones, entonces el campo de cultivo hacia negociaciones exitosas, para todos los demás detalles, estaría ya sembrado.

Necesitamos negociación en Siria. Siria, a su vez, necesita una transición ya que no puede seguir tal y como está ahora. Al mismo tiempo, no podemos entregar a Siria a un grupo amorfo, con influencias de numerosos sectores, quizás la de Al-Qaeda y hasta su apoyo; de un modo u otro, se necesitan soluciones moderadas y un gobierno estable.

La transición requiere soluciones negociadas, construidas a partir de valores universalmente aceptados.

Por último, las transiciones necesitan el apoyo de la comunidad internacional. Si ésta o algunos de sus elementos fueran prescriptivos, de todo esto podría llegar a resultar incluso una nueva forma de colonización. La lección que hemos aprendido es que a los mejores acuerdos se llega con la gente del país. Nosotros mismos lo hicimos todo sin intervención exterior; sólo tuvimos ayuda internacional en el sentido de que estaban emocionados con nuestras conversaciones. De vez en cuando actuaron como mediadores y cuando aparecieron problemas u obstáculos, sí fueron de gran ayuda. Pero fueron los sudafricanos, sentados alrededor de la mesa y no siendo prescritos desde fuera a hacerlo, los que supusieron para sí mismos una nueva dispensa.