CHINA. El término “sueño chino” se ha puesto de moda en los medios de comunicación. Frente a la “reforma y apertura” de Teng Xiao Ping, la “sociedad modestamente acomodada” de Jian Ze Min y la “sociedad armoniosa” de Hu Jin Tao, el nuevo Presidente chino Xi Jin Ping elegido en el 2013, se refirió al “sueño chino” como un objetivo nacional. 

El “sueño chino” es un nuevo eslogan que algunos han antepuesto al “American Dream” de los Estados Unidos. Sin embargo, la retórica política china es opuesta a la norteamericana, aunque no necesariamente divergente. El “sueño chino” debe estudiarse desde la propia idiosincrasia de este gran pero muy complejo país.

La China “pseudo-capitalista”, de difícil definición ideológica, que navega entre el capitalismo de Estado y el comunismo político, con un partido único, restricciones a los derechos individuales y colectivos y un monopolio del control del poder, ha sido sin embargo un país de gran crecimiento económico en los últimos años y década, siguiendo un modelo muy distinto al cambio acontecido en la Unión Soviética y la Rusia post Gorbachov. Sin embargo, China afronta un futuro con muchas nubes negras y el “sueño chino” del Presidente Xi y del primer ministro Li Ke Giang pretende hacer frente a un futuro complejo bajo las premisas de ese “sueño”. ¿Cuáles son las señas de identidad del “sueño chino” tan aclamado por los medios de comunicación de la denominada “República Popular”?

En primer lugar, China es un país profundamente corrupto, que alcanza a todos los niveles políticos y administrativos, hasta el punto que la fiscalía investigo durante el 2013 más de 27.000 casos. Incluso el presidente Xi ha afirmado que esta corrupción puede suponer el colapso del Partido Comunista y la “caída del Estado”. Poca broma, por consiguiente. La batalla contra la corrupción, de nuevo, se intensifica, ante el fracaso reiterado de las anteriores luchas lanzadas por Presidentes del país, algunos de los cuales también habían incurrido en esta lacra.

En segundo término, el sueño chino requiere modernizar el funcionamiento de la Administración y reducir los abusos de las autoridades. El salto de un régimen de partido único claramente dictatorial a un régimen de partido único autoritario no es fácil ni dúctil, pues no hay contrapoderes sociales o independientes que permitan confrontarse al poder. La sociedad china contempla con poca empatía la gigantesca maquinaria oficial que es una rémora para el avance económico. Aligerar todo ello es imprescindible para alcanzar el “sueño chino”.

Igualmente, como tercer elemento, China se enfrenta a la complejidad de la economía nacional y su relación con el exterior. El gobierno desea mantener el crecimiento en el 7-8 por ciento anual, cifras muy elevadas y muy superiores a Europa y EE.UU. Pero este crecimiento se ha basado especialmente en la exportación y es preciso sustituirlo, o cuanto menos, reconducirlo, a una mayor demanda interna. Por otro lado, la moneda nacional, el yuan, ya es un elemento de intercambio internacional pero sin alcanzar la estabilidad real e incluso “emocional” –para los occidentales- que ostenta el dólar o el euro;  China posee enormes reservas en monedas fuertes y se interelaciona en el mercado de capitales extranjeros comprando bienes y deuda pública exterior de países democráticos. Esta presencia, sin embargo, no es tampoco fácil, y tras unos años de crecimiento acrítico, muchos se cuestionan si el papel de China es simplemente tolerable o supone ya un riesgo para la seguridad nacional de Occidente. Simplemente recordar que China ostenta un 3,44 billones de reservas en moneda extranjera, del que una cuarta parte es en euros y más del 65 por ciento en dólares.

En cuarto lugar, China es una bomba de relojería en cuanto a su realidad social. El “sueno chino” no puede ignorarlo. Si bien la mayoría del pueblo lo que desea, aquí y ahora, es enriquecerse, comer, poder enviar los hijos a estudiar, tener su propia vivienda y adquirir su vehículo privado, lejos quizá de anhelos de democracia y libertades individuales y colectivas, ningún país puede mantener una realidad autoritaria cuando se alcanzan determinados estándares de comodidad. Y si bien la sociología del pueblo chino, como de los asiáticos en general, es muy diferente a la europea, no puede obviarse que la China del 2014 es muy pobre en no pocas áreas geográficas, con grandes desigualdades sociales, con una brecha entre ricos y pobres descomunal y con una diferencia clamorosa entre el nivel de vida del campo y de la ciudad. Esta realidad es una fuente futura de riesgo para la seguridad nacional china y aunque el régimen siempre podrá recurrir a la represión y la coerción policial y social para evitar la desestabilización, no parece ello una fórmula adecuada para creer en China como país estable y fiable ni tampoco será contemplado pasivamente como aconteció con la represión sangrienta de 1989.

En quinto lugar, el “sueño chino” se enfrenta a lo que algunos analistas han calificado como de catástrofe medioambiental. Las imágenes de un Pekín (Beijing) irrespirable son cada vez más frecuentes. Se calcula que al año 2,6 millones de chino mueren de cáncer de pulmón. La contaminación de origen industrial, fruto del crecimiento económico del país, ha producido estragos en el medio ambiente del país. Este puede ser un auténtico talón de Aquiles al cual China debe afrontarse.

Finalmente, el “sueño chino” debe observarse desde el punto de vista del papel internacional de China. Este país ya no es un país secundario en el tablero de ajedrez internacional, pero sigue despertando grandes suspicacias en Europa, EE.UU. y el resto de los países democráticos. No es un “colega de viaje” cómodo. El presidente Xi afirmó en diciembre del 2013 que China no busca una hegemonía equivalente a la de EE.UU. Pero China siga teniendo frentes abiertos, algunos de los cuales permanentes y sin cicatrizar: Taiwán, su presencia en África o su alianza con países autoritarios o dictatoriales. Su política frente a la democrática isla de Taiwán a la que considera “provincia rebelde”  y el chantaje internacional que somete a los países que deseen mantener relaciones diplomáticas con la isla no tiene parangón ni tan siquiera con el antiguo bloque soviético, en donde la URSS no impedía que ningún país mantuviera relaciones con Alemania Occidental para también tenerlas con la Alemania comunista. El recuerdo del apoyo disimulado o sin matices según el caso a Libia, Zimbabwe, Irán, Guinea Ecuatorial, Siria o Corea del Norte son buenos ejemplos. Si bien China es una potencia en ascenso y ello supone recelos, no es un espejo en donde mirarse para muchos países del mundo por su escaso respeto a los valores y libertades democráticos dentro del país y hacia el exterior.

En el fondo, el “sueño chino” implica algo más también: para que el país no se deslice por la senda de un hipotético caos, se requiere mejorar en el futuro su realidad diaria social. Mejor alimentación, alojamiento digno, educación para los ciudadanos, buena asistencia sanitaria, y un nivel de vida individual y colectiva mucho más respetuoso con la libertad individual y colectiva.

En este sentido, ¿cuáles son las claves del sueño chino?. Alcanzar en las próximas décadas algunos elementos imprescindibles, que a continuación detallaremos.

En primer lugar, conseguir que el ascenso económico sin freno, que sólo pretende el enriquecimiento individual, pase a una economía de mercado de tintes sociales. En este sentido, el sueño chino situaría el año 2021 como el momento en que todas provincias chinas tengan una renta per cápita similar a Occidente y que todas las familias tengan una vivienda.

En segundo término, el “sueño chino” supone crear una clase media potente. Esto es, que la mitad de la población de la República sea considerada como tal. Todos los ciudadanos deberían tener acceso a los servicios públicos y a la seguridad social, dado que actualmente, la sanidad pública ni mucho menos al alcance de todos. Para el 2049, centenario de constitución de la República Popular China, el sueño chino debería suponer que hubiera una renta per cápita anual de 40.000 dólares, el doble de la actual – según datos chinos, pero según el Banco Mundial, situada en algo más de 6000 dólares en el periodo 2009-2013, frente a los 41.000 de Alemania, 51.000 de EE.UU o 28.000 de una España en plena crisis, que la cultura china haya alcanzado un prestigio internacional y que la esperanza de vida alcance o supere los 80 años. Un objetivo nada fácil, sin embargo, pues el desequilibrio es total, pues no olvidemos que la Unión Europea, en el 2013, tenia una renta per capita promedio de 25.000 dólares.

Finalmente, el problema es que este “sueño chino” no prevé un cambio político. Esto es, para el sueño chino la democracia en términos occidentales queda orillada. El Presidente Xi ha planteado cambios, pero en modo alguno parece permitir que rompa el monopolio del partido único. No está en el horizonte, ni siquiera lejano, cambios estructurales o radicales.

Cuando el presidente Xi afirma que “el sueño chino es un sueño del pueblo” y que debe hacerse realidad “apoyándonos estrechamente en el pueblo y crear incesantemente beneficios para el pueblo”, debemos reflexionar si ello puede hacerse de espaldas a los ciudadanos, o si el pueblo chino aceptará que todo acontezca sin tener en cuenta los valores que en Occidente son esenciales, como son las libertades individuales y colectivas. Pluralidad de partidos, respeto a las minorías étnicas, derecho de autodeterminación para el Tíbet u otras nacionalidades, respeto al derecho a Taiwán a la elección de su futuro, alejarse del apoyo a dictaduras de la peor calaña, todo ello sin perder la esencia del país.

China, aúna al mismo tiempo una identidad que se ha calificado de cuádruple por los propios medios de comunicación del país: socialismo, antigua civilización oriental, gran país en vía de desarrollo y país emergente.

En este esquema, sin embargo, se encuentra a faltar la palabra “democracia”, aunque sea según un modelo propiamente asiático. Desde Occidente no somos nadie para dar lecciones a China y a ningún país en vías de desarrollo sobre libertad y respeto a los derechos humanos, pero también es cierto que la tragedia de Tiannanmen acontecida en 1989 está todavía fresca en nuestra retina y que mientras en Europa se ha purgado, juzgado y reflexionado por las grandes catástrofes del siglo XX (la primera y segunda Guerra Mundial, el Holocausto del pueblo judío, las dictaduras comunistas, los regímenes fascistas de Italia, España y Portugal, etc..), la China del siglo XXI todavía debe juzgar su pasado durante la dictadura de Mao, la Revolución cultural china, la gran hambruna de los años 60 en donde quizá fallecieron 30 millones de ciudadanos, el holocausto de decenas de millones de ciudadanos víctimas del comunismo (el famoso “libro negro del comunismo” cifra en 65 millones las víctimas en China) y encarar el futuro con una reflexión que vaya más allá de más comida, mejor vivienda y más yuans en el bolsillo.