RUANDA. Aunque muchos lectores hayan oído hablar del genocidio y la guerra civil de Ruanda del 1994 o incluso han visionado la excelente película “Hotel Rwanda”,  poco se ha profundizado en nuestro país sobre uno los más aberrantes crímenes contra la humanidad de nuestra historia reciente. El próximo mes de abril se conmemorará el 20 aniversario del inicio del mayor infierno en las últimas décadas tristemente conocido por la pasividad –y vergüenza para la conciencia colectiva y de los gobiernos- de los países europeos y EE.UU. He aquí algunos datos para la reflexión.

La guerra civil que dio lugar al genocidio en Ruanda se inició en abril de 1994, en donde casi un millón de ruandeses tutsis y hutus moderados fueron exterminados en manos de sus conciudadanos hutus radicales. Debe destacarse, en primer término,  que no hay ningún rasgo étnico ni lingüístico específico que diferencie a unos y otros, más allá de algunas sutilezas.

Sin embargo, la ancestral división entre ellos, fruto de su especialización en el trabajo manual (hutus, agricultores; tutsis, ganaderos) fue aprovechado por la colonización europea alemana y posteriormente belga para reforzar a la monarquía tutsi –minoritaria, en población- frente a los hutus, numéricamente mayoritarios; o bien sacando partido de esas rivalidades al fomentar partidos políticos con bases “étnicas”, de tal manera que en la década de los cincuenta del pasado siglo XX, para los tutsis minoritarios, los hutus eran “vasallos”, sin ningún lazo de fraternidad, que debían ser sometidos a servidumbre.

Por tanto, con la independencia de Ruanda acaecida en 1961, se daban ya las bases para la confrontación. La monarquía tutsi era rechazada por el 80 por ciento de los ruandeses en el referéndum convocado a tal efecto y se proclamó la República de Ruanda, fijando la capital en Kigali. Los hutus republicanos convivieron de forma relativamente pacífica en el nuevo país con los tutsis y los muy minoritarios twas (dedicados a la caza). Pero en 1972, 350 mil hutus fueron asesinados por tutsis en la vecina República de Burundi, lo que generó un sentimiento antitutsi muy poderoso y creciente. En este escenario, se produjo el golpe de Estado que llevó al poder al general Habyarimana, ruandés hutu, en julio de 1973.

La razón económica –junto a los factores religiosos, aquí ausentes- está casi siempre en el origen de las guerras y los genocidios. En la década de los 80 la situación económica de Ruanda empeoró enormemente, por la reducción del precio del café, que implicó una pérdida de ingresos totales para el país del 50%. Los hutus –agricultores- sufrieron una fuerte crisis que se coaligó con otra crisis, la militar, propiciada desde Uganda –que apoyaba tradicionalmente a los tutsis integrantes del Frente Patriótico Ruandés, FPR.

Si bien el conflicto finalizó con un gobierno de transición, en abril de 1994, el presidente ruandés hutu Habyarimana es asesinado junto a su colega el Presidente de Burundi, el también hutu Cyprien Ntaryamira, cuando un misil alcanzaba en pleno vuelo al avión presidencial. Al día siguiente, la primera ministra de Ruanda, la señora Uwlingiyimana y los soldados belgas que la custodiaban fueron también asesinados. Sus autores nunca fueron clarificados, quizá tutsis, quizá hutus. Se inicia entonces el mayor genocidio de la historia que muchos de nosotros, por edad, podemos contar. Ese día “se desataron todos los infiernos” en Ruanda, parafraseando el título la monografía de Max Hastings sobre la II Guerra Mundial.

La reacción hutu fue el inicio de la catástrofe, conocida en directo en Occidente por radio y televisión. Según las cifras oficiales, entre 800.000 y 1 millón de tutsis (y también hutus moderados) fueron asesinados en apenas cinco meses. El film antes mencionado, “Hotel Rwanda” es un excepcional largometraje sobre estos hechos. De las mujeres tutsis que sobrevivieron, una gran mayoría fueron violadas y los miles de niños resultado de estas violaciones fueron asesinados.

Nada sucede por casualidad y en este caso los tambores de guerra redoblaban desde hacía muchos años. No fueron los hutus, sino el ala más radical de sus milicias, las que iniciaron el genocidio, con la importante colaboración de algunos medios de comunicación como la radio. La participación masiva de la población hutu no puede negarse, fue un genocidio “colectivo”, “étnico” pero también “político”, centrado en la búsqueda y control del poder, perpetrado no por unos pocos convencidos, sino por la población civil. Y si bien muchos hutus moderados fueron asesinados, los tutsis fueron prácticamente exterminados: durante un genocidio que duró apenas medio año, se “aplastó” al 75 por ciento de las “cucarachas tutsis” ruandesas, como así se les denominaba a través de la “Radio Mil Colinas”, que a través de las ondas llamaba al asesinato colectivo, razón por la cual algunos de sus periodistas más relevantes cumplen ahora pena de cadena perpetua por incitar al genocidio.

Occidente reaccionó fríamente, con pasividad. Bélgica y Francia, las grandes potencias de la zona, evacuaron a sus ciudadanos, olvidando al pueblo ruandés. Ya el 11 de abril la Cruz Roja acredita la muerte de decenas de miles de ruandeses asesinados, generalmente a golpe de machete. El general comandante de la ONU recibió la orden expresa de no intervenir y sólo cooperar para evacuar a belgas, franceses y extranjeros. “Actúe usted con imparcialidad” y “no entre en combate, salvo por legítima defensa”, es la instrucción que recibió por parte de Kofi Annan, quién posteriormente alcanzaría el cargo de Secretario General de Naciones Unidas. ¿Imparcialidad ante un genocidio? Resonaban de nuevo las palabras de los intereses occidentales frente al Holocausto judío o la limpieza étnica de Yugoslavia.

Durante los posteriores días de abril, cientos de miles de tutsis fueron asesinados. Y los métodos utilizados fueron de crueldad infinita. Tutsis obligados a mantener relaciones sexuales con mujeres infectadas de sida, amputaciones a golpe de machete, violaciones masivas, asesinato de niños y bebes, asesinados vivos en recintos cerrados que eran quemados. Una monstruosa realidad en la que se escenificaron las peores torturas y asesinatos y de la que fuimos testigos desde el primer momento.

El general Romeo Dallaire | Andrew Rusk

El general Romeo Dallaire | Andrew Rusk

El general canadiense Romeo Dallaire efectuó unas declaraciones estremecedoras: “las escenas de violaciones: les introducían palos y botellas que se rompían; les cortaban los pechos a las mujeres. Aún muertas, yo veía en los ojos de esas mujeres el horror y el sufrimiento. Muchas veces se mataban a los niños delante de sus padres, les cortaban las extremidades y los órganos genitales y les dejaban desangrarse. Luego también mataban a los padres. Algunos ciudadanos pagaban para que se les pegara un tiro en vez de ser matados con un machete; pagar elegir por cómo morir”. Las impresiones del general Dallaire fueron plasmadas en su “J’ai serré la main du diable”. “Pagar por elegir la forma de morir” es una expresión estremecedora.

No debemos pensar que este genocidio fue improvisado. Ninguno lo es.  Es cierto que en las zonas rurales y en pequeños poblados el procedimiento consistía en reunir a los tutsis –y hutus moderados- y asesinarlos masivamente. Sin embargo en Kigali –la capital- y otras medianas ciudades, se instituyó todo un operativo logístico para identificar y asesinar a los tutsi y hutus moderados objetivo del genocidio.

A los llamamientos del secretario general de la ONU, Boutros Boutros-Ghali de frenar el genocidio el 20 de abril, el Consejo de Seguridad votaría al día siguiente reducir los efectivos militares de 2600 a 270 soldados. Con escasos recursos, la dignidad del general Dallaire permitió proteger algunas semanas a 25.000 ciudadanos próximos físicamente a sus tropas. Pero poco más hicieron los países con capacidad militar para intervenir.

Y la hipocresía se inicia de nuevo. Boutros Ghali emplea el 4 de mayo el término “genocidio”, pero Estados Unidos se niega a ese uso pues ello le obligaría a intervenir en Ruanda. Los dirigentes norteamericanos no se refieren a ello, sino a “actos de genocidio”.  Y cuando la ONU reacciona, ya son los tutsis los que se reorganizan asesinado hutus. Curiosamente, cuando ya llegaban a  500.000 los asesinados, ni en Europa ni EE.UU. decidió emplear el término “genocidio”. En medio de una guerra civil atroz, finalmente el FPR tutsi vence y ocupa la capital. En julio de 1994 se considera que finaliza el genocidio. ¿El resultado? Jamás podrá ser conocido. Entre 800.000 y 1 millón de muertos, que suponen el 80% de los tutsis ruandeses. El exilio forzoso de 2 millones al Congo, más 500.000 a Tanzania, 200.000 a Burundi. Se desconoce el número de víctimas de la “venganza” tutsi, pero seguro que fueron decenas de miles. Y en el camino, cómplices y perpetradores a miles.

Entre la ignominia, religiosos y sacerdotes. En marzo de 1996 Juan Pablo II admitió que decenas de sacerdotes y monjas de etnias rivales fueron participantes activos. Un ejemplo: el sacerdote Seromba, condenado por genocidio por el Tribunal Penal Internacional, asesinó a 2000 tutsis. ¿Cómo? Los atrajo a su iglesia, donde pensaban encontrar refugio. Luego, dio orden a unas excavadoras de aplastar a los refugiados en el interior y las milicias hutus se encargaron de asesinar a los aún supervivientes.

Repugnantes casos que se prodigaron, entre los religiosos, pero también actos de gran heroísmo, de martirio, entre cristianos y miembros de otras religiones. Un buen ejemplo a recordar es el de los musulmanes ruandeses que defendieron sus barrios negándose a entregar a los tutsis, por lo que ninguna mezquita ni ningún imán fueron condenados por genocidio. Los testigos de Jehová actuaron de igual manera, lo que les supuso también represalias muy crueles.

En este veinte aniversario, la inacción, o la acción tardía de Francia y EE.UU. , así como la de los gobernantes de la época –Miterrand, Bill Clinton- y de los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, debe revolver de nuevo la conciencia del mundo. Porque el genocidio de Ruanda fue el inicio, sólo el principio, de la mayor tragedia de África de los últimos 20 años. En la denominada Región de los Grandes Lagos (Congo, Ruanda, Burundi, Uganda) se desataron todos los infiernos de nuevo. Finalizado el genocidio en Ruanda, la catástrofe se trasladó a los países limítrofes. Millones de refugiados llegaron a Zaire (actual República Democrática del Congo), dando pie a la primera guerra del Congo, a la que le seguiría la segunda guerra, también conocida como Guerra Mundial Africana o Gran Guerra de África, con casi 4 millones de muertos, en su mayoría a causa de la hambruna y  de enfermedades con curación en Occidente.  Y las muertes, en el 2014, siguen.

Para quien piense que la historia no se repetirá, recordemos que aquí, muy cerca, las guerras de Yugoslavia se sucedían – al mismo tiempo que en la lejana Ruanda -, durante la larga década del 1991 al 2001, entre crímenes de guerra y atrocidades sin fin. ¿La diferencia? Para frenar la limpieza étnica de los albaneses de Kosovo en manos de los serbios, la OTAN empleó 1000 aeronaves, lanzó durante diez semanas miles de misiles de crucero desde el Adriático y los aviones occidentales llevaron a cabo 38.000 misiones de combate para frenar al criminal presidente serbio Slobodan Milosevic. Quizá la diferencia sin embargo, es que aquí los afectados eran europeos “blancos” y los ruandeses tutsis eran africanos “negros”.

Finalicemos sin embargo con una reflexión personalmente positiva. Veinte años después es preciso recordar esta negra página de la historia de África y de Occidente. Pero también es bueno rendir tributo a los Oskar Schindler de ese genocidio, como el ya citado teniente general Romeo Dallaire,  actual senador canadiense por Québec, que sin las fuerzas militares belgas de la ONU –las mejor preparadas y que retornaron a su país-, reunió un contingente de soldados del Pakistán, Canadá, Ghana, Túnez y Bangladesh en áreas urbanas y consiguió el control de zonas de la capital, para defender los lugares donde se ocultaron los tutsis, frente a cientos de miles de hutus sedientos de sangre. Se reconoce que Dallaire pudo salvar cerca de 20.000 tutsis y hutus moderados. Su papel, interpretado por Nick Nolte, dando vida al Coronel Oliver en Hotel Rwanda, nos recuerda la frase del Talmud: “Quien salva una vida, salva al Universo entero” y debemos hacernos eco de sus palabras: “Ruanda, no me abandones jamás. Estás en todos los poros de mi piel. Mi alma esta en tus colinas, mi espíritu está con los espíritus de todas aquellas personas que fueron masacradas y asesinadas”.