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Bajo el lema “la educación es la clave”, ROOSTERGNN publica una Serie Especial dedicada exclusivamente a uno de los temas más importantes hoy en día: Educación. Puede seguir la Serie completa aquí. 

TARRAGONA, ESPAÑA. No deja de emocionarme ver a cada inicio de curso cuando veo un grupo de jóvenes que desean ser EDUCADORES. ¿Son conscientes de la importancia de su futuro trabajo? ¿Qué mundo desean crear? Cada uno trae una historia y todas convergen en un espacio y tiempo: nuestra aula. Participo en el equipo docente de la materia Habilidades Comunicativas de la Facultad de Ciencias de la Educación i Psicología de la Universitat Rovira i Virgili. Es una materia que se imparte en primer curso a alumnos de grado de Educación Infantil y Primaria, Pedagogía i Educación Social. Cada curso, en los tres grupos en los que imparto docencia, tengo aproximadamente 240 estudiantes. Hago cuentas y pienso que, si cada uno de ellos llegara a trabajar y tuviera una media de 25 estudiantes… cada año 6.000 vidas se verían indirectamente influenciadas por lo que hablamos en clase. Me tomo este número muy en serio, porque creo que fundamentalmente la función docente consiste en transformar el mundo en un lugar mejor para vivir y amar.

Soy conciente de lo poco corriente que esta definición de la función docente puede sonar en un mundo donde la objetividad se valora positivamente, mientras la subjetividad suele ser algo molesto e incómodo. El énfasis que se da al contenido en la educación formal, poniendo en segundo plano el ambiente emocional en el que se estructuran los procesos de enseñanza y aprendizaje no deja de ser un esfuerzo de objetivar el mundo, ¡quedémonos con lo que sí sabemos! O esto pensamos… Priorizar el contenido sin desarrollar la justa sensibilidad para crear entornos plenos de afecto y respeto es, objetivamente, un esfuerzo de exclusión de la dimensión desconocida: la gestión de las emociones. Sin embargo, el docente debe comprender que su materia primera es la humanidad, con sus sentimientos, anhelos, esperanzas y desilusiones.

No se puede ayudar al desarrollo de habilidades comunicativas basadas en el respeto sin romper esquemas de un sistema educativo que prioriza la nota sobre la experiencia, el producto sobre la vivencia y la competición sobre la solidaridad. Habilidades sociales fundamentales como la escucha activa, el saber encajar una crítica o el saber presentar una queja son imprescindibles a los educadores, sea cual sea el contexto en el que desarrollen su labor. Combinado al desarrollo de otras habilidades y destrezas, tales como el dominio de herramientas propias de la comunicación en el periodo cultural e histórico que nos corresponde vivir, el desarrollo de las habilidades sociales puede llevar el educador a crear ambientes de aprendizaje favorables a interacciones más significativas y potenciadoras de la creatividad.

Definir la tarea docente como la transmisión de conocimiento o la selección, creación y uso de recursos didácticos es como empezar la casa por el tejado. Lo que pasa es que nuestras definiciones, todas ellas, están influidas por nuestra visión del mundo. Nuestra visión del mundo está condicionada al menos en parte por los prejuicios que coleccionamos. Admitir que los tenemos es el primer paso para abrirse a nuevos esquemas mentales. Pasas años pensando que enseñar es transmitir conocimiento y que comunicar es transmitir ideas… Cuando finalmente uno se da cuenta que una clase nunca está acabada hasta que el alumno sea el que, a partir de lo que ha visto y escuchado, a partir de como lo ha sentido, a partir de las relaciones que establece entre lo nuevo y lo que trae en su equipaje… PRODUCE algo. Entonces pasas a entender que aprender es un proceso, no un suceso: no se acaba nunca.

Aprender es por tanto un acto creativo, de reestructuración de significados y elaboración de nuevos sentidos, nuevas formas. Si nuestra definición del aprendizaje está más cercana a la repetición y a la memorización; si nuestra definición de éxito educativo está relacionada a exámenes y notas, será muy difícil que compartamos estas ideas. Como docente, sólo empiezo a entender qué realmente ha pasado en una clase cuando veo lo que los alumnos escriben en sus blogs, los videos que producen, los podcasts que se graban, los cómics que crean – Més que Paraules unifica estas experiencias en la medida que el número de alumnos me lo permite hacer cada nuevo curso. Si entendiera la educación como transmisión, con la clase magistral ya se habría acabado la clase. Pero la verdad es que la case no se acaba nunca: nunca dejamos de aprender, siempre hay más que saber. Por esta razón, aferrase al contenido, ignorando, en el mejor de los casos, o despreciando, en el peor de ellos, el entorno emocional en el que se estructura el aprendizaje es una fantasía que el docente no debería permitirse.

Hemos hecho bastante progreso en pasar de una sociedad industrial a la sociedad de la información; un relativo progreso en pasar de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento; pero todavía no hemos impulsado la sociedad de la sabiduría, cuando todas las prácticas comunicativas que establecemos entre seres humanos, las elaboramos a partir de la compasión y del respeto mutuo. Acercarme a las cuestiones de educación des de un punto de vista social y comunicativo implica entender qué es lo que la educación debe ofrecer para que los escolares puedan vivir vidas productivas a corto y medio plazo. Por «vidas productivas» no me refiero a los bienes y servicios. Mi compromiso es el de poner las necesidades humanas para una vida satisfactoria y positiva como valores no negociables. Cuando aprendemos, tanto cuando como enseñamos, no simplemente utilizamos unos sistemas de representación externos a nuestra manera de vivir en la sociedad. Lo que hacemos es posicionarnos en el mundo, expresando una orientación que es cultural, social e histórica. El diseño pedagógico de cada profesor y su disponibilidad para romper convenciones e innovar depende, entre otras cosas, de su apertura a romper convenciones y crear nuevas formas de resolver los dilemas docentes de cada día. Es posible que lo que hagamos en una única clase pueda influenciar indirectamente la vida de 6 mil personas, de diferentes edades, al año. Mejor lo elaboramos des de la solidaridad y el respeto, que des de la competitividad.