GLOBAL. El cerebro humano cuenta con ciertas claves que le permiten apreciar la belleza. Los artistas intuyen esas claves y las utilizan para realizar sus propuestas estéticas. Ambas afirmaciones, realizadas de manera hipotética, se las debemos a Semir Zeki que, en el año 1999, publicó un libro acerca de lo que sería esa especie de visión interna. Aunque la idea de Zeki se basaba en aspectos conocidos acerca de cómo procesa el cerebro, por ejemplo, la percepción del color, se tardó años en disponer de las primeras constataciones empíricas capaces de indicar cuáles son los correlatos cerebrales de la apreciación de la belleza que existe en las obras de arte. En 2004 aparecieron tres artículos —los de Kawabata y Zeki, Vartanian y Goel y Cela Conde y colaboradores— que, utilizando diferentes técnicas de registro de la activación cerebral, indicaron áreas activas cuando los sujetos de experimentación consideraban “bello” un objeto. Es ésa la primera clave que se hizo patente: como dicen los anglosajones, beauty is skin deep; la belleza se encuentra piel adentro o, mejor aún, cráneo adentro. Con la particularidad de que en los tres experimentos indicados, aunque los sujetos elegían diferentes estímulos para darles la calificación de “bellos”, activaban todos ellos unas mismas áreas cerebrales que, por cierto, no coincidían en cada uno de los trabajos. Como sabemos ahora, esos primeros estudios pioneros habían logrado alcanzar fogonazos particulares de lo que es la luz mucho más extensa que Zeki llamó visión interna.

El propio Zeki acuñó el término de “neuroestética” para la ciencia que se encarga de estudiar la activación cerebral relacionada con la percepción de la belleza. Una ciencia que creció muy deprisa al multiplicarse el interés investigador por el fenómeno que, en contra de no pocas opiniones pesimistas, podía ser estudiado de forma experimental. Las dudas al respecto eran lógicas; al fin y al cabo la percepción estética es un proceso muy complejo mientras que los estudios experimentales deben trabajar sobre variables lo más simples posible. Pero en 2012 la síntesis de 30 estudios de la neurociencia indicaba que tres regiones cerebrales quedan implicadas en los procesos de percepción de la belleza: las que controlan la recompensa emotiva, las que se ocupan del juicio y la toma de decisiones y las que llevan a cabo tareas perceptivas.

Como es lógico, todas esas áreas intervienen no de manera aislada sino en red. Pero analizar las conexiones de las redes cerebrales es mucho más difícil que detectar áreas individuales activadas en algún momento del proceso. Aunque Jacobsen y colaboradores en 2006 y Vessel y colaboradores en 2012 propusieron como hipótesis que la red “estética” coincidiría, en parte al menos, con la que se encuentra activa en el estado de reposo (sujetos en vela, con los ojos abiertos pero sin realizar ninguna tarea cognitiva concreta), la llamada Default Mode Network (DMN), proporcionar pruebas empíricas de que es así era algo muy complicado. La DMN se puede estudiar porque los sujetos se encuentran un largo tiempo —varios minutos— en el mismo estado y las técnicas de resonancia magnética funcional (fMRI) son capaces de obtener una larga serie de activaciones coordinadas en el cerebro que componen la red. Pero la fMRI tarda entre uno y dos segundos en obtener un registro; justo el tiempo en el que se produce la percepción de la belleza.

Utilizando otra técnica distinta, la magnetoencefalografía —que obtiene un registro en pocos milisegundos— nuestro grupo de investigación logró identificar la “red estética” (Cela Conde et al, 2013). Con un resultado sorprendente: en los primeros momentos de la percepción de la belleza, los que van desde los 250 a los 750 milisegundos, la DMN se desactiva y es sustituida por lo que llamamos la “red estética temprana”. Pero entre 1000 y 1500 milisegundos la “red estética tardía” se parece mucho a una DMN recobrada. Algo sorprendente porque esa red por defecto activa en el estado de reposo desaparece al realizar una tarea cognitiva concreta como es la de apreciar la belleza. ¿Por qué se recupera?

Lo más probable es que ese fenómeno tenga que ver con una de las funciones de la DMN, la del “pensamiento divagador”, que consiste en dejar volar la mente. Era sabido ya que el cerebro humano es capaz de resolver problemas pendientes cuando no piensa en ellos; la solución aparece de pronto, como un “momento Ajá” o “Eureka”. La percepción estética puede ser un “momento Ajá” de ese estilo en el que el sujeto, de golpe, aprecia como bello un cuadro o, por el contrario, niega su belleza. La red estética tardía sólo se activa en el primer caso.

Zeki tenía razón; el cerebro cuenta con sus claves particulares, dinámicas por añadidura, para percibir la belleza. Respecto de su segunda hipótesis, la de que los pintores intuyen esas leyes y ajustan a ellas sus obras, aún estamos esperando si alguien acierta a darle soporte experimental.