EE.UU. Abraham Lincoln dijo una vez: “América nunca será destruida desde el exterior. Si vacilamos y perdemos nuestras libertades, será solo porque nosotros mismos las destruimos”. Cuando tenía 14 años, me matriculé en una clase de español para principiantes. La clase tuvo 25 estudiantes en total. Nuestra escuela nos otorgó durante años de la enseñanza de una lengua extranjera. Con el paso de tiempo, fue disminuyendo el número de estudiantes. En mi año final de estudios, estaba en el nivel avanzado de español únicamente con otras dos personas, quienes eran latinas, y yo, afroamericano.

Al finalizar mis estudios en la escuela secundaria, trabajé para una compañía de comida que tenía muchos restaurantes distribuidos a través de los Estados Unidos, más de 300 establecimientos. Cuando mi jefe se percató de que yo hablaba español, descubrió el potencial que tenía como empleado. Cada sábado, mi jefe me llevaba a restaurantes con el fin de entrenar a los empleados que solo hablaban español. Así, ellos podían entender mucho mejor las funciones que tenían que llevar a cabo dentro de la compañía, y yo podía contestar las preguntas que tuvieran. Por ello, la compañía me pagó por viajar a otros restaurantes con mi jefe, entrenar a la gente, y traerme nuevamente a casa. El dato más fascinate de toda aquella aventura laboral, es que yo solo tenía 17 años.

Los Estados Unidos tienen esa imagen de que el mundo abastecería todas sus necesidades, algo que muchos aún creen. Piensan que el idioma dominante sería el inglés. Considero que parte de la culpa es de los grupos conservadores que conseguían mentirle a la gente, diciéndoles que aprender un idioma extranjero -además de inglés- sería redundante. Después del 11 de septiembre, aprendimos que de hecho, no podríamos continuar así. América, angustiada, se encontró de la noche a la mañana a la caza de gente que ayudara en traducciones, proporcionara información, y trabajara en los estados islámicos. Lo peor es que sin saberlo, América se vio infiltrada con socios de Al Qaeda. Faltaban quienes tuvieran la capacidad de hablar árabe y otros idiomas. Como resultado, el gobierno americano acabó colaborando con extranjeros, contratando a mucha gente en otros países para trabajar en las embajadas y muchas de las áreas de inteligencia.

Irónicamente, y como antítesis a estos objetivos fijados después del ataque terrorista, el gobierno dejó de invertir hasta $26 millones de dólares en subsidios para la educación en lenguas extranjeras en el año 2011. Por eso, muchos programas de idiomas en los colegios se cerrarán. Las escuelas públicas que eran dependientes de los subsidios del gobierno, tenían que encontrar otras formas de financiación.

Otro problema, y tal vez más grave aún, es que el número de inscripciones sigue disminuyendo. Países como Japón, Brasil, y China, han implementado programas de enseña de lenguas extranjeras desde la escuela primaria, algo poco común en los Estados Unidos. En consecuencia, los estudiantes que se gradúan de la escuela secundaria hablan bien, por lo menos, dos o tres idiomas; mientras que los estudiantes en América, apenas uno. En los colegios, la educación en humanidades se sigue deteriorando. Por ejemplo, La Universidad de Nueva Jork en Albany, ha cerrado programas como ruso, italiano o francés.

Como americano, es difícil ver los errores cometidos en mi propio país. En lugar de afrontar el problema del monolingüismo en nuestra población, seguimos impasibles ante él. Si los Estados Unidos quiere reparar su política exterior y ser un jugador dominante en la economía global, es pertinente – cuando no imperativo – que invierta en la educación de las personas, especialmente en lenguas extranjeras. Países como China, Rusia, y Brasil, siguen cambiando la dimensión de su desarrollo económico, produciendo mejor resultados en su PIB que los Estados Unidos y el Reino Unido. Espero que un día no muy lejano, América despierte y comprenda que las negociaciones, las operaciones militares, la inteligencia secreta, y las relaciones internacionales, no pueden limitarse a un solo idioma para progresar. En este caso, y como decía Lincoln, el peor enemigo de los Estados Unidos serían los Estados Unidos.