JAPON / ESPAÑ‎A. En el marco de la magnífica exposición sobre el Japonismo que celebra Caixa Forum en Madrid estas semanas, una visión de la actualidad japonesa a través de los ojos de Haruki Marukami es casi tan exótica como exóticos fueron los quimonos, geishas y lacas de Japón para los artistas y coleccionistas europeos de arte de finales del siglo XIX cuando triunfa en Europa el Japonismo.

En contra de los exotismos fáciles que ofrece la visión japonista tradicional, Murakami nos propone un incómodo abanico de japonismos «difíciles» que, hasta hace veinte o treinta años, es decir, desde que Haruki Murakami empieza a escribir, parecían haber estado ocultos bajo los tatamis y futones de las viviendas japonesas: fragmentación de las relaciones familiares, invisibilidad de la figura paterna, desprestigio del estatus del sarari man, ola de suicidios juveniles, incapacidad comunicativa de los jóvenes, crisis profunda de valores, aumento acelerado de «familias de una persona».

En este sentido, se puede afirmar que, bajo la capa de superficial occidentalización y de las poses internacionales de los personajes de Murakami (jazz, whisky, Bach, música pop), late una sensibilidad y una problemática social profundamente japonesas; razón por la que se puede afirmar que Murakami, lejos de ser un autor occidentalizante como una mirada superficial frecuentemente hace pensar, es, desprovisto del «efecto quimono» que sigue pesando en la mirada de muchos occidentales cuando contemplan Japón, un autor japonés por los cuatro costados. Esta es la tesis de mi libro El Japón de Murakami (Aguilar, 2012), un recorrido por el Japón de hoy de la mano del famoso escritor.

Para conocer la nueva sociedad japonesa, resultado de la realidad que retrata Murakami en sus novelas más significativas (Tokyo blues, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Kafka en la orilla, 1Q84), importa hacer una radiografía espiritual de la sociedad japonesa cuya sustancia no ha cambiado a pesar de la afloración del baldío individualismo que dramatiza Murakami en su obra. Tal radiografía se basa, con la solidez con que una mesa descansa sobre cuatro patas, en los siguientes cuatro conceptos: culto a la forma (rei), obsesión por el consenso social o la armonía (wa), verticalidad en las relaciones sociales (take shakai) y activación casi permanente del doble código sentimiento-fachada (honne-tatemae). En las obras de Murakami hay referencias y actuaciones concretas a la vigencia de estos conceptos.

"Lluvia repentina en el gran puente de Atake", de Utagawa Hiroshige.

“Lluvia repentina en el gran puente de Atake”, de Utagawa Hiroshige.

Sin embargo, me quiero centrar ahora en la nueva familia japonesa. Murakami describe un tercer modelo familiar japonés que convive al lado de otros dos: primero la vieja familia tradicional (ie seido): una estructura social expandida con un padre autoritario y con la invisibilidad social y legal de la madre o esposa; segundo, el modelo familiar (katei) inspirado en el ideal cristiano y romántico de la monogamia efectiva adoptado sobre todo durante la posguerra y en la década de los cincuenta; tercero, una familia fragmentada con respecto a los dos modelos anteriores en el cual destaca la estrecha relación madre como educadora e hijo «bueno», y la invisibilidad emocional y educadora del padre. Este padre, ausente o agredido (véase Kafka en la orilla) en la producción murakamiana, sufre una segunda embestida en la figura del sarari man o asalariado japonés, el sufrido, anodino y anónimo representante de la clase media japonesa surgido en la segunda mitad del siglo XX.

El análisis de esa figura, y su desprestigio entre la juventud japonesa actual, está prensente en la obra de Murakami donde, además, se abordan temas candentes de la actualidad japonesa, como son el envejecimiento de la población, la crisis de natalidad, la violencia doméstica del joven contra sus padres, la renuncia a la actividad sexual compartida por parte del sector de la población en edad reproductora, el concepto de muen shakai o sociedad fragmentada de la cual es ejemplo paradigmático el creciente número de muertes solitarias. Son temas que afloran una y otra vez en la producción murakamiana y que describen un brote con todos los visos de ser tendencia. Una tendencia a la que, si se aplica la teoría del mimetismo, podría proyectar una sombra amenazante a otras sociedades de países industrializados. La sociedad japonesa como punta de lanza, en efecto, de lo que puede ocurrir a medio plazo en otras partes del mundo. Sin embargo, hay atisbos de esperanza. Murakami, también, la insinúa.