EUROPA. El enquistado problema civil de Ucrania y el conflicto que esta antigua república integrante de la ex Unión Soviética y ahora independiente comporta para la estabilidad de la zona, se prolonga ya demasiado tiempo y supone una fuente de fricción entre la Unión Europea y Rusia, pero también con EE.UU. Una Ucrania que dará más de hablar en nuestros próximos comentarios en ROOSTERGNN,  en vista de que los asesores más próximos a Vladimir Putin plantean que el Ejército de Ucrania debería usar la fuerza militar (¿contra los ciudadanos civiles?) para evitar un golpe de Estado (¿de quien?) e impedir que el país “se sumerja en el caos” (declaraciones de Serguéi Gláziev, asesor de la Presidencia rusa y responsable de relaciones con Ucrania).

Pero no nos vamos a referir a este conflicto, sino a defender una idea, una fórmula, que quizá sólo recibe en los últimos años varapalos y críticas ácidas y ante lo cual una reciente frase de una funcionaria de la “diplomacia” de EE.UU. así como la próxima convocatoria de elecciones al Parlamento europeo nos parece recomendable poner sobre la mesa.

La historia es muy breve y actual: una conversación telefónica “secreta” –interceptada y posiblemente filtrada por el servicio secreto ruso, el SFS-,  entre Victoria Nuland, secretaria de Estado adjunta de EE.UU. para Europa, y el embajador de este país en Ucrania, Geoffrey Patt.  Más allá del diálogo sobre posibles sustitutos para los actuales cargos políticos ucranianos (¿Ucrania es un país independiente para la diplomacia norteamericana?, podríamos preguntarnos), en un momento dado, la alta representante de la política exterior norteamericana afirma, ante una hipotética solución en la que no intervendría la Unión Europea que “Fuck the EU”, esto es, literalmente –y perdone el lector por la literalidad de la narración de la frase entera-: “Sería fantástico ayudar a cerrar esta cuestión (….) Y ¿sabes?, que se joda la Unión Europea”.

La expresión despectiva de la Sra. Nuland nos obliga a recordar el también reciente comentario de Marius Carol al respecto en La Vanguardia de que “en la vida se puede elegir entre ser bocazas o discreto, en la historia de la Humanidad han triunfado por igual unos y otros; sin embargo, si uno se dedica a la diplomacia, se entiende que resulta imprescindible pertenecer al segundo grupo”.

Pero sobre todo, nos parece que ante tal actitud de desprecio conviene reclamar el papel histórico de la UE en un momento en que corren malos vientos para su proyecto único. Porque la Unión es, en estos momentos, el espacio físico de mayor seguridad, libertades y equilibrio social de todo el planeta.

El lector debe saber que sólo siendo habitada por el 7% de la población mundial, la UE representa el 25% del PIB de todo el mundo –lo que la convierte en una formidable potencia económica en su conjunto- y aporta el 50% de todo el gasto social en sanidad y educaciones públicas, entre otros ámbitos, del planeta.  Es importante resaltar este último dato: si la UE es una potencia mundial en algún aspecto, es en gasto social, algo que debería aprender EE.UU. En Europa destinamos 1 de cada 3 euros que producimos a políticas sociales. Creemos en la equidad y la inclusión y lo hacemos articulándolo en torno al concepto del Estado del Bienestar, que es una parte esencial de nuestra identidad como europeos. Los ciudadanos de la UE tenemos una esperanza de vida récord, y los españoles entre los primeros. Las pensiones que dan una vida más o menos digna a los mayores, suponen el 12% del PIB y la sanidad nos cuesta el 11%. Y pese a ello, 40 millones de europeos viven situación de extrema pobreza y exclusión, pero quizá sin ese esfuerzo común y sin esos principios sociales, la UE hubiera sido, hace ya muchos años, un nuevo especio de terror y enfrentamiento entre países y de revueltas interiores. Pero  no lo ha sido.

La UE se ha fundamentado así, pese a todos los avances, retrocesos y dificultades sufridos desde su creación, en los valores de la libertad, del libre mercado, de la protección de los derechos sociales y del consenso entre casi 30 países con idiomas, culturas, idiosincrasias muy diferentes, pero unidos por un acervo común –cuanto menos, la Europa de los 15, el núcleo central del proyecto europeo-, el de los valores antes mencionados, y fundamentalmente del respeto a la libertad y a los derechos humanos y sociales. Algo sobre lo que la historia reciente de los otros dos países que intercambian “opiniones” sobre Ucrania, pocas lecciones pueden dar a los ciudadanos europeos.

Tras las decenas de millones de muertes producidas en la I y la II Guerra Mundial en suelo europeo, en un enfrentamiento atroz entre países que  ahora, con dificultades mayores o menores, comparten órganos de gobierno, decisiones comunes y elegimos nuestros propios representantes para el Parlamento Europeo. Y que precisamente Alemania, la mayor culpable por los conflictos originados hasta 1945 y habiendo sido responsable de ese monstruoso genocidio, es ahora uno de los más firmes integrantes de la Unión, más allá de las coyunturales disputas sobre la política de la Canciller Angela Merkel y es un ejemplo de exquisito funcionamiento de su sistema democrático. Transitar por la UE ha sido para Alemania, sin duda, una higiénica experiencia histórica, impensable en 1945. Como lo ha sido para la post-franquista España, las antiguas naciones comunistas del bloque del este europeo o para superar las rivalidades de Francia frente a sus históricos “enemigos” más clásicos, Alemania y Reino Unido.

Una UE en donde para ingresar debe estar prohibido el uso de la pena de muerte en el país candidato, a diferencia de lo que sucede en los EE.UU. Una UE que se ha dotado de unos Tribunales supraestatales para resolver los conflictos más allá del interior de las fronteras; una UE que puede obligar a España a cambiar su doctrina sobre política penitenciaria –aunque no nos guste- porque ha superado el nacionalismo estatalista para ir avanzando a un espacio común de derechos y comprensión en la diversidad. Una UE que ha entregado miles de millones de euros a países como España, Irlanda o Portugal para equilibrar sus desigualdades con los países más ricos del norte, en los años 80 y 90 del pasado siglo.

Los ciudadanos de la UE podemos viajar y trabajar libremente en cualquier territorio de la Unión. Portamos un pasaporte que es de la Unión Europea, junto al nombre de nuestro país, y gozamos de la protección diplomática de cualquier país de la UE allí donde nos encontremos. Una Unión en donde en el próximo mes de mayo podremos manifestarnos con nuestro voto no en función de clave nacional, sino escogiendo nuestros candidatos por ideología, los cuales comparten escaños en el Parlamento no en función de su lugar de elección, sino por esa afinidad política.

El euro, moneda común de 18 estados europeos| european_parliament

El euro, moneda común de 18 estados europeos| european_parliament

La UE dió un paso mayúsculo con la creación del euro. Esa moneda tan denostada, es un auténtico símbolo de la nueva Europa. A pesar de las innumerables críticas que ha recibido, ningún europeo de entre guerras (1918-1939) o tras el fin de la II Guerra Mundial hubiera imaginado que unas décadas después, los símbolos por excelencia del poderío de la  Alemania expansionista –el marco- o la chovinista Francia –el franco- o de cualquier otro país que se ha integrado en la zona euro, dejarían de existir para ser sustituidos por una moneda común, precisamente denominada “euro”. Y pese a que la situación económica actual es dramática para algunos países europeos, en especial España, sólo debemos hacer volar la imaginación, en negativo, para deducir que hubiera sucedido en nuestro país si nos hubiéramos enfrentado a la mayor crisis económica de nuestra democracia con la extinta “peseta”. Posiblemente, el valor de tal peseta sería menor que el nafta de Eritrea, en una exageración que sin duda el lector nos permitirá, pero que es preciso recordar, porque la memoria colectiva de los españoles ha sido en este supuesto, y otras cuestiones, demasiado corta.

Estas líneas no pueden obviar los grandes retos y dificultades que la UE tiene ante sí, pues a la gran coalición económica que supone y al espacio de seguridad, defensa y de libertad alcanzada y consolidada, la Unión afronta una debilidad no superada en los ámbitos de política y defensa exterior. La UE sigue siendo un gigante económico y un enano en política exterior y defensa, si bien no debe olvidarse el papel trascendental que en esa defensa común supone la OTAN, que fue vital para resistir a la amenaza de la antigua Unión Soviética. Claro está que, una vez más, nadie recuerda la Guerra fría ni el Muro de la Vergüenza, en Berlín. Pero existieron. Y la UE acabó con ello.

Es evidente que los cientos de siglos en donde nacionalismos irredentos aportaron resultados catastróficos en vidas humanas cercenadas no pueden desaparecer cuando los primeros tratados de unión se iniciaron en 1951, esto es, algo más de hace 60 años. Sin embargo, precisamente bajo su paraguas y sus valores, se han ido resolviendo y siguen haciéndolo, conflictos larvados en el tiempo, del que es buen ejemplo, la elegancia política y el respeto a la democracia que el Reino Unido –tan euroescéptico y con un gobierno conservador pero miembro de la UE- ha afrontado los planteamientos de los ciudadanos escoceses.  Y como este podríamos exponer otros ejemplos e incluso recomendar a algunos países tomar nota de esta forma de hacer, que hunde sus raíces claramente en la incorporación a los genes de la democracia y el diálogo.

Al “Fuck the UE” de la señora Nuland hay que responder que, pese a quien le pese (y en especial a EE.UU. y Rusia), UE hoy es una comunidad política de Derecho, sui generis y sin parangón en otro lugar del planeta, surgida y consolidada para propiciar y acoger la integración y el gobierno común de los Estados y pueblos de Europa. Y si bien los ciudadanos de la Unión nos hemos acostumbrado a esa realidad, a viajar por su interior sin pasaporte, a trabajar en otros países sin pedir visado ni permisos, a intercambiar estudiantes en programas como Erasmus y otros similares, y así un sinfín de otras libertades individuales y colectivas, no debemos olvidar que nuestro pasado común como europeos era un escenario de guerra, desafíos, violencia e inestabilidad permanente. Desgraciadamente la memoria es demasiado corta y olvidar es consustancial al ser humano, pero como afirmó José Luis Borges; “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.

Pero por ello es bueno sacar a colación, aquí y ahora, y ante el “fuck the UE” pronunciado recientemente, las palabras de quien fue secretario general de la OTAN y Alto representante de la política exterior y de seguridad común de la UE, el Dr. Javier Solana, pronunciadas en julio del 2004: “A veces, los europeos no nos damos cuenta del valor de algunos logros y damos por descontadas cosas que costó muchísimo conseguir. Es como la libertad. No se llora por ella hasta que no se ha perdido. Y a veces no nos percatamos de los magníficos beneficios que tenemos por vivir en la Unión Europea, de participar en esta empresa magnifica. Pero, sino la tuviéramos, estaríamos llorando”.